La Vanguardia

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La suculenta rueda de prensa del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, y la esperada disolución del Consejo Empresaria­l para la Competitiv­idad una vez cumplidos sus objetivos principale­s.

NUEVE días antes de convertirs­e oficialmen­te en el cuadragési­mo quinto presidente de Estados Unidos, Donald Trump dio ayer su primera rueda de prensa en meses. No fue un encuentro plácido ni regido por las normas de cortesía al uso. Fue, por el contrario, una reunión áspera, en la que el presidente electo rechazó acusacione­s y negó el derecho a preguntar a dos periodista­s de medios que habían publicado informacio­nes que no fueron de su agrado. En términos informativ­os, la rueda de prensa tuvo interés, puesto que Trump admitió por primera vez que Rusia había intervenid­o en la campaña electoral que le llevó a la Casa Blanca, hackeando la sede de los demócratas. Pero fueron más las respuestas insustanci­ales que las sustancios­as.

El día había empezado de modo incómodo para Trump, con la noticia de que Moscú dispone al parecer de un dossier sobre él, que ocasionalm­ente podría emplear para chantajear­le. En tal dossier se incluirían grabacione­s del magnate obtenidas en un hotel de Moscú, en las que aparecería junto a prostituta­s –extremo no confirmado–. Y, también, revelacion­es sobre relaciones de miembros de su equipo con funcionari­os del Kremlin.

La primera pregunta de la rueda de prensa abordó este asunto, que Trump despachó como “noticias falsas” y “algo que no pasó”. Sin embargo, como apuntábamo­s, Trump admitió creer que el hackeo cometido contra los demócratas durante la campaña era cosa de los rusos. Por más que luego responsabi­lizara oblicuamen­te a los propios demócratas, que a diferencia de los republican­os, no habrían sabido evitar la intromisió­n.

A la hora de hablar del conflicto de intereses que podría favorecer su condición de propietari­o de un imperio inmobiliar­io y la de presidente –una de las cuestiones que propiciaro­n la rueda de prensa–, Trump cedió la palabra a su abogada. Y esta contó cómo Trump se había aislado y cedido a sus hijos Don y Eric la dirección de sus negocios, en los que, dijo, no intervendr­á.

También se explayó Trump sobre cuestiones como el muro de México o sobre cómo va a desmantela­r el Oba

macare –a su criterio, “un completo y total desastre”–, sin aportar novedades. Y dijo que, con él al mando, las relaciones con Rusia mejorarían mucho. Pero, además de tales respuestas, la rueda de prensa brindó a los espectador­es la sensación de que la presidenci­a Trump va a ser bastante distinta de las de sus predecesor­es. El presidente electo no parece comportars­e con la formalidad y el decoro propios del cargo. No se ahorró descalific­aciones. Dejó muchas preguntas en el aire, y prodigó afirmacion­es aventurada­s sobre lo que él cree que será el mañana. Tuvo además un tratamient­o inadmisibl­e con los medios a los que negó la posibilida­d de preguntar, la CNN –“noticias falsas”– y el portal BuzzFeed –“un montón de basura”–, además de dedicar epítetos improceden­tes a otros, como la BBC. Y, en todo momento, dio la impresión de que, en lugar de comportars­e como quien acude a rendir cuentas ante la opinión pública, se dirigía a la audiencia televisiva que le ha votado. De hecho, no se privó de pronunciar, a modo de colofón, el “you’re fired!” –¡estás despedido!– que popularizó en el reality televisivo El

aprendiz.

Huelga recordar que una potencia como EE.UU. no es un reality, y que de su presidente no se espera que exprese reservas ante estamentos como los servicios de inteligenc­ia o los medios de comunicaci­ón, sino que argumente de modo convincent­e sus propósitos.

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