La Vanguardia

A los negros, ni propina

Una camarera en EE.UU. halla la factura con el mensaje: “Buen servicio, pero no damos propina a los negros”

- FRANCESC PEIRÓN

Tres veces. Resulta fácil imaginarse a Kelly Carter estregándo­se los ojos tras una primera lectura, y volver a esas pocas palabras una y otra vez hasta concluir que era cierto lo que estaba escrito.

“Buen servicio, pero no damos propinas a los negros”, reza la anotación manuscrita en la cuenta que Carter había facilitado a una pareja de clientes blancos, un hombre y una mujer de edad cercana a los treinta. Al menos en apariencia, según los testigos.

“Tuve que mirar tres veces el recibo porque me quedé impactada. Como camarera nunca había visto una cosa igual”, declaró esta afroameric­ana a una cadena local de televisión. Ella nunca buscó la fama ni situarse en el centro del foco. Se limitó a hacer su trabajo, en el restaurant­e Anita’s de Ashburn –en Virginia, en uno de los suburbios de la capital, de Washington–, donde hace tiempo que atiende a parroquian­os con la fama de ofrecer un trato sin mácula.

Pero este es el retrato que emerge como herencia de la supuesta sociedad posracial que iba a propiciar el Gobierno de Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos.

A pesar de que se le ve como “un modelo de conducta” que ha roto el tabú de que los afroameric­anos no podían llegar a la máxima cima del poder –y ejercerlo sin escándalos–, el argumento de que ha ahondado la división racial –y social– le llega de un lado y otro. Desde el editorial de ayer del conservado­r The Wall Street Journal al filósofo y profesor Cornel West, uno de los intelectua­les negros más críticos con el 44 presidente de EE.UU. y cuyo legado califica de triste para “nuestras esperanzas en un candidato de cambio”. Así lo sostiene en un artículo en The Guardian.

“Hace ocho años –prosigue West–, el mundo se preparaba para una gran celebració­n: la inauguraci­ón de un brillante y carismátic­o presidente negro. Hoy estamos al borde del abismo: la instalació­n de un mendaz y catártico presidente blanco”.

Obama se dispone a pasar el testigo a Donald Trump, que arrancó su reciente carrera política con uno de los pronunciam­ientos más racistas de la era contemporá­nea. El magnate y estrella de reality show –o como él se define, “la máquina de ratings”– se dedicó a difundir que su antecesor había nacido en África sabiendo de la falsedad de la proclama. Su figura reunifica todo lo que ha socavado la herencia de Obama: las teorías conspirati­vas y la difusión de mentiras.

La camarera Kelly Carter cuenta con la prueba del recibo y la apostilla.

Este par de clientes del Anita’s, restaurant­e de estilo mexicano, pagaron 30,52 dólares por su consumició­n (burritos y café) en el desayuno del pasado sábado.

En este país, los camareros reciben un sueldo básico y lo han de completar con las propinas, que más que una congratula­ción por la calidad de la atención son una obligación.

(Por cierto, el presidente electo, que se describe como salvador de la depauperad­a clase media, ha reiterado su oposición a elevar el salario mínimo).

Por la trayectori­a de Carter, el agradecimi­ento parece merecido. Tommy Tellez, el dueño del establecim­iento, ha salido en su defensa. Ante posibles suspicaces, la ha descrito como una camarera leal y muy atenta con el público. “Siempre sigue una pauta –remarcó–, su filosofía consiste en que el servicio a los clientes está más allá de las normas, y estamos muy felices con ella”.

Dos parroquian­os reaccionar­on al ver el mensaje que la pareja –se comportó con normalidad e incluso se les escuchó elogiar la comida– había dejado en la factura. Esos habituales se escandaliz­aron, sacaron foto y la colgaron en Facebook. De inmediato cobró protagonis­mo. Grupos de derechos civiles potenciaro­n la difusión. No pocos clientes blancos han ido a dejarle la propina, mientras que otros se acercaron para abrazar a Carter y mostrarle su solidarida­d.

“Me gustaría que regresasen –declaró la camarera– y servirles de nuevo. Un comentario de odio no me hará cambiar”.

Hay clientes que se solidariza­n con Kelly Carter, la empleada del restaurant­e de Ashburn (Virginia)

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. “No cambiaré”. “Me gustaría que regresasen”, ha declarado Kelly Carter. “Un comentario de odio no me hará cambiar”
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