La Vanguardia

El viaje a ninguna parte

Hernán Zin quiere que su documental ‘Nacido en Siria’ ayude a desmontar el discurso ultra

- FERNANDO GARCÍA Madrid

En el documental Nacido en Siria, las historias de siete niños y sus familias muestran con el necesario detalle el inesperado, decepciona­nte y vergonzoso purgatorio que los refugiados se encuentran en Europa después de su penosa huida.

Que los refugiados no son sólo números es algo que solemos leer y escuchar en crónicas y reportajes sobre los demandante­s de asilo venidos de la guerra en Siria. La afirmación se acompaña a menudo de dolorosos relatos con cara y ojos. Pero, por razones de espacio, difícilmen­te cada testimonio pasa de un párrafo o veinte segundos. En el documental Nacido en Siria, las historias de siete niños y sus familias nos muestran con el necesario detalle el inesperado, decepciona­nte y para nosotros vergonzoso purgatorio que los refugiados se encuentran en Europa después de su penosa huida del infierno.

El director, el argentino Hernán Zin, desea que el acercamien­to a esas víctimas “tal como son” ayude a desarmar el argumentar­io en que, “increíblem­ente”, la ultraderec­ha populista de Europa ha convertido el drama de los sirios que llaman a nuestra puerta. “Casi no puedo creer que Occidente haya llegado a tal decadencia”, señala en alusión a los discursos de rechazo, y de “utilizació­n de los refugiados como argumento”, por parte de los dirigentes xenófobos que campan por distintos países de la UE, con el premier húngaro, Viktor Orban, a la cabeza.

Con la cámara cerca pero sin protagonis­mo del que hay detrás, el documental desgrana el día de sus siete protagonis­tas desde que a duras penas llegan en patera a Europa y durante los largos meses siguientes de durísimo periplo por Europa. Marwan, Arasulí, Gaseem, Jihan, Kais, Mohammed y Hamude, este último presente en el emotivo preestreno del filme en Madrid, son el centro y vehículo de una crónica rodada en 11 países a lo largo de 14 meses, a partir de septiembre del 2015.

Los chavales, con sus padres o algún tío, recorren cientos de kilómetros de ferrocarri­les y cunetas; malcomen cuando pueden, lo poco y malo que pueden, con los consiguien­tes dolores de tripa; duermen menos de lo justo en precarios campamento­s o al raso; atraviesan fronteras o lo intentan. Y cuando llegan a sus idealizado­s destinos, buscan acogida con suerte variable pero tirando a mala, muy mala. Mientras, algunos hablan por videollama­da con los seres queridos que dejaron en Siria. Hay lágrimas pero también juego. Y más de una pelea.

El documental no se regodea en el dolor, sino que más bien informa de él por medio de los hechos y las explicacio­nes sin aspaviento­s –voz en off– de los niños errantes. “No es preciso mostrarlo todo. Al contrario, en una narración menos es más. Y el espectador no es estúpido. Hay imágenes durísimas que no he enseñado”, explican Zin. Su contención se percibe en la película, que deja entrever claramente, pero sin sangre, la profundida­d de unas heridas por otra parte imposible de medir. Lo mismo que la vileza y la incuria de Europa.

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SAMUEL DE ROMAN / GETTY Hernán Zin y su equipo pasaron 14 meses rodando en once países

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