El viaje a ninguna parte
Hernán Zin quiere que su documental ‘Nacido en Siria’ ayude a desmontar el discurso ultra
En el documental Nacido en Siria, las historias de siete niños y sus familias muestran con el necesario detalle el inesperado, decepcionante y vergonzoso purgatorio que los refugiados se encuentran en Europa después de su penosa huida.
Que los refugiados no son sólo números es algo que solemos leer y escuchar en crónicas y reportajes sobre los demandantes de asilo venidos de la guerra en Siria. La afirmación se acompaña a menudo de dolorosos relatos con cara y ojos. Pero, por razones de espacio, difícilmente cada testimonio pasa de un párrafo o veinte segundos. En el documental Nacido en Siria, las historias de siete niños y sus familias nos muestran con el necesario detalle el inesperado, decepcionante y para nosotros vergonzoso purgatorio que los refugiados se encuentran en Europa después de su penosa huida del infierno.
El director, el argentino Hernán Zin, desea que el acercamiento a esas víctimas “tal como son” ayude a desarmar el argumentario en que, “increíblemente”, la ultraderecha populista de Europa ha convertido el drama de los sirios que llaman a nuestra puerta. “Casi no puedo creer que Occidente haya llegado a tal decadencia”, señala en alusión a los discursos de rechazo, y de “utilización de los refugiados como argumento”, por parte de los dirigentes xenófobos que campan por distintos países de la UE, con el premier húngaro, Viktor Orban, a la cabeza.
Con la cámara cerca pero sin protagonismo del que hay detrás, el documental desgrana el día de sus siete protagonistas desde que a duras penas llegan en patera a Europa y durante los largos meses siguientes de durísimo periplo por Europa. Marwan, Arasulí, Gaseem, Jihan, Kais, Mohammed y Hamude, este último presente en el emotivo preestreno del filme en Madrid, son el centro y vehículo de una crónica rodada en 11 países a lo largo de 14 meses, a partir de septiembre del 2015.
Los chavales, con sus padres o algún tío, recorren cientos de kilómetros de ferrocarriles y cunetas; malcomen cuando pueden, lo poco y malo que pueden, con los consiguientes dolores de tripa; duermen menos de lo justo en precarios campamentos o al raso; atraviesan fronteras o lo intentan. Y cuando llegan a sus idealizados destinos, buscan acogida con suerte variable pero tirando a mala, muy mala. Mientras, algunos hablan por videollamada con los seres queridos que dejaron en Siria. Hay lágrimas pero también juego. Y más de una pelea.
El documental no se regodea en el dolor, sino que más bien informa de él por medio de los hechos y las explicaciones sin aspavientos –voz en off– de los niños errantes. “No es preciso mostrarlo todo. Al contrario, en una narración menos es más. Y el espectador no es estúpido. Hay imágenes durísimas que no he enseñado”, explican Zin. Su contención se percibe en la película, que deja entrever claramente, pero sin sangre, la profundidad de unas heridas por otra parte imposible de medir. Lo mismo que la vileza y la incuria de Europa.