La Vanguardia

El club de ‘esposas’ de América

Melania Trump sólo será objeto de atención mañana por el vestido elegido

- SILVIA HINOJOSA

Mientras los Trump deciden si la primera dama de Estados Unidos será la esposa del presidente o, a efectos prácticos, su hija Ivanka, lo que está claro es que será Melania quien desfile mañana junto a Donald Trump por la avenida Pensilvani­a de Washington, rumbo a la Casa Blanca, para simbolizar el traspaso de poderes con los Obama. Melania será objeto de atención por la ropa que elija para ese momento, pero sobre todo será por la noche, en el baile inaugural con el presidente, cuando atraerá todas las miradas hacia su vestido. Por qué se sigue tratando a la primera dama como un objeto decorativo junto al presidente es una pregunta aún sin respuesta, pero mujeres tan cualificad­as para estar en primera fila como Michelle Obama o Hillary Clinton se han visto en esa tesitura antes que la exmodelo Melania.

El cargo de primera dama, es conocido, no tiene obligacion­es, y aunque históricam­ente se espera de ella que sea sobre todo madre y esposa, es un cargo maleable. Acaban actuando como un reflejo de la sociedad estadounid­ense.

Michelle Obama, abogada licenciada en Princeton y Harvard, aparcó su carrera para mudarse a la Casa Clinton mostró enseguida ganas de romper moldes, pero la más inconformi­sta fue Eleanor Roosevelt Blanca hace ocho años y se ha ceñido al guión. Se ha guardado sus opiniones sobre asuntos delicados, ha sido la anfitriona, ha organizado las cenas oficiales y se ha centrado en promover iniciativa­s de interés público, como una alimentaci­ón saludable, además de impulsar campañas solidarias en ámbitos como la educación de las niñas. Pero también se ha revelado como una gran comunicado­ra, en algunos de los programas emblemátic­os de la televisión estadounid­ense. Nadie imita al presidente como ella..., aseguran.

La esposa de Obama, que ayer cumplió 53 años, ha sido además, después de Jacqueline Kennedy, la primera dama más estilosa y embajadora del estilo all-american. En un primer momento apoyó a diseñadore­s menos conocidos, pero luego abrió su vestidor a primeras marcas internacio­nales y desplegó una diplomacia soft en los viajes de Estado, con guiños a diseñadore­s locales, como el traje de Kenzo que llevó en Tokio o el modelo del hindú Bihbu Mohapatra con el que aterrizó en Nueva Delhi.

Antes que ella, Hillary Clinton había hecho historia por su afán de romper moldes sobre lo que se esperaba de la primera dama. Lejos de quedarse en el ala este de la Casa Blanca, el espacio tradiciona­l de la esposa del presidente, trasladó su oficina al ala oeste, donde está el despacho oval. Abonada al traje chaqueta como ropa de trabajo, explicó en sus memorias que su modelo fue Abigail Adams, defensora de la igualdad de derechos para las mujeres. Otra primera dama con perfil propio fue Eleanor Carter, que no sólo asesoraba a su marido en cuestiones importante­s sino que incluso asistía a las reuniones del gobierno. Pero la más poderosa e inconformi­sta fue Eleanor Roosevelt, en los años 30. Fue valiente en sus opiniones y, desafiando el veto al acceso de mujeres a las ruedas de prensa en la Casa Blanca, convocaba las suyas sólo para mujeres.

Otras han sido más tradiciona­les, como las Bush, Barbara y su nuera, Laura. O Nancy Reagan, aunque abordó la moda con audacia. Pero si hay una primera dama icónica es Jacqueline Kennedy, cuyo estilo juvenil y distanciad­o de sus antecesora­s –son caracterís­ticos sus trajes de dos piezas con chaqueta a la cintura, los abrigos trapecio, mangas francesas y sombreros pill-box– fue uno de los más imitados de los 60.

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El primer día. Michelle Obama (2013), con un vestido de Thom Browne y cinturón y guantes de J.Crew; Jacqueline y John Kennedy (1961), ella con un abrigo de lana beige y manguito de pelo de marta; Hillary Clinton (1997), con un vestido y abrigo rosa...
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