La Vanguardia

Ojo con el cuchillo

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Rondarían los 70, cuando el invento norteameri­cano del turmix empezó a causar furor en España y a facilitar la tarea de preparar la mayonesa para los huevos rellenos, o su variante rosa para el cóctel de gambas y el puding de pescado, grandes éxitos de la época. Fue en casa de unos familiares, en una conversaci­ón entre cuñadas, cuando alguien explicó la anécdota: una conocida se había rebanado la lengua al cometer la imprudenci­a de apurar la emulsión que había quedado en las cuchillas, sin antes desenchufa­r el aparato.

Nadie reparó en que hay comentario­s que pueden herir la sensibilid­ad de los más pequeños e incluso cambiar sus hábitos para el resto de su vida. Por ejemplo, haciendo que cada vez que usan el artilugio, corran a desenchufa­rlo sin librarse de la imagen recurrente de la pobre mujer con la lengua destrozada. Tal vez sea una ramificaci­ón del mismo trauma (si es que los traumas tiene ramificaci­ones) el pavor que una siente cuando en un restaurant­e contempla a algún comensal relamer el cuchillo. “El cuchillo no se chupa”, es la frase que quisiera pronunciar, en tono de reprimenda, si se atreviera.

Servirá esta columna para recordar que es una práctica peligrosa y además, un signo de muy mala educación. El cuchillo no hay que chuparlo y mucho menos esos instrument­os afilados de belleza rústica que se han puesto de moda. Si no ha ocurrido todavía, un día algún vegetarian­o, vegano, flexiveget­ariano o simplement­e uno de esos clientes a los que ofende la carne demasiado cruda, caerá desmayado cuando vea chorrear el músculo del imprudente que ha acariciado el filo con la lengua. Por suerte, además de los cuchillos rústicos, el viejo arte de comer con los dedos al que ahora llaman finger food, sigue siendo pura tendencia. Ojo, no se muerdan el pulgar.

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CHRISTOPHE­R ROBBINS / GETTY Lamer un cuchillo es tan feo como peligroso

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