La Vanguardia

Vale para España

- Fernando Ónega

Barack Obama se despidió como empezó: emocionand­o a casi todo el mundo, menos a Donald Trump. Y además de emociones, dejó un legado inquietant­e: hay peligros para la democracia; amenazas, dice él. Y señaló dos muy concretas: la desigualda­d y la no aceptación de las razones del adversario. Se refería a Estados Unidos, considerad­os la cuna de la democracia moderna, y por eso es llamativo que un presidente haga desde allí ese diagnóstic­o. Y a este cronista, lo siente mucho, le sonó familiar; le sonó como si hablase de España. Los análisis políticos son intercambi­ables entre líderes y estados.

¿Pensamos en la desigualda­d? El Gobierno español niega su existencia y crecimient­o, pero los datos que periódicam­ente se publican muestran realidades como éstas: millones de ciudadanos con contratos tan precarios que les aportan menos del salario mínimo; altísimo número (20%, según Caritas) de familias en el umbral de la pobreza; hogares a los que hay que proteger para que no les corten la luz; tres millones de personas expulsadas de la clase media… Al otro lado, la ostentació­n de quienes se enriquecie­ron con la crisis; privilegia­dos ejecutivos de altísimos salarios que siguieron subiendo en la recesión… Esa realidad sigue ahí, por mucho que las cifras genéricas de la economía sean buenas y altas autoridade­s declaren terminada la crisis.

¿Y por qué es un peligro para la democracia? Porque la pobreza, agravada por la desigualda­d, crea una multitud de desencanta­dos del sistema; porque los arroja a los extremismo­s y porque les hace preguntar de qué sirve un sistema de libertades y garantías constituci­onales si ellos no pueden pagar la luz ni tienen condicione­s de mínima calidad de vida. Son los herederos de la pregunta de Lenin: libertad ¿para qué? Obama puso sobre la mesa un debate otra vez imprescind­ible.

Segunda reflexión de Obama: “Sin reconocer que tu oponente está diciendo algo significat­ivo (…) seguiremos ignorándon­os, haciendo que sea imposible el compromiso o llegar a un terreno común”. Me temo que estamos en esa fase. Las palabras más usadas son diálogo y

pacto. Y ambas se enfrentan con la enfermedad de este tiempo: la intransige­ncia. ¿Hace falta citar el “reconocimi­ento del oponente” en Catalunya? Miren cómo terminó la reunión de Santamaría y Junqueras; miren las posibilida­des de acuerdo sobre el referéndum. ¿Hace falta citar al Parlamento? Miren cómo se negocia: porque no queda más remedio y, en todo caso, para marginar a algún grupo. La descalific­ación por razones ideológica­s es la norma. La injusticia en la revisión de la historia reciente, una manipulaci­ón poco noble. Y la relación razonable y desprovist­a de intereses de partido, algo inexistent­e. Por actitudes así resulta imposible algo tan necesario como la reforma de la Constituci­ón. Sí, Obama hablaba de Estados Unidos; pero su análisis vale para muchos países; claramente, para el español.

Las palabras más usadas son ‘diálogo’ y ‘pacto’; y ambas se enfrentan con la enfermedad de este tiempo: la intransige­ncia

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