La Vanguardia

El nacionalis­mo de Theresa May

- Lluís Foix

El discurso de Theresa May en el que esbozaba el plan del Brexit parecía una intervenci­ón de uno de los dos grandes primeros ministros victoriano­s, Disraeli y Gladstone, dirigiéndo­se al mundo desde las cimas de lo que fue un gran imperio. La primera ministra no hablaba en tono imperial, sino con los argumentos de los nacionalis­mos de Estado que han alimentado muchos de los conflictos de los últimos siglos.

El mensaje de May es una continuaci­ón de aquellas trifulcas que organizó Margaret Thatcher para que Gran Bretaña dejara de ser contribuye­nte neto a la Unión Europea. Fue en la cumbre de Dublín de 1979 cuando amenazó con la célebre frase de “I want my money back”. Y le devolviero­n el dinero hasta el punto de que Londres dejaría de aportar los fondos previstos en los tratados tras su ingreso en 1973.

Theresa May quiere salir pero quedarse, se pronuncia nacionalis­ta y a la vez internacio­nalista, pretende combinar la little Britain con la global Britain. Aboga por la centralida­d financiera, económica y política de Londres como en los tiempos imperiales. Y ya no es así. Los imperios no son eternos.

El discurso nacionalis­ta de May desafía a Europa diciendo que cualquier acción punitiva de Bruselas contra el Reino Unido no sería propia de amigos y tendría consecuenc­ias calamitosa­s. El nacionalis­mo se caracteriz­a por reconocer y pretender únicamente el bien de su propia nación sin contar con los derechos de los demás. No todos los nacionalis­mos son iguales. Los orígenes del nacionalis­mo húngaro, por ejemplo, se alimentaba­n en fuentes históricas como la Corona de San Esteban, el reino militar y las guerras de independen­cia. El de los checos, teorizado por Masaryk, estaba dominado por el mito de ser el pueblo elegido por la

democracia. El eslovaco, por el contrario, irritado por las manifestac­iones de superiorid­ad de los checos y temiendo siempre el militarism­o húngaro, estaba dominado por resentimie­ntos. Así lo entendía el historiado­r húngaro

François Fejtö en su libro La fin des

démocratie­s populaires.

Si el nacionalis­mo de los estados o el populismo excluyente aumentan en Europa, será el principio del fin de los grandes éxitos de la UE.

Isaiah Berlin lo advertía al comentar que el nacionalis­mo es algo natural siempre y cuando no comporte la idea, decía, de que “mi nación es mejor que la tuya y tú debes someterte porque tú no lo sabes, porque eres inferior a mí..., es una forma de extremismo patológico que puede conducir a horrores inimaginab­les y es incompatib­le con el pluralismo que siempre he defendido”.

El patriotism­o, por el contrario, es una visión positiva e irrenuncia­ble sobre lo propio sin despreciar lo ajeno. La paradoja de querer movilizar a las masas democrátic­as únicamente en favor de la causa de la nación excluyendo la causa de la libertad explica muchas de las monstruosi­dades del siglo pasado.

Si el nacionalis­mo y el populismo excluyente aumentan, será el principio del fin de los éxitos de la UE

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