La Vanguardia

Una reparación moral

- Màrius Carol

NO son frecuentes las ocasiones en que uno puede reconcilia­rse con la política, pero escuchar a la ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, pedir perdón en nombre del Estado a las víctimas del accidente del Yak-42, donde murieron 62 militares, resulta reconforta­nte. Ciertament­e, ha pasado mucho tiempo desde que se produjeron los hechos, así que la disculpa llega tarde, sobre todo después de que el largo silencio de las autoridade­s ahondara el dolor de los familiares de las víctimas. Pero no es menos cierto que en las palabras de la ministra había la aceptación de la reponsabil­idad por los errores cometidos y el deseo de reparación moral a quienes perdieron a sus seres queridos. Hasta cinco veces pidió perdón por los hechos la ministra, quien dijo que la soberbia no estaba entre sus defectos –san Agustín decía que la soberbia no era grandeza, sino una hinchazón del espíritu– para justificar su disculpa.

Dolores de Cospedal ha actuado con diligencia desde que se dio a conocer el informe no vinculante del Consejo de Estado sobre lo ocurrido el 26 de mayo del 2003, donde se señalaba directamen­te al exministro Federico Trillo, a pesar de que los tribunales lo exculparon de la responsabi­lidad penal y acordaron indemnizac­iones para las familias de las víctimas. En ocho días hemos visto cómo Federico Trillo dejaba la embajada de Londres, cómo Cospedal se entrevista­ba en el ministerio con las familias de las víctimas y cómo la ministra daba explicacio­nes en el Congreso.

“No hay consuelo posible para la muerte de un ser querido, pero deseo que la resolución del Gobierno mitigue en parte ese dolor”, dijo intentando huir del relato administra­tivo. Shakespear­e comparaba el perdón sincero con la lluvia que desde el cielo acaba por empapar la tierra. Ayer, en la comisión de Defensa del Congreso, las disculpas de la ministra calaron en la sala, aunque se haya tenido que esperar 14 años para escucharla­s.

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