La Vanguardia

La protesta nos dará... nada

- Joaquín Luna

El FC Barcelona saltó ayer al campo protestón, más protestón que dominador, y desde la primera tarascada a Messi –sancionada sin tarjeta– los jugadores parecían muy interesado­s en poner a prueba a Gil Manzano, colegiado de la contienda, que se sumó al pulso anulando un gol reglamenta­rio por fuera de juego, inexistent­e, de Neymar en el minuto 25.

El equipo y la afición dieron la impresión de que votan Piqué, la Voz. Con dos o tres frases, el central ha reavivado lo que todo hincha piensa en su alma interior: los árbitros nos perjudican, como nos perjudican las suegras y el tabaco, sobre todo simultánea­mente.

La protesta ante la autoridad competente es un clásico en el fútbol, en la vida laboral y en la cola para recuperar el coche del depósito. Esto a otros no se lo hacen, viene a ser el argumento de la protesta.

La gente de orden –en este caso la junta directiva y Luis Enrique– suele ser alérgica a la protesta, sobre todo porque hay un temor reverencia­l a la autoridad competente o incompeten­te, más que nada por el temor a la factura o a que te digan aquello tan tremendo de que “arrieros somos y en el camino nos encontrare­mos”.

Yo no sé si hay una campaña contra el Barça ni quién la orquesta, si hay consignas o habrá represalia­s por las protestas y en qué forma. A corto plazo, el problema es que la protesta transmite insegurida­d y se lleva poco en los equipos que juegan con confianza. El Barça acabó jugando contra nueve en San Mamés y aun así no logró empatar...

La protesta cohesiona a un grupo pero también lo desquicia, le distrae

El partido invita a olvidarse de los árbitros: el sufrimient­o lo puso el Barça, no los errores de Gil Manzano

o le da ese aire enfurruñad­o de los perdedores. Las protestas, mejor por cauces vaticanos. El barcelonis­mo había desterrado la protesta como estilo de vida y regresar al pasado puede ser vintage (y es un error).

La pifia de Gil Manzano fue grande pero llegó el uruguayo y de volea cortó el riesgo de la espiral de la protesta, frecuente en la primera media hora de partido. En la segunda parte, el penalti, indiscutib­le, sosegó la presión y demostró que cuando se juega al fútbol los árbitros son los secundario­s, por muchos errores que cometan (¿tendría el Barça el mismo nivel de juego si los once jugadores fuesen españoles, como lo son los árbitros?). Y si cuando un equipo gana, nunca habla de los árbitros, ¿por qué hablar cuando tú tampoco has estado bien o, como anoche, concedes un gol inoportuno, el 2-1, por un fallo individual de marcaje garrafal?

El partido invita a la prudencia: el sufrimient­o lo puso el Barça. Y uno diría que los desacierto­s, al alimón con Gil Manzano, también.

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