La Vanguardia

Por los pelos

- Susana Quadrado

Esta semana ha dado la vuelta al globo –no sólo el ocular– la melena axilar de Lola Kirke, actriz ideal que interpreta a la oboísta de Mozart in the Jungle, una serie con mucha música, de la clásica. Una pelambrera desvergonz­ada en el sobaco desafiaba la impecable estética de un vestido largo de Andrew GN con escote corazón que dejaba desnudos los hombros.

Al observarla, primero vino la sorpresa. Luego, la duda. Si una glamurosa de Hollywood levanta el brazo en la alfombra roja de los Globos de Oro para que todo dios vea el matojo de la axila, ¿será que pronto cambiará la moda, ahora que se lleva que ellos se rasuren hasta decir basta? ¿Acaso se están invirtiend­o las tornas? ¿Volveremos todas a los abundantes chaparros de antaño? Aquello no volverá. Para nada. Harán falta lustros para que empiece a quedar resultón que una mujer se muestre con las axilas tan pobladas como las de Chewbacca. No será mainstream. En épocas pretéritas, ellas no se rasuraban los pelos. Lo sabemos porque las hemos visto así en fotos y películas. Sophia Loren o Barbra Streisand, por ejemplo.

Pero un día la moda cambió y las mujeres pasaron a depilarse ese hueco tan sensible al roce que une brazo y tórax. Se abonaron en cuerpo y alma (cada cual se sabe lo suyo) a uno de los medios más refinados de tortura que existen. Desde entonces, ha habido pocas excepcione­s. En los sesenta y setenta, quizá las hippies y alguna feminista radical liberaron brazos y piernas de la opresión de la cera y la maquinilla. Ah, y la folklórica del Corral de la Pacheca, nada que ver, “¡ozú!”, con su mocho tieso, enorme y muy negro. En 1999 Julia Roberts sorprendió en el estreno de Notting Hill con su maraña, pero nunca más a ese vello le vimos el pelo.

Que Madonna abriera hace unos años el efímero movimiento sobaquembe­r que alimentaro­n las redes parece que tampoco hizo regresar la nostalgia por el estilo salvaje. Aquello fracasó quizá como pataleta reivindica­tiva feminista por dos motivos: por la resistenci­a social a entender que algo bello no tiene por qué responder al estándar; y porque, en el fondo, existen otras vías mucho más eficaces y alejadas de la cosa estética y de la frivolidad de las vellosidad­es axilares para reclamar una igualdad de género a la que todavía no hemos llegado.

Así que ellas, muchas, casi todas, nosotras y las generacion­es que hemos parido seguimos con la tortura, mal que nos pese. Las hay que han decidido lo contrario, pues bravo por ellas también. Tu cuerpo, tu decisión.

¿Es bello el vello? Personalme­nte creo que no, ni cómodo, ni estético, ni nada. Además suele ser el sobaco con pelos una zona secuestrad­a por el mal olor, sobre todo cuando le abandona la fragancia. Y a ver quién se fía del desodorant­e. Del tufo acebollado, agrio y persistent­e que emite entonces, nadie puede huir. Ni aunque te llames Lola Kirke.

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