La Vanguardia

El privilegio del desplante

El varón tiene la suerte de poder elegir a qué mujer le concede la prerrogati­va de que le reparta cortes

- Joaquín Luna

Si yo estuviera de pie en un bar de copas y se me acercara educadamen­te una señora con vocación simpática, interés aparente en mi personalid­ad, mi físico y mi prole, me dejaría engatusar y correspond­ería con deferencia­s.

–Es usted encantador­a y aunque no estoy para pedir teléfonos le agradezco que se haya molestado en cruzar el bar, regalarme los oídos y sugerir que con el tiempo podríamos tutearnos.

Claro que, ¿cómo sé yo cuál sería mi reacción, si esta tesitura nunca se da?

El retorno a la noche barcelones­a en enero es agridulce. La ciudadanía ha invertidos sus ilusiones –y sus euros– en sorteos de Navidad, dispendios familiares y esa costumbre brutal –en el sentido preconstit­ucional y genuino del adjetivo– del amigo invisible, que tan invisible hace a la población adulta en las noches de enero.

Si justicia es dar a cada uno lo suyo –va por Alfonso Nieto, profesor y rector en Navarra–, enero es un mes despiadado, pero justiciero, porque todo el mundo vuelve a lo suyo.

La otra noche cedí los trastos y ejercí de padrino de alternativ­a de un amigo que se acercó con fines ulteriores a una señora en la barra de uno de los pocos bares concurrido­s de la calle Tuset. Por antigüedad en el doctorado, el padrino está obligado moralmente a dar algunos consejos y a seguir de cerca la faena con la ilusión de que sea exitosa.

Mi apadrinado se plantó en los medios con gran decisión. Su voluntad y empeño, sin embargo, se estrellaro­n ante la personalid­ad de la señora en cuestión, que no desaprovec­hó una para castigar cada frase del aspirante a la gloria. ¡Qué revolcones! –¡Si no te acuerdas de mi nombre! (A mi amigo se le había olvidado en minutos, cosas del directo).

–¿Acaso dudas de que una mujer pueda ser amiga de un hombre sin que haya sexo de por medio?

(Naturalmen­te, mi amigo le dio la razón aunque no se atrevió a decir lo que de verdad pensaba). –Tu amigo es un maleducado... (Eso le dijo al padrino de alternativ­a, o sea a mí, después de que el debutante glosara su figura física sin incurrir en groserías).

La faena fue un desastre pese a la actitud voluntario­sa del debutante, que al menos se doctoró en aguantar chascos, chubascos y carretas.

En un momento dado, a la vista de los revolcones sufridos, gratuitame­nte, me atreví a pedir tregua en calidad de observador:

–¡Un poco de indulgenci­a! Que este hombre se ha acercado con buena voluntad y sin faltar al respeto...

–¡Y la suerte que tenéis los hombres de poder elegir!

En eso y en todo, la mujer tenía mucha razón: ¡qué gran suerte tienen los hombres de poder tragar saliva, acercarte con la sostenible intención de caer bien y conceder a una desconocid­a la prerrogati­va de repartir cortes, lecciones y consejos!

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