La protesta nos dará... nada
El FC Barcelona saltó ayer al campo protestón, más protestón que dominador, y desde la primera tarascada a Messi –sancionada sin tarjeta– los jugadores parecían muy interesados en poner a prueba a Gil Manzano, colegiado de la contienda, que se sumó al pulso anulando un gol reglamentario por fuera de juego, inexistente, de Neymar en el minuto 25.
El equipo y la afición dieron la impresión de que votan Piqué, la Voz. Con dos o tres frases, el central ha reavivado lo que todo hincha piensa en su alma interior: los árbitros nos perjudican, como nos perjudican las suegras y el tabaco, sobre todo simultáneamente.
La protesta ante la autoridad competente es un clásico en el fútbol, en la vida laboral y en la cola para recuperar el coche del depósito. Esto a otros no se lo hacen, viene a ser el argumento de la protesta.
La gente de orden –en este caso la junta directiva y Luis Enrique– suele ser alérgica a la protesta, sobre todo porque hay un temor reverencial a la autoridad competente o incompetente, más que nada por el temor a la factura o a que te digan aquello tan tremendo de que “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”.
Yo no sé si hay una campaña contra el Barça ni quién la orquesta, si hay consignas o habrá represalias por las protestas y en qué forma. A corto plazo, el problema es que la protesta transmite inseguridad y se lleva poco en los equipos que juegan con confianza. El Barça acabó jugando contra nueve en San Mamés y aun así no logró empatar...
La protesta cohesiona a un grupo pero también lo desquicia, le distrae
El partido invita a olvidarse de los árbitros: el sufrimiento lo puso el Barça, no los errores de Gil Manzano
o le da ese aire enfurruñado de los perdedores. Las protestas, mejor por cauces vaticanos. El barcelonismo había desterrado la protesta como estilo de vida y regresar al pasado puede ser vintage (y es un error).
La pifia de Gil Manzano fue grande pero llegó el uruguayo y de volea cortó el riesgo de la espiral de la protesta, frecuente en la primera media hora de partido. En la segunda parte, el penalti, indiscutible, sosegó la presión y demostró que cuando se juega al fútbol los árbitros son los secundarios, por muchos errores que cometan (¿tendría el Barça el mismo nivel de juego si los once jugadores fuesen españoles, como lo son los árbitros?). Y si cuando un equipo gana, nunca habla de los árbitros, ¿por qué hablar cuando tú tampoco has estado bien o, como anoche, concedes un gol inoportuno, el 2-1, por un fallo individual de marcaje garrafal?
El partido invita a la prudencia: el sufrimiento lo puso el Barça. Y uno diría que los desaciertos, al alimón con Gil Manzano, también.