Los temas del día
El rápido incremento de la inflación después de tres años estancada, y el choque diplomático entre China y EE.UU. por las declaraciones del próximo jefe de la diplomacia norteamericana, Rex Tillerson.
DIVERSOS episodios han desviado el foco de los cambios que se avecinan en la política exterior de Estados Unidos hacia Rusia, pero las señales más inquietantes proceden de la relación de Washington y Pekín. Hay dos muestras en las últimas 72 horas que avalan esta inquietud: el testimonio ante el Senado del próximo secretario de Estado advirtiendo a China que “no le será permitido” el acceso a las islas artificiales construidas en los últimos meses por Pekín y los datos sobre las exportaciones de China en el 2016, el segundo año de declive y las peores cifras desde el 2009.
Rex Tillerson, el futuro jefe de la diplomacia en la Administración Trump, afirmó el miércoles en el Capitolio que Estados Unidos lanzará “una señal clara” para que cese la construcción de dichas islas en el mar de China Meridional, dotadas ipso facto de infraestructuras militares y una ubicación diseñada para controlar el comercio naval en la zona, al decir del Departamento de Estado. Estas palabras han agravado la desconfianza que suscita en Pekín la llegada de Donald Trump, cuyos ímpetus inquietan en China. Aunque la reacción oficial a las palabras de Rex Tillerson han sido discretas –el secretario de Estado no ha tomado aún posesión del cargo–, un órgano periodístico oficial lanzó ayer una réplica subida de tono: China seguirá accediendo y utilizando dichas islas artificiales y si alguien trata de impedirlo “debería pensar en prepararse para un enfrentamiento militar”.
El asunto de las islas artificiales forma parte de la geoestrategia y se inscribe en la lista de suspensos de la política exterior de Barack Obama, que no ha sabido frenar la expansión china en su vecindario, y el acercamiento a Pekín de aliados tradicionales como Filipinas o Malasia. No obstante, la preocupación de Donald Trump no son estas islas o el equilibrio de fuerzas en Asia sino el desequilibrio comercial y su credo proteccionista de que México y China roban empleos a sus votantes y merecen represalias. Trump ha señalado públicamente a China, a la que acusa de manipular los tipos de cambios del yuan para favorecer sus exportaciones. Sus tics resolutivos y estruendosos bien podrían reflejarse en algún tipo de gravamen aduanero sobre las importaciones chinas –cuando han descendido y transmiten vulnerabilidad económica– o, en paralelo, guiños a Taiwán, país con el que Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas en 1979 a fin de respetar la sagrada –para Pekín– política de una sola China. Los riesgos de que Donald Trump adopte represalias contra Pekín a las primeras de cambio son grandes.