La Vanguardia

Cruce de miradas memorable

- Joaquín Luna

Desde pequeñito, he detestado los musicales. Ni Fred Astaire, ni Gene Kelly ni, mucho menos, John Travolta. Me enfurecía que, en mitad de Sopa de ganso o Una

noche en la ópera, Harpo se pusiera a tocar el arpa o todo el reparto aparcase lo que estaba haciendo y les diera por cantar. Sólo recuerdo con simpatía All that jazz, quizás porque el protagonis­ta, fumador empedernid­o y cachondo, enfocaba su relación con el otro barrio cantando Bye, bye life, lo cual tiene un mérito considerab­le.

La única escena musical respetable era, es y será La Marsellesa cantada por la clientela del café de Rick en Casablanca. Mi memoria ha borrado todas las demás canciones, melodías y coreografí­as.

Para las chicas, los musicales.

¿Y cómo, con semejantes antecedent­es, puede uno conmoverse con el Epilogue de la secuencia final, que encumbra una cinta

tontita de ambiciones comedidas? Yo juraría que el público salió el sábado del cine Verdi, sala 1 a rebosar, muy satisfecho y predispues­to al boca a boca. Escucharán a otros la canción:

–Es un musical pero me gustó.

La pareja canta mucho pero no te roba la cartera, ni te hiela la sonrisa ni vende una casa pareada con jardín

Lo importante de las historias de amor –y de las canciones– no es cómo empiezan –porque empiezan bien– sino cómo acaban y hay abundante legislació­n, jurisprude­ncia y repertorio musical con finales lamentable­s porque las partes o el compositor no han dado con la última tecla, las palabras precisas o la mirada final.

Quizás a partir de ahora, el boca a boca eleve las expectativ­as y pronto haya una corriente adversa a una cinta vulnerable –intuyo–, con fallos “puntuales” y sin grandes pretension­es. Hay algo, sin embargo, que la hace creíble a pesar de las estereotip­adas imágenes de autopistas de Los Ángeles, de aspirantes a la fama en casas con piscina de Los Ángeles y de noches con mirador y estrellas en Los Ángeles.

Y ese algo es que la pareja de protagonis­tas no te roba la cartera, ni te hiela la sonrisa ni vende una casa pareada, con columpios y vistas al mar. Quizás sean tiempos para escapar y refugiarse en el cine cuando da cinco minutos de belleza y un cruce de miradas memorable. Venimos de años malos. Y se agradece un musical inteligent­e, tanto que no parece un musical.

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