El hombre del masaje
Fue uno de sus nietos, el alto David Madí, quien me dijo que Floïd, el popular masaje para después del afeitado, tiene su origen en el gángster y atracador de bancos estadounidense, Charles Arthur Floyd, más conocido por Pretty Boy Floyd. O sea, que aquello que al principio se llamaba masaje para después del afeitado y luego, after shave, llevaba el nombre o apellido de un gángster. Y mi abuelo y mi padre sin saberlo. La barbería solía ser uno de los escenarios habituales de aquellos tipos que en los años veinte del pasado siglo manejaban la ametralladora Thompson con mucha soltura. Llegaban, sorprendían al barbero secándole el rostro a la víctima con una toalla, le indicaban con la ametralladora que se apartara para no quedar salpicado de sangre y dejaban al recién afeitado como un colador. Fue quizá por todo esto –me refiero a la barbería– que Joan Baptista Cendrós quiso que su masaje –yo quiero seguir definiéndolo memoria. Y porque en esa exposición hablan de Cendrós, entre otros, dos barceloneses caminantes, es decir, dos valientes que se arriesgan a ser borrados del mapa urbano por algún ciclista sin contemplaciones. Esos dos barceloneses caminantes son el colega y amigo Lluís Permanyer, que sostiene entre sus manos un libro cuya portada es una obra de Joan Miró, y el también amigo y peluquero Pascual Iranzo, que sostiene entre las suyas un envase de Floïd. A Permanyer lo echó de la revista
Destino su propietario, Josep Vergés, quizá porque le envidiaba su porte, su sensibilidad y su libertad. Y fue Cendrós quien lo fichó para una de sus editoriales. Permanyer, que posa en un ambiente modernista, recuerda al empresario como valiente, arriesgado y un poco arbitrario. Algo que parece evidente. Porque si ayudó a los poetas Josep Carner y Salvador Espriu, fue también el primero que publicó en España las novelas protagonizadas por James Bond. En catalán, claro. Iranzo, que es la vitalidad