Los perros más guapos
El Turó Park fue durante los primeros años un espacio enorme dedicado al esparcimiento y la diversión. Desde su apertura, a finales de la primavera de 1912, ya mereció una popularidad insospechada.
Tenía su mérito, habida cuenta de que quedaba muy lejos del centro vital de la ciudad y sabida la pereza que embargaba a los barceloneses cuando se trataba de algo que no pillaba muy cerca. Hay que tener en cuenta que para llegar hasta el Turó Park no había entonces otro medio que el carruaje, pues el automóvil todavía era una rareza en manos de unos pocos extravagantes.
Los primeros que se habían atrevido eran los socios del Real Club de Polo, que en 1909 se mudaron a Can Ràbia, un terreno vecino. Y no resultó un fiasco, sino más bien todo lo contrario.
A poco de haber transformado la finca, que era propiedad de la familia Bertrand-Girona, ya se percibía que los ciudadanos le rendían visita y mostraban curiosidad. Fuerza era reconocer que el gestor del Turó Park demostró un acierto innegable a la hora de convertir la novedad en un cúmulo de tentaciones lúdicas. Hoy nos puede parecer todo bastante ingenuo, pero en aquel entonces no se exigían grandes emociones, y cualquier novedad tenía la fuerza más que suficiente para romper la monotonía que imperaba en la vida diaria.
Así pues, en un enorme espacio dignamente ajardinado amén de un restaurante, un bar, un teatrillo con payasos y demás, se alzaba un globo aerostático, un tiovivo, un carrusel, un tobogán acuático y pista de patinaje.
Eran atracciones fijas que alternaban con toda suerte de concursos, algunos sabidos, como los de muñecas o perros, mientras que otros no dejaban de sorprender, como el de bebés. Para acceder había que pagar 25 céntimos. También se impuso como lugar para fiestas y verbenas.
La fotografía ilustra el concurso canino que se convocó ya a renglón seguido de la inauguración. Era una excusa para que la gente menuda y las señoras lucieran su particular interpretación de la elegancia. No cabe llevarse a engaño, pues en este caso por lo menos los verdaderos concursantes eran los canes.
El público y los participantes se quedaron boquiabiertos, al enterarse de la resolución tomada por el jurado, formado por unos barbas venerables con la intención de infundir respeto.
Se hizo saber al distinguido público que renunciaban a escoger los mejores, pues al haber tan pocos trofeos, se veían incapaces de distinguir a cuántos formidables perros de raza de veras lo merecían. Argumentaron que no había tiempo para reorganizar el concurso y resolvieron que lo más sensato era aplazar la competición hasta otoño. Y precisaron que con antelación se daría a conocer el reglamento.
Así pues, hasta pronto.
En el concurso de belleza perruna, el jurado sorprendió con una decisión polémica