Naufragio viario en Toulouse
Elisabet Ganau, 58 años, profesora de primaria en la comarca de Osona, y su sobrina Mireia Azorín, 27 años, que acaba de fichar para la oficina medioambiental del Ayuntamiento de Barcelona, vinieron a París por Reyes. Del 3 al 7 de enero. Hacía un frío del demonio.
Elisabet había estado de joven en París, hace muchos años. Para Mireia era la primera vez. Devoraron la oferta cultural local: el Louvre, atestado pese al bajón del 20% en las visitas impuesto por la psicosis de atentado; la exposición de René Magritte en el Centro Pompidou; la magnífica colección rusa de pintura impresionista del fondo Shukin en la Fundación Louis Vuitton, el evento más importante de la temporada. También una Visita a Notre Dame, al Instituto del Mundo Árabe, a la isla de la Cité, al Museo del Quai de Branly, paseos por los Campos Elíseos y las Tullerías… Un verdadero regalo de Reyes. Viaje de ida y vuelta en autobús.
Las dos catalanas se trajeron muchos buenos recuerdos de París, “una ciudad muy bonita con personas muy amables”, explica Mireia, pero de todos ellos el que más les marcó fue el del viaje de vuelta. El billete de la compañía Flixbus les costó 110 euros en el trayecto de ida y sólo 30 en el de vuelta. “Nunca más”, dicen, recordando la que sería principal estampa de este viaje: las dos mujeres, abandonadas sin equipaje y llorando en la estación de autobuses de Toulouse.
En el viaje de vuelta, al llegar a la estación de autobuses de Toulouse tras toda una serie de paradas en las que el conductor contaba a los pasajeros para no perder a ninguno, hubo cambio de conductor. Los pasajeros bajaron para estirar las piernas y Elisabet aprovechó para ir al lavabo de la estación, situado a cuarenta metros del lugar de estacionamiento del vehículo. “Dos minutos”, dijo el nuevo chófer cuando Elisabet le preguntó por el tiempo disponible. “Parecía muy estresado”, dice la profesora.
Mireia fumaba junto al autobús, mientras su tía estaba en el lavabo. De repente el conductor anuncia la partida. “Espere un momentito, que mi tía aún está en el lavabo”, le dice la joven. La respuesta fue un “no” seco y contundente, y el intento de cerrar la puerta del vehículo.
“No tuve más remedio que quedarme en la puerta bloqueando la célula del cierre unos segundos mientras razonaba con el conductor”, explica. “Al final me echó con violencia del autobús, a empujones”, dice.
El autobús se marchó, pasando por delante de la puerta de los lavabos. “Yo salía de los servicios cuando vi que el autobús arrancaba y pasaba por delante de mí. Le hice señales al conductor, me vio, pero no paró”, explica Elisabet, que se define como una persona muy atenta a las normas e indicaciones que siempre llega a las citas con antelación.
“Mi tía llegó cuando el autobús estaba arrancando, le hizo señales al conductor para que parara, nos dejó conscientemente en la estación de Toulouse sin nuestras maletas”, coincide Mireia, aún impresionada.
“Me sentí impotente e indignada al oír el relato de mi sobrina”, dice Elisabet. Confundidas, las dos acabaron llorando.
Horas después, el autobús llegaba con retraso a la estación del Nord de Barcelona. Los parientes de Mireia y Elisabet, avisados, acudieron a recoger el equipaje.
“Cada cual tomaba la maleta que quería, sin el menor control”, explica Jaume, el compañero de Elisabet. De paso pidieron, con toda corrección, una explicación al conductor, que no era ni español ni francés y que, al principio, hizo creer que no hablaba inglés. El intento concluyó en escándalo, con el conductor negándose a responder a nada y exigiendo que salieran del autobús. “Se puso a tocar el claxon como un loco”, cuentan los familiares, hasta que vino la seguridad de la estación, un vigilante con un perro. Ni en la estación de Toulouse, donde las abandonadas pudieron tomar otro bus de medianoche, ni en la estación del Nord de Barcelona se explican una conducta tan bruta.
“El autobús no era de Flixbus, sino de Megabus”, explica en París Raphaël Daniel, relaciones públicas de Flixbus. Pero Megabus pertenece a Flixbus y el nombre de esta empresa alemana, que cuenta entre sus últimos inversores con el clan Berlusconi, figura tanto en los billetes adquiridos como en la identificación de los autobuses.
“Los chóferes de Flixbus no son empleados de Flixbus, sino socios”, explica el ejecutivo. Con Megabus funciona “un modelo económico de partenariado”, explica. Al final lo entiendo todo: la compañía –se dice start-up– es a una empresa lo que las subprimes a las antiguas inversiones en bolsa: uno de esos desvergonzados líos de la desregularización de los que nadie es responsable y nadie entiende nada.
En una Europa precarizada, en la que millones de personas perciben sueldos que no alcanzan para nada, con empleos precarios que no cotizan en el sistema para una futura jubilación, este recurso de movilidad se inserta muy bien. Es el medio de transporte del precariado.
Flixbus nació en Alemania de la desregularización del transporte viario, subproducto de la semiprivatización de los ferrocarriles. Sus padrinos son Daimler y el fondo de inversiones de Estados Unidos General Atlantic. En Francia, donde el deterioro a piezas de la magnífica SNCF tiene una historia de años, el mercado del transporte de pasajeros en autobús se generalizó el año pasado al amparo de la ley Macron, que abrió el mercado francés a la desregularización del transporte por carretera, cumpliendo una directiva euro-germana. Flixbus ha transportado a 25 millones de pasajeros desde su fundación en el 2013 y ha entrado en Francia subcontratando redes regionales hasta hacerse con el 49% del mercado. Una “historia de éxito”.
“Conductores agotados, precios de dumping (inferiores al costo) y empresas subcontratadas bajo presión”, resume el trabajo de empresas como Flixbus el equipo de Günter Wallraff, el periodista de investigación más conocido de Alemania. El equipo de Wallraff se infiltró dos años en el sector del transporte de pasajeros en autobús. Su conclusión, que acaba de publicarse, es que “uno de cada cuatro conductores de las grandes rutas está más tiempo de la cuenta al volante” y que ese cansancio pone en peligro a los pasajeros. Respecto al exministro y exbanquero de inversión de Rotschild Emmanuel Macron, que dio nombre a la ley francesa que abrió la veda a esta presunta modernidad, es uno de los candidatos con más futuro a la presidencia de Francia.
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