Además del de Beukelaer
Muy a favor de que, en vez de un libro cursi, los niños se lleven a casa el puntal de la ciencia política moderna
Lincoln es una ciudad argentina situada en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, famosa por su carnaval y por ser una especie de paraíso de la producción de soja. La semana pasada, la tarde antes del día de Reyes, centenares de niños se reunieron en la plaza Rivadavia para recibir la visita de Sus Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar. Tradicionalmente, el Ayuntamiento regala juguetes a los niños, y los imagino recibiéndolos con la misma ilusión con la que yo recibía, el día de Reyes por la mañana, los juguetes baratos que nos regalaban a los hijos de los obreros de la fábrica Can Batlló. La ceremonia –por decirlo de alguna forma– tenía lugar en el sótano de la parroquia de Sant Medir, en la Bordeta, que servía de almacén (el sótano, no la parroquia). Creo recordar que el nombre oficial de la empresa era Unitesa; y perdón por la rima.
Esta vez, sin embargo, el Ayuntamiento de Lincoln decidió que, en vez de juguetes, regalaría libros, siguiendo esa obsesión enfermiza que mucha gente tiene por fomentar la lectura entre los chicos. En esas campañas tan bien consideradas, a menudo el problema es que a los niños les regalan libros que, más que despertarles el placer de leer, hacen que huyan aterrorizados y juren que, por siempre jamás, se dedicarán a cualquier otra actividad antes que a ir pasando páginas. La cuestión es que querían obsequiar a los niños con El principito de Antoine de Saint-Exupéry, porque debieron considerar que es una obra ideal para niños. Pero resulta que quien fuera que hizo el pedido se equivocó y, en vez de este libro, les enviaron El príncipe de Nicolás Maquiavelo.
Que, en vez de un libro que atraviesa toda la franja pastelera que va del azúcar con estevia a la cursilería con chocolate, los niños se hayan llevado a casa el puntal básico de la ciencia política moderna, me parece una gran noticia. El príncipe estuvo siempre en el Índice de libros prohibidos por la Santa Inquisición. Nunca es temprano para aprender qué pensaba Maquiavelo de la relación entre la política, la moral y la religión. Me gustaría ver las caras de los niños mientras aprenden que en política las apariencias son más efectivas que la sinceridad, un hallazgo que sorprenderá a los que, sin haber leído El príncipe, ahora han descubierto este supuesto invento de la posverdad. Dice Maquiavelo: “De vez en cuando las palabras tienen que servir para esconder los hechos”. Dice que hay que dejar de lado la moral a favor de los intereses colectivos o de Estado. Dice también que “el vulgo se deja cautivar siempre por la apariencia y el éxito”. ¡Nunca menos! Su frase más celebrada: “El fin justifica los medios”. Ya sé qué le regalaré a mi nieto en cuanto aprenda a leer. Y si ese Ayuntamiento argentino no quiere líos, el año próximo que vuelva a regalarles juguetes y aquí paz y allá gloria.