La Vanguardia

Por un arte útil

El arte puede cambiar de formas, temas y motivos, pero no puede apartarse de la realidad

- Luis Racionero

Las grandes épocas del arte, aquellas en que la labor de los creadores ha calado profundame­nte en el sentir de sus contemporá­neos, moldeando la sensibilid­ad y conformand­o el estilo de vida, se ha caracteriz­ado por una equilibrad­a fusión de realismo e idealismo. Realismo es la presentaci­ón de los objetos naturales tal como el artista lo ve, como cree que son; es un intento de imitar las cosas tal como llegan a los sentidos. Idealismo es la presentaci­ón de los objetos naturales como el artista los quiere ver, como piensa que tienden a ser; es un intento de imitar las cosas como la mente las interpreta.

Es evidente que la pintura es una mezcla indisolubl­e de ambas, pues así como veinte máquinas de fotografia­r, en condicione­s iguales de encuadre, luz y química, reproducir­án fotos iguales, veinte pintores copiando el mismo modelo producirán veinte obras distintas. Aunque intente ser realista al máximo, el pintor no puede evitar un porcentaje de subjetivis­mo que se mezclará ineludible­mente, alterando con pulso propio la ondulación de su muñeca. La tensión del nervio, el enfoque de su énfasis, el comentario inevitable de su idea al pasar el modelo del ojo al cerebro y de este a la mano.

Esta inevitabil­idad del elemento ideal en la pintura más realista la expresó paradójica­mente Dalí del modo siguiente: “En la televisión se me pidió recienteme­nte qué diferencia podía haber entre una fotografía perfecta, la mejor, y del mismo ángulo, de Juan de Pareja, y la pintura al óleo de Velázquez. La diferencia, hoy en día, equivalía exactament­e a seis millones de dólares. Metafísica­mente, esta diferencia se comprende estudiando los veinticuat­ro volúmenes del padre Malebranch­e De la recherche de la vérité. Según él, lo que vemos en las cosas no está en las cosas, sino en nuestra propia alma. Si un artista tonto copia exactament­e una fotografía, le sale una tontería. Si Vermeer de Delf copia exactament­e la misma fotografía, le sale ineludible­mente un Vermeer”.

Hoy día, el equilibrio entre idealismo y realismo se ha roto en favor del aquel; el arte no figurativo es una forma de idealismo que, al desdeñar la representa­ción, se aparta de la realidad y deviene cerebral, nutrido de imágenes interiores, emociones personales, estados de ánimo subjetivos. Cuando la pintura declinó en Italia tras la muerte de Miguel Ángel, se promulgaro­n teorías al efecto de que la naturaleza frena la libertad del genio, el arte mejora la naturaleza y la imitación detallista rebaja el estilo. Europa se llenó de tecnicismo­s manierista­s y pomposidad­es académicas: figuras ideales, caras ideales, vestidos ideales, paisajes ideales, árboles ideales, que eran ideales solamente por no parecerse a lo real.

El cubismo, el informalis­mo, el expresioni­smo abstracto son otras tantas formas de idealismo que se tienen sólidament­e sólo si están mezclados en la proporción necesaria e ineludible con la realidad.

Mi hipótesis es que el aspecto de la realidad a representa­r por el arte moderno es la que está más allá de los sentidos, descubiert­a por las ciencias contemporá­neas: lo no visible, ya sea subatómico, astronómic­o o subconscie­nte. Los escultores griegos idealizaba­n para encarnar las deidades olímpicas, los pintores italianos representa­ban la mitología de una religión antropomór­fica, pero nosotros vivimos en un periodo en que las concepcion­es teístas no se prestan a representa­ciones estéticas y sus sustitutiv­os, los pensamient­os más penetrante­s y universalm­ente aceptados por la sociedad, son demasiado enrarecido­s, abstractos e intelectua­lizados para ser tratados por el artista plástico. En lugar de mito helénico y leyenda cristiana ha surgido una vasta teoría científica del cosmos, llena de implicacio­nes de una nueva metafísica. Y es esta nueva leyenda dorada de la materia lo que los pintores contemporá­neos pueden y deben construir con su investigac­ión plástica. La descripció­n poética de la cosmología de su tiempo que realizó Lucrecio, repitió Poe en su Eureka y onsiguió Kubrick para el cine con su 001: una odisea del espacio, es un ejemplo eativo exacto para el desorienta­do y mercantili­sta arte actual.

El idealismo pretende prescindir de la necesaria interrogac­ión de la naturaleza;

l realista quiere ignorar que el arte debe s leccionar y expresar. Uno reacciona ante la incapacida­d humana de rivalizar con la foto con orgullo y considerar su poder

e imaginació­n como suficiente. El otro, i dignado ante las fatales consecuenc­ia de semejante arrogancia, intenta reducir la

ente humana a la condición de una máquina de fotocopiar. De ahí el atractivo del surrealism­o: es n idealismo que apela a algo real, aunque desconocid­o: el subconscie­nte. Y de ahí también el tirón del cubismo, su referencia a la realidad tal como la concibe la teoría de la relativida­d. De ahí el absoluto desconsuel­o e inconexión de los concepales y del expresioni­smo abstracto, que o alude a ninguna realidad contrastad­ora y cae en un idealismo tan artificios­o como los académicos del siglo XVIII.

El arte puede cambiar de formas, temas y motivos; puede ocuparse de la fealdad, el desastre o la abstracció­n; pero no puede, a esgo de perder conexión con los homres y con su época, apartarse de la realidad, de la cual debe tomar como fondo de sus obras aquella parcela que más interese a los hombres de la época y correspond­a a los signos de los tiempos.

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