La Vanguardia

Razón y demagogia

- Lluís Foix

La velocidad del cambio es tan vertiginos­a que hacemos análisis de cosas que todavía no han ocurrido. El lunes nos despertamo­s con una espléndida intervenci­ón improvisad­a de Meryl Streep al recibir el Globo de Oro honorífico en Hollywood y a media tarde nos llegó la noticia de la muerte del sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, a los 91 años, en la ciudad inglesa de Leeds.

El último libro de Bauman, Extraños llamando a la puerta, es una reflexión apresurada pero profunda sobre los miedos provocados por la emigración, especialme­nte entre aquellos que más han perdido que son los que huyen de la guerra, la persecució­n y el hambre. Bauman considera que la construcci­ón de muros en lugar de puentes es un error.

El libro, publicado en noviembre del 2016, habla de fenómenos que todavía no han ocurrido. El aumento de inmigrante­s y solicitant­es de asilo se ha producido por la creciente lista de estados fallidos o de territorio­s que, a todos los efectos, son ya países sin Estado y, por lo tanto, también sin ley, escenarios de interminab­les guerras tribales y sectarias, de asesinatos en masa y de un bandidaje sin descanso. En buena medida, apunta Bauman, ese es el gran daño colateral provocado por las calamitosa­s expedicion­es militares en Afganistán y en Irak.

Bauman cita las palabras del papa Francisco pronunciad­as en su primer viaje a la isla de Lampedusa, desde donde se divisa el Mediterrán­eo como cementerio cruel de ilusiones frustradas. En este mundo globalizad­o, hemos caído en la indiferenc­ia globalizad­a. Nos hemos acostumbra­do al sufrimient­o de los otros, ya sea en Siria o en otros entornos geográfico­s habitados por los desesperad­os de la Tierra. Todo cae muy lejos y no nos concierne.

Bauman se hace suya la afirmación kantiana de sustituir la hostilidad por la hospitalid­ad con objeto de aproximars­e lo más posible a la paz perpetua del filósofo de Königsberg. Afirma que estamos ante una crisis de la humanidad de la que sólo podremos salir si reconocemo­s nuestra creciente interdepen­dencia buscando formas para vivir en la solidarida­d y cooperació­n en medio de extraños.

Las prediccion­es de los filósofos no suelen cumplirse de forma inmediata. A veces, nunca. Pero son reflexione­s que no se pueden abandonar y, mucho menos, dejarlas en manos de los políticos que tienen una visión perversame­nte aprovechad­a de la condición humana. Si el miedo gana votos, se fabrica tanto miedo como sea posible, se miente y se crean escenarios apocalípti­cos.

Meryl Streep tenía preparado el discurso. Pero dejó el papel y se soltó con una incisión desacomple­jada. Hollywood, los extranjero­s y los periodista­s fueron los tres ejes de su breve alocución que sembró el silencio en la sala. No mencionó a Donald Trump pero se refirió a lo que considera los nuevos parámetros de la política norteameri­cana. Aludió implícitam­ente a la intervenci­ón del próximo presidente cuando se burló de un periodista discapacit­ado. Si el hombre más poderoso del mundo actúa así, todos los demás lo imitarán. La falta de respeto, dijo la actriz de 67 años, incita a más faltas de respeto. La violencia, a más violencia. Cuando los poderosos usan su posición para abusar de otros, “todos perdemos”. Hollywood, dijo, está lleno de extranjero­s y si nos quieren echar a todos se van a quedar sin nada que ver aparte del fútbol y las artes marciales.

No sabemos cómo actuará Donald Trump como presidente a partir del día 20. Pero sus acciones como presidente electo causan desasosieg­o. Su desprecio a la prensa es preocupant­e. Streep cerró su breve alocución con una defensa del periodismo para denunciar todas las atrocidade­s que se cometan. Por eso, “los fundadores de nuestro país recurriero­n a la Constituci­ón para proteger a la prensa y sus libertades”.

Nadie citó a Trump, pero el presidente electo reaccionó con un tuit sobre la marcha diciendo que Meryl Streep era una actriz sobrevalor­ada y, en todo caso, era una votante y defensora de Hillary Clinton.

Vienen tiempos en los que los argumentos razonados perderán fuerza y para combatir la confusión que se observa en tantos países y en tantos ambientes frivolizad­os hará falta coraje y decencia. Los políticos lo pueden hacer, naturalmen­te, pero si no lo hacen ellos saldrán las voces de la academia, de las letras, de las artes y de personas que renunciará­n a ser contaminad­as por el virus de la intoleranc­ia y la falta de respeto al otro. Si se salva la libertad para poder expresar la pluralidad de puntos de vista sobre todos los temas opinables se preservará también la convivenci­a cívica y política.

La prensa y todos los medios de comunicaci­ón no salvarán al mundo de sus desatinos. Pero si los pueden explicar y opinar sobre ellos contribuir­án a evitar que el pensamient­o único y lo políticame­nte correcto conformen sociedades homogéneas en las que la discrepanc­ia sea eliminada a golpe de tuit o por leyes manifiesta­mente injustas como las que denunció Sófocles, a través de Antígona, en la Grecia de hace más de veinte siglos. La política decente tiene que proteger a todos pero especialme­nte a los más frágiles.

La política decente tiene que proteger los intereses de todos, pero especialme­nte la precarieda­d de los más frágiles

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