El sueño del nuevo Harden
Houston Rockets es el equipo más en forma de la NBA: lleva ocho victorias consecutivas que le han llevado a un balance de 30-9, el cuarto de la clasificación general. Una enorme mejoría respecto al 41-41 de la temporada anterior, en la que cayó en la primera ronda de los playoffs un año después de llegar a la final de conferencia, y que responde en buena parte a un nombre propio: el de James Harden. El mejor jugador del mes de diciembre, que su equipo cerró con el mejor balance de la liga: 15-2.
La Barba Harden es el líder en asistencias (11,8 por partido) y el cuarto anotador (28,2) de la competición. Hace un año promedió 29 puntos, pero su aportación en rebotes (8,2) y en asistencias, donde su tope estaba en los 7,5 de la temporada pasada, ha crecido exponencialmente, así que ahora está más cerca que nunca de ser “el jugador más completo de la NBA”, como él mismo se autoproclamó hace un par de años. Leslie Alexander, propietario de los Rockets, le considera ya “uno de los mejores de todos los tiempos”, después de celebrar la última Nochevieja con un triple doble sin precedentes: 53 puntos (su tope personal), 17 asistencias (récord suyo igualado) y 16 rebotes.
En toda la historia de la NBA ningún jugador que no fuera un base acabó una temporada como líder en asistencias. Harden podría convertirse en el primero… de no ser por un cambio fundamental que Mike d’Antoni, su nuevo entrenador, anunció al comenzar la pretemporada: Harden (27 años, 1,96 m, 100 kilos, número 3 del draft del 2009) pasaría de ser un escolta que ayudaba a menudo en la construcción del juego a convertirse en el base titular oficial de los Rockets. Con la colaboración de Patrick Beverley, un combo 1-2, a partir de mediados de noviembre, cuando el segundo se restableció de una artroscopia en la rodilla.
Pero la transformación de Harden, y de los Rockets, va mucho más allá de un cambio oficial de posición. Viene del verano, cuando renunció a su segundo oro olímpico tras el de Londres’12 (también tiene el del Mundial’14) y se implicó de lleno en la tarea de reconstrucción de un equipo que había despedido al entrenador, J. B. Bickerstaff, y no había renovado a una estrella como el pívot Dwight Howard, ahora en Atlanta,precisamente porque su mala relación con Harden se había hecho insostenible.
“No ir a Río fue una de las decisiones más difíciles de mi vida –explicó el jugador–, pero quería contribuir a traer gente que pudiera ayudar”. Y vaya si lo hizo. Mantuvo varios encuentros con los responsables del club; habló con Eric Gordon y Ryan Anderson, dos grandes tiradores, y les convenció para que ficharan; lo intentó con otros y finalmente organizó varias reuniones entre los jugadores para fomentar la necesidad de recuperar el juego en equipo para volver a ser competitivos. “Ahora todos sabemos que tenemos el mismo objetivo”, explica Harden. “Estoy viviendo un sueño”.
Un sueño muy real que en Houston ha regenerado la ilusión por un equipo que produce 114,6 puntos por encuentro, ocho más que la temporada pasada y solo superados por Golden State, aunque la defensa (107 encajados) sigue siendo una asignatura pendiente. Y que ha situado a Harden (segundo tras Curry en la votación del 2015, pero fuera del primer, segundo y tercer mejor quinteto de la liga en el 2016) en la lucha por ser el MVP de esta temporada a la altura de un Kevin Westbrook que también tiene su propio anhelo: emular a Oscar Robertson y cerrar una campaña promediando un triple doble.
Hace un par de años se autoproclamó “el jugador más completo de la NBA”