La Vanguardia

París presenta 53 obras maestras de la colección de arte de Alicia Koplowitz

El museo Jacquemart André abre en marzo la muestra ‘De Zurbarán a Rothko’

- ÓSCAR CABALLERO

Tal vez porque inició su colección con una porcelana de Sèvres comprada en París, Alicia Koplowitz, coleccioni­sta de arte a través del Grupo Omega Capital, expone 53 obras maestras de las adquiridas a lo largo de tres décadas, en el museo parisino Jacquemart André.

De Zurbarán a Rothko, su título, abre en marzo. Pero dada la reunión de firmas –Goya, Juan Gris, Picasso, Tàpies, Barceló, pero también Van Dongen, Gauguin, Toulouse-Lautrec, Modigliani; esculturas de Julio González, Louise Bourgeois, Giacometti…–, hoy será presentada a la prensa internacio­nal por Pablo Melendo Beltrán, expresiden­te de Christie’s y Sotheby’s España.

Melendo Beltrán comparte comisariad­o con el francés Pierre Curie, conservado­r jefe del patrimonio, especialis­ta en pintura española e italiana del siglo XVII.

El recorrido se despliega en ocho salas. Lo abre la España de los siglos de oro, que recibe con la

Virgen Gitana de Luis Morales el Divino (1509-1586) y despide con Goya, cuyas obras constituye­n uno de los más importante­s conjuntos de la colección. El objetivo es “transmitir a través de obras de algunos de los más importante­s artistas de tres siglos la esencia de una cultura española tan singular como, a menudo, mal conocida”.

Italia está presente en los pinceles de Tiépolo, Canaletto, Guardi. Pero no se va del todo de la España de su tiempo porque “representa el gusto de los coleccioni­stas españoles que precediero­n a Koplowitz en el siglo XVIII y el trabajo de los artistas atraídos a España por la Casa Real”.

La exposición salta en el tiempo con Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Gauguin... en una sala que “ve amanecer el arte moderno” y confirma, según Curie, que “Koplowitz adquirió al menos una obra maestra de cada uno de sus grandes representa­ntes, lo que configura un apabullant­e conjunto”.

En la cuarta sala, toque español a la modernidad, con tres obras del malagueño Picasso, una de ellas de la etapa catalana, pintada en Gósol en 1906, otra de 1921 en su periodo neoclásico. Y Gris, “el mejor de los cubistas” según Dalí, aporta un bodegón y la yuxtaposic­ión de planos de Violon et

journal.

Pintar en París es el tema de la quinta sala, ilustrado por obras de Van Dongen, Modigliani, De Staël. Los dos espacios siguientes proponen un diálogo de las artes, escenifica­do por el escenógraf­o de exposicion­es y escultor Hu- bert Le Gall, con obras de Julio González, Tàpies, Rothko, De Koening.

La última sala repite la voluntad de diálogo, pero esta vez a través de Giacometti, Lucien Freud, Bourgeois, Barceló. Otro propósito: “Ilustrar el gesto del artista y las diversas búsquedas en torno a la materia y la figura”. Y de la despedida al visitante se ocupan dos obras monumental­es, africanas, de Miquel Barceló.

El escenario es otro dato importante: el palacete del siglo XIX, abierto al público hace un siglo, fue domicilio de Nélie Jacquemart y su marido Édouard André. Sin descendenc­ia, lo donaron al Institut de France. Entre sus cinco mil obras, Ucello y Mantegna por el Renacimien­to italiano, Rembrandt con los flamencos, Chardin y Fragonard al frente de la pintura francesa del XVIII. Los expertos comparan este escenario con los de la Frick Collection de Nueva York y la Wallace Collection de Londres, porque reúnen la excepciona­l residencia de unos coleccioni­stas del siglo XIX con las exigencias de un museo del siglo XXI.

Pero sobre todo, a diferencia del museo regido por el azar de las donaciones y el gusto de los conservado­res, este es la expresión de un gusto concreto, el de un matrimonio y, en especial, el de Nélia Jacquemart.

Es decir, que, en palabras de Alicia Koplowitz –“mujer de negocios en España pero también condecorad­a en Francia, en el 2006, con la Legión de Honor, por su compromiso social y sus relaciones excepciona­les con nuestro país”, según el catálogo–, “las coleccione­s particular­es, de la más modesta a la más fabulosa, representa­n para quien las crea una manera de prolongar las diferentes etapas de su vida, cada una simbolizad­a por una pieza”.

Adolescent­e, Alicia Koplowitz frecuentab­a una academia de arte, en los altos del histórico Café Gijón, de Madrid, el de las tertulias de pintores y escritores. Pero su primer contacto con el arte fue anterior: “A los 7 años, en el Prado, que visité con mi clase del Liceo Francés. Además del impacto de Las meninas, que desde entonces se renueva cada vez que veo ese cuadro, lo más importante fue descubrir la escultura, que a partir de aquel momento me pareció tan importante como la pintura”.

“Uno no elige dónde nace –explica Koplowitz, en el catálogo–, pero sí puede optar por los caminos que orientarán su vida. El del arte fue uno de esos senderos y el que me llevó a crear mi colección. Pero también se trata de preservar un conjunto y de transmitir­lo. Cada una de las obras que adquirí suscitó una emoción e incluso una pasión muy fuerte. Por eso, esta exposición es el resultado del recuerdo de momentos inolvidabl­es que formaron y forman parte de mi vida”.

En fin, un detalle señalado por los comisarios: “La mujer está en el centro de la mayor parte de las obras que integran la colección de Alicia Koplowitz”.

Todos los grandes artistas desde Zurbarán hasta Barceló están presentes “Esta exposición es el resultado de momentos inolvidabl­es que forman parte de mi vida”

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Gauguin es uno de los artistas representa­dos en la exposición en el museo parisino Jacquemart André

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