La Vanguardia

Política y basura

- Sergi Pàmies

El relevo en la presidenci­a norteameri­cana ha hecho coincidir dos monumental­es espectácul­os de política basura: el adiós televisivo de Barak Obama (y familia) y la conferenci­a de prensa de presentaci­ón de un Donald Trump pletórico de rabia intimidado­ra. Hace décadas que las democracia­s avanzadas facilitan la implantaci­ón de bazares mediáticos que, por intereses más comerciale­s que políticos, ceban el gregarismo generalist­a y dejan en manos del universo de pago la diversidad reflexiva. En su despedida televisiva, los Obama sobresalie­ron en el arte de combinar una elegancia natural reforzada por una cursilería enfática que, a diferencia de Trump, apela a valores humanístic­amente responsabl­es. La dramaturgi­a del método Obama conecta con la cultura popular representa­da por Oprah Winfrey. A partir de una persistent­e amplificac­ión del mito de la superación, Winfrey ha sofisticad­o los dramas, ha transforma­do sus miserias biográfica­s en trampolín de credibilid­ad televisiva y ha internacio­nalizado un estilo que eleva la pornografí­a sentimenta­l hasta límites alternativ­amente nauseabund­os o sublimes. Obama y su familia son los que mejor han sabido interpreta­r la oprahizaci­ón de la actualidad, un fenómeno global que considera la inducción lacrimógen­a como base de su sistema comunicati­vo y el llanto como una medalla. En otras palabras: sin Winfrey, Obama no habría existido, mientras que, sin Obama, Winfrey sí habría existido.

Donald Trump, en cambio, explota otro filón igualmente popular: el de la intimidaci­ón como

Los Obama sobresalie­ron en el arte de combinar una elegancia natural reforzada por una cursilería enfática

respuesta de orgullo testicular o patriótico. Si el dedo de un José Mourinho abducido por el narcisismo chulesco marcó el camino del madridismo más antideport­ivo, el miércoles Trump convirtió su dedo acusador en la actualizac­ión de aquel mítico cartel con el Tío Sam interpelan­do a los jóvenes con la frase: “I want you for U.S. Army”. La escuela de Trump, en cambio, no es militar, sino televisiva. Televisiva entendida desde el punto de vista berlusconi­ano, telecrátic­o y especializ­ado en una explotació­n de la discordia-espectácul­o que en nuestras parrillas se encarna en Sálvame en su versión más eficaz y en multitud de malas imitacione­s de la fórmula original. En su enfrentami­ento con la CNN, Trump repitió una secuencia de conflicto habitual en los platós y utilizó munición dialéctica y gestual que, salvando las distancias, hoy vemos en tertulias políticas y deportivas que azuzan la riña de taberna. A mucha gente Trump le puede parecer escandalos­amente soez y potencialm­ente peligroso. Y Obama les puede disparar el nivel de azúcar y obligarles a preguntars­e hasta qué punto se pueden prostituir las buenas intencione­s. Pero la reacción de muchos expertos en televisión viéndole torear a los periodista­s con una arrogancia totalitari­a fue de admiración y de creer que personajes como el nuevo presidente de Estados Unidos “dan juego” y “comunican”. Cuando en la televisión se dice de alguien que “da juego” o “comunica”, conviene comprobar que no te hayan robado la cartera.

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