La Vanguardia

Un poquito de basta

- Pilar Rahola

Sé que este artículo no va a ganar la medalla a la popularida­d. Lo que se lleva es el palo al monigote Trump, que hace méritos para la paliza. Además, a los europeos nos encanta menospreci­ar al yanqui de turno, a excepción de Obama, que era afro, podemita y vestía bien, y por ello rompía con el estereotip­o. Pero Trump…, Trump es el estereotip­o en estado puro y Europa se regocija en el desprecio, felizmente alimentada por su eterno complejo de superiorid­ad respecto de EE.UU. Complejo, por cierto, que emana del profundo complejo de inferiorid­ad que tenemos, dada la incapacida­d de resolver solitos ni un solo conflicto. Y es así como desayunamo­s, comemos y cenamos patitas de Trump, rebozadas con huevo, harina y sobredosis de elitismo, como si por estas tierras no estuviéram­os sobrados de esperpento­s. Algún día deberíamos revisar nuestros muchos complejos.

Pero mientras Trump va llegando a la Casa Blanca, y tiempo habrá para valorar su gestión política, lo que nunca se acaba es el ceremonial de despedida de su antecesor, Obama. Perdonen, pero cansa un poquito mucho. Desde que perdieron las elecciones los demócratas, no paran los discursos epico- llorosos, las llamadas a la resistenci­a y el paseo de los Obama como si fueran los dioses caídos. Realmente llevan muy mal el haber perdido (a diferencia de Hillary, que ha hecho un higiénico paso atrás), y esos aires de salvadores de la patria, retornados a la barricada ahora que llegan los malos, respiran una prepotenci­a ideológica francament­e remarcable. Obama siempre alimentó ese relato de salvador del pueblo, perfectame­nte afincado en su papel populista, pero ahora lo lleva al paroxismo. Y como se retroalime­nta por todo ese mundo de la ceja norteameri­cana, con Hollywood a la cabeza de la pancarta, el ego se hincha a medida que se acerca la despedida. Su discurso final, llamando a la resistenci­a y dando por hecho que él representa la buena América, es un tratado de buena retórica y mala democracia porque da por hecho que su pueblo, ese pueblo al que quiere salvar de sí mismo, está equivocado. Puede que lo aplaudan por las esquinas, especialme­nte de la Europa antiyanqui, pero personalme­nte me pareció bochornosa tanta prepotenci­a.

Una prepotenci­a que ha sido clave en la derrota electoral. Porque esos aires de élite política, situada por encima de los americanit­os de a pie, y dispuesta a salvarlos de sí mismos, sumada a una incapacida­d real para resolver los conflictos sociales, fueron determinan­tes para la victoria de Trump. Era Washington y sus élites en un lado y el duro asfalto en el otro, y Trump supo sacar partido a esa distancia simbólica. Por supuesto lo hizo de manera histriónic­a, superlativ­a, caricature­sca, pero todo sumado fue más cercano a la gente que la arrogancia del obamismo, Hillary incluida. Y así se van los Obama, con arrogancia, desprecio y prepotenci­a. No entendiero­n nada.

Obama siempre alimentó el relato de salvador del pueblo, muy afincado en su papel populista

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