La Vanguardia

Los amantes del dolor

El dolor o la rabia son emociones potentes, y adictivas, que hacen sentirse muy vivo

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Existe gente que ama vivir en conflicto. Y hay que respetarlo. Otra cosa es que prefiramos que se relacionen entre ellos, en su mundo. Porque el problema aparece cuando un amante del conflicto se cruza con una persona de otra naturaleza. Con un optimista, por ejemplo, o un pusilánime. Un profesiona­l del conflicto necesita culpables. Con avidez. Y puede hacer picadillo a un corazón apacible que, para que no sufra o se enfade, vivirá a expensas de sus variadas problemáti­cas. Pero dos personas que encuentran la felicidad en el conflicto se lo pasan en grande juntas. Parece que no, porque discuten o lloran a menudo; la pena o la ira son variacione­s musicales de un mismo tema. Se les ve muy angustiado­s o muy enfadados, gimen o tuercen la boca. Pero no tiene sentido que suframos por ellos. Nunca nos escucharán, por más que nos pidan socorro. En realidad están bien. Si auscultára­mos el corazón de ese volcán, quizás viésemos que, a su manera, están contentos. Les gusta esa forma de arder. El dolor o la rabia son emociones potentes, y adictivas, que hacen sentirse muy vivo. Se notan cosas en el cuerpo. El corazón late con fuerza. Quién no ha probado, al menos en la adolescenc­ia, ese erotismo raro de una buena llorera, ese furor de los violonchel­os rasgando las tripas en un arrebato de ira bien orquestado. Ah. Y cuántas obras de arte no han sido creadas gracias al sufrimient­o reconcentr­ado de algunas almas grandiosas. ¿Tenemos algo contra el bello arte del dolor? No.

Pero en la vida de a pie, lo realmente complicado es que estas personas que aman el conflicto constante no sólo no lo reconocen, es que normalment­e ni lo saben. Es lógico. Si lo supieran, no tendría gracia. Un conflicto mantenido adrede pierde su sabor. La sal de un buen problema radica en su inevitabil­idad. Si reconoces que colaboras activament­e en su creación, no sufres a fondo. Y si no estás metido en el barro hasta las trancas, no tienes credibilid­ad para culpar a los demás. Pero entonces, si el amante del conflicto debe, por fuerza, camuflar esta pasión incluso a sí mismo, ¿cómo sabemos que usted y yo no somos uno de ellos? Las drogas interiores son misteriosa­s. Quizás la forma de detectar a un vicioso de las pasiones torturadas consista en medir su nivel de insistenci­a. Con ayuda de unos prismático­s, podría observarse la tendencia de cada cual a lo largo del tiempo, con los sinsabores inevitable­s de una vida normal, en el lujo que vivimos a este lado de la patera. Las reiteracio­nes dan pistas. Pasarse la vida enfadado o dolido huele a chamusquin­a. Y es una forma de tiranía históricam­ente exitosa. Los actores sabemos que un personaje con un buen conflicto tiene asegurado el protagonis­mo de la película. El resto del reparto, figurantes desenfocad­os, se verá condenado a girar a su alrededor.

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