El arte de la estafa
El sorprendente fallo sobre el mayor defraudador de la V República, recurrido ayer
La justicia francesa ha visto cómo se le escurría entre las manos, por un maldito resquicio legal, la condena a Guy Wildenstein, heredero de una estirpe de galeristas de arte que a lo largo de los años han practicado todo tipo de robos, amaños y desfalcos relacionados con el mundo del arte y la hípica, con unos beneficios de miles de millones de euros.
La palabra fallo en sus dos acepciones –sentencia y error –flotó el jueves sobre el más importante tribunal de París que absolvió a los Wildenstein, grandes marchantes desde el siglo XIX, no sin calificarlos de “impresionistas del fraude fiscal” y “protagonistas del mayor fraude de la V República”. Por algo el juez dejó escrito que “esta decisión tomada en nombre del pueblo francés puede chocar al sentido común del pueblo”. El fallo fue recurrido ayer.
La historia empieza en 1875 cuando Nathan Wildenstein, hijo de un rabino alsaciano, refugiado en Provenza cinco años atrás, cuando Alsacia pasó a ser alemana, empieza a comprar y vender antigüedades y luego se especializa en pintura del siglo XVIII.
Con éxito. En 1890 compra un palacete en la calle La Boétie, de París, por entonces la de los galeristas. En 1902 abre otra en Nueva York, luego en Londres (1925) y en Buenos Aires (1929). En 1934, cuando muere, ya las galerías las lleva su hijo Georges (1892-1963), quien además de tratarse con Picasso, Dalí, Max Ernst, los surrealistas (“hombre de una distinción espiritual rara”, lo define André Breton), cubre todos los campos de la historia del arte.
En 1940 huye de la Ocupación alemana con su hijo Daniel y su nieto Alec. Guy, segundo hijo de Daniel, nacerá en Estados Unidos en 1945. Georges vuelve a París –donde tiene un enemigo de peso, André Malraux: le acusa de haber sacado un La Tour con permiso provisional de exportación y haberlo vendido al MoMA–. Además de convertirse en uno de los grandes donantes a museos franceses, dirige el Institut Wildenstein, editor de catálogos.
El sucesor, Daniel, amplía su gestión a los caballos de carreras. Conserva la discreción familiar hasta que la esposa de su hijo mayor, en juicio de divorcio, parece perder el otro, el que los psiquiatras tratan, porque airea secretos de familia. Y no banales: por ejemplo (lo destapó Le Monde en 1999) Georges habría realizado pingües negocios de arte con los nazis ocupantes.
Cherchez la femme: el siguiente escándalo lo protagoniza, ya viuda, la propia esposa de Daniel, que no en vano Sylvia Roth fue, de joven, suboficial del ejército israelí. Motivo: sus yernos la habrían despojado, con engaños, de sus caballos.
Más serio: en 2005, cuatro años después de la muerte de Daniel un tribunal revela que, sin ruborizarse, el archimillonario declaraba ingresos de 500 euros mensuales. El 11 de enero del 2010 los inspectores del OCBC francés, contra el tráfico de bienes culturales, ponen patas arriba los locales del Institut Wildenstein y, en armarios, baúles y sótanos hallan “un auténtico museo clandestino”. Entre las obras maestras, un
Chaumière en Normandie, de Berthe Morissot, suscita otro pleito: ese cuadro desapareció en 1993, junto a otros cuarenta de similar importancia, cuando Daniel Wildenstein inventariaba la sucesión de la familia Rouart. Y habrá más pleiteantes. Porque otros óleos que dormían sin permiso en el instituto se habían caído misteriosamente de similares inventarios confiados al marchante.
Tercera mujer: Claude Dumont-Beghi, abogada de Roth, deja a los otros herederos un regalo de reyes explosivo: el 6 de enero del 2016 publica Les milliards cachés des Wildenstein (Los miles de
millones de los Wildenstein; L’Archipel) donde desnuda senderos de la evasión, entre trust bancarios refugiados bajo los cocoteros y cajas de seguridad en Suiza para los Matisse, Picasso, Bonnard o
El galerista millonario, que declaraba 500 euros al mes, defraudó al fisco centenares de millones
Van Gogh. Si Guy Wildenstein debiera dejar su mansión del Upper East Side, el barrio más residencial de Nueva York, donde un palacete acoge también su galería y abandonar sus propiedades parisinas de similar estatus, siempre podría optar por las 30.000 hectáreas que posee en Kenia. O instalarse en la bahía de las Islas Vírgenes que Daniel compró en el año 1981.
Pero no corre prisa: el tiempo es oro para sus abogados que, alegación tras alegación, hasta le han evitado pagar los 550 millones de euros de rectificación fiscal a la que le condenaron el 2014.
El jueves, el juez culpó a los legisladores. “Aunque los montajes financieros a través de trust tienen jurisprudencia desde 1880, hasta 2011 no se votó una ley al respecto”. Precisamente: si el fiscal pedía 250 millones de multa y prisión para Guy Wildenstein, los hechos juzgados eran anteriores.
En fin, ya La Fontaine dejó fábula sobre la justicia y los poderosos. Y Guy Wildenstein no sólo fundó el partido con el que gobernó Nicolas Sarkozy, sino que administra una fortuna de –dicen– tres mil millones de euros. Amasada por amor al arte.