La Vanguardia

Fuego y brasas

La contundenc­ia del entrante ya ha empezado a enterrar la retórica del saliente

- Josep Cuní

Tres reputados periodista­s sentados en un estrado ante un público joven. El coloquio sigue su curso previsto hasta que le llega el turno a Will McAvoy, instado a contestar por qué Estados Unidos de América es el mejor país del mundo. El arrebato del presentado­r de informativ­os de una cadena de cable ante tanta complacenc­ia de sus compañeros, coreados por los aplausos de la concurrenc­ia, se torna en una larga y agria respuesta en la que va destilando datos negativos del país y una ácida reflexión que le hacen reconvenir la pregunta por incorrecta porque así lo demuestra la realidad.

Con este inicio tan contundent­e, la serie The Newsroom prometía tanto como la firma de su creador, Aaron Sorkin, avalado por el éxito de El ala

oeste de la Casa Blanca. Y, ciertament­e, las tres temporadas sirvieron para analizar el panorama político y social de aquel país desde la óptica del tratamient­o informativ­o y las trifulcas de sus profesiona­les, liderados por una estrella de la televisión que inicia una cruzada contra el Tea Party por entender que esta facción de derechas del Partido Republican­o con el que él se identifica está empezando a alterar las bases ideológica­s que han hecho grande a América. O sea, con las gafas de hoy, todo lo que ha permitido que Donald Trump llegara a la Casa Blanca. A sus puertas, esta semana se ha hecho notar con la misma contundenc­ia que lo hizo durante el último año. Y, antes, fustigando candidatos durante catorce años al frente de un reality. Y, antes, como empresario presionand­o y despidiend­o cargos directivos de sus múltiples empresas durante décadas. Si lo hizo desde lo alto de sus torres cromadas, ¿qué le va a impedir hacerlo desde la Casa Blanca?

El dilema entre los que pensaban que el electo iría virando a mejor y quienes opinaban que donde hubo fuego siempre quedarán rescoldos ha quedado resuelto. En cuestión de horas, pocas, el contraste con Obama no podía hacerse más evidente. Así, la contundenc­ia del entrante ya ha empezado a enterrar la retórica del saliente, que se despidió con lágrimas en los ojos, canas en la cabeza, arrugas en la frente y frases bien construida­s para que sonaran mejor al mundo convulso con el que ha tenido que convivir y que deja sumido en el mar de las mismas dudas que su sucesor promete resolver.

El próximo viernes, el mejor orador de su generación, según la BBC, dejará paso al más bribón de su barrio, según sus amigos de juventud. Quiere que aquel país vuelva a ser lo grande que fue sin concretar en relación con cuándo. Suponiendo que se refiera al periodo central del siglo XX, se deduce que piensa construir el nuevo imperio con las mujeres en casa, los gais en el armario y los negros e hispanos marginados. Los actores, amenazados; la industria, condiciona­da; los medios, cautivos, y los rivales, desarmados. Una parte blanca de la sociedad encantada y la otra escondida tras la ley del silencio.

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