Política y basura
El relevo en la presidencia norteamericana ha hecho coincidir dos monumentales espectáculos de política basura: el adiós televisivo de Barak Obama (y familia) y la conferencia de prensa de presentación de un Donald Trump pletórico de rabia intimidadora. Hace décadas que las democracias avanzadas facilitan la implantación de bazares mediáticos que, por intereses más comerciales que políticos, ceban el gregarismo generalista y dejan en manos del universo de pago la diversidad reflexiva. En su despedida televisiva, los Obama sobresalieron en el arte de combinar una elegancia natural reforzada por una cursilería enfática que, a diferencia de Trump, apela a valores humanísticamente responsables. La dramaturgia del método Obama conecta con la cultura popular representada por Oprah Winfrey. A partir de una persistente amplificación del mito de la superación, Winfrey ha sofisticado los dramas, ha transformado sus miserias biográficas en trampolín de credibilidad televisiva y ha internacionalizado un estilo que eleva la pornografía sentimental hasta límites alternativamente nauseabundos o sublimes. Obama y su familia son los que mejor han sabido interpretar la oprahización de la actualidad, un fenómeno global que considera la inducción lacrimógena como base de su sistema comunicativo y el llanto como una medalla. En otras palabras: sin Winfrey, Obama no habría existido, mientras que, sin Obama, Winfrey sí habría existido.
Donald Trump, en cambio, explota otro filón igualmente popular: el de la intimidación como
Los Obama sobresalieron en el arte de combinar una elegancia natural reforzada por una cursilería enfática
respuesta de orgullo testicular o patriótico. Si el dedo de un José Mourinho abducido por el narcisismo chulesco marcó el camino del madridismo más antideportivo, el miércoles Trump convirtió su dedo acusador en la actualización de aquel mítico cartel con el Tío Sam interpelando a los jóvenes con la frase: “I want you for U.S. Army”. La escuela de Trump, en cambio, no es militar, sino televisiva. Televisiva entendida desde el punto de vista berlusconiano, telecrático y especializado en una explotación de la discordia-espectáculo que en nuestras parrillas se encarna en Sálvame en su versión más eficaz y en multitud de malas imitaciones de la fórmula original. En su enfrentamiento con la CNN, Trump repitió una secuencia de conflicto habitual en los platós y utilizó munición dialéctica y gestual que, salvando las distancias, hoy vemos en tertulias políticas y deportivas que azuzan la riña de taberna. A mucha gente Trump le puede parecer escandalosamente soez y potencialmente peligroso. Y Obama les puede disparar el nivel de azúcar y obligarles a preguntarse hasta qué punto se pueden prostituir las buenas intenciones. Pero la reacción de muchos expertos en televisión viéndole torear a los periodistas con una arrogancia totalitaria fue de admiración y de creer que personajes como el nuevo presidente de Estados Unidos “dan juego” y “comunican”. Cuando en la televisión se dice de alguien que “da juego” o “comunica”, conviene comprobar que no te hayan robado la cartera.