Vale para España
Barack Obama se despidió como empezó: emocionando a casi todo el mundo, menos a Donald Trump. Y además de emociones, dejó un legado inquietante: hay peligros para la democracia; amenazas, dice él. Y señaló dos muy concretas: la desigualdad y la no aceptación de las razones del adversario. Se refería a Estados Unidos, considerados la cuna de la democracia moderna, y por eso es llamativo que un presidente haga desde allí ese diagnóstico. Y a este cronista, lo siente mucho, le sonó familiar; le sonó como si hablase de España. Los análisis políticos son intercambiables entre líderes y estados.
¿Pensamos en la desigualdad? El Gobierno español niega su existencia y crecimiento, pero los datos que periódicamente se publican muestran realidades como éstas: millones de ciudadanos con contratos tan precarios que les aportan menos del salario mínimo; altísimo número (20%, según Caritas) de familias en el umbral de la pobreza; hogares a los que hay que proteger para que no les corten la luz; tres millones de personas expulsadas de la clase media… Al otro lado, la ostentación de quienes se enriquecieron con la crisis; privilegiados ejecutivos de altísimos salarios que siguieron subiendo en la recesión… Esa realidad sigue ahí, por mucho que las cifras genéricas de la economía sean buenas y altas autoridades declaren terminada la crisis.
¿Y por qué es un peligro para la democracia? Porque la pobreza, agravada por la desigualdad, crea una multitud de desencantados del sistema; porque los arroja a los extremismos y porque les hace preguntar de qué sirve un sistema de libertades y garantías constitucionales si ellos no pueden pagar la luz ni tienen condiciones de mínima calidad de vida. Son los herederos de la pregunta de Lenin: libertad ¿para qué? Obama puso sobre la mesa un debate otra vez imprescindible.
Segunda reflexión de Obama: “Sin reconocer que tu oponente está diciendo algo significativo (…) seguiremos ignorándonos, haciendo que sea imposible el compromiso o llegar a un terreno común”. Me temo que estamos en esa fase. Las palabras más usadas son diálogo y
pacto. Y ambas se enfrentan con la enfermedad de este tiempo: la intransigencia. ¿Hace falta citar el “reconocimiento del oponente” en Catalunya? Miren cómo terminó la reunión de Santamaría y Junqueras; miren las posibilidades de acuerdo sobre el referéndum. ¿Hace falta citar al Parlamento? Miren cómo se negocia: porque no queda más remedio y, en todo caso, para marginar a algún grupo. La descalificación por razones ideológicas es la norma. La injusticia en la revisión de la historia reciente, una manipulación poco noble. Y la relación razonable y desprovista de intereses de partido, algo inexistente. Por actitudes así resulta imposible algo tan necesario como la reforma de la Constitución. Sí, Obama hablaba de Estados Unidos; pero su análisis vale para muchos países; claramente, para el español.
Las palabras más usadas son ‘diálogo’ y ‘pacto’; y ambas se enfrentan con la enfermedad de este tiempo: la intransigencia