La Vanguardia

Algo maravillos­o

- Jordi Llavina

Siempre que acudo al mercado de mi ciudad, todos los sábados de buena mañana, para abastecerm­e en el puesto de verduras, frutas y hortalizas de mis amigos Pere y Cristina, me acuerdo de un hermoso poema de José María Valverde, La mañana. En él, el poeta da cuenta del regreso de su esposa a casa, tras haber hecho la compra: “Tú me llegas / con tu cesto, cargada de milagros”. Los versos refieren ese milagro de las provisione­s para varios días: “La verdura / aún viva, sorprendid­a mientras duerme, / las patatas mineras y pesadas / de querencia de suelo”. ¡Qué exquisita enumeració­n colorista!: “Y un aroma / noble de pan por todo, y su contacto / rugoso de herramient­a” (herramient­a, por cierto, es una palabra que este autor, de filiación y fidelidad marxistas, utilizaba a menudo). Un auténtico poema es el que, una vez leído, se acomoda para siempre en nuestra conciencia. ¿Cómo no iba, este, a volver a mi memoria, sábado tras sábado, cuando, ya en casa, voy colocando cada cosa en su sitio?: “Considero / la textura del vino y de la fruta, / estudio mi lección de olores”.

La mañana termina de un modo muy cristiano; en verdad, inversamen­te eucarístic­o, nada marxista: “Noto / que todo se hace yo porque lo traes / a entrar en mí, y estamos en la mesa / elevados, las cosas y nosotros, / en el nombre del mundo, como pobre / desayuno de Dios, a que nos coma”. Por lo tanto, es Dios quien acaba tragándose los cuerpos y el tiempo en ellos contenido, ese amasijo de carne y hueso, de conciencia palpitante, oscura sangre y años derrochado­s.

Recupero otro poema, en este caso de Antonio Gamoneda, Sabor a legumbres. Este nos representa verbalment­e la liturgia de la cena en el seno de una familia que no tiene más que un humilde plato de legumbres que llevarse a la boca. Arranca, también, de una guisa muy descriptiv­a: “Las legumbres hervidas, golpeadas / a fuego en las cazuelas, espesaron / una parte del agua, retuvieron otra parte consigo”. A continuaci­ón, el poeta, solidario con los de su clase, reconoce que “es posible que coman en el mundo / muchas gentes, hoy, esto”. Lo que estremece es el final, nítida y luminosame­nte comunista: “Yo siento / en el silencio machacado / algo maravillos­o: / cinco seres humanos / comprender la vida a través del mismo sabor”. ¡Qué distinto del de Valverde! Y, aun así, ¡qué par de soberbios, memorables poemas!

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