Cada minuto, 1,3 infracciones
Crónica de dos horas en la esquina de la avenida Diagonal con la calle Pau Claris, donde los viandantes dan cada día un recital de imprudencias
Los periodistas son así de listos. De todos los días posibles para un trabajo de observación que obliga a permanecer dos horas sin moverse en una esquina, la fecha elegida fue una de las más frías y ventosas del invierno. El jueves, la víspera de que el Ayuntamiento hiciera público el balance de accidentalidad del 2016, este diario comprobó in situ por qué los atropellos mortales de viandantes se han disparado en Barcelona.
El rincón seleccionado fue la esquina de la Diagonal con Pau Claris, una de las citadas en el informe. En esta zona hay ocho semáforos, sin contar los de Pau Claris con Rosselló, otro de los “puntos de concentración de accidentes” que aparecen en el documento. Entre las 17 y las 19 horas, 155 personas cruzaron por lugares indebidos o con el semáforo en rojo, una media de 1,29 infracciones o indisciplinas peatonales cada minuto. No es una muestra científica, pero sí reveladora.
La cifra no incluye a los ciclistas ni a otro tipo de conductores. Sólo peatones. Y ni siquiera a quienes comenzaron a cruzar segundos antes de que el semáforo se pusiera en verde o que llegaron a la otra acera cuando ya llevaba unos segundos en rojo. El semáforo de los carriles centrales de la Diagonal está en verde unos 40 segundos (y unos 50 en rojo). Cuando la señal comienza a parpadear pasan cinco segundos hasta que cambia de color. Personas mayores, con dificultades de movilidad o invidentes no lo tie- nen fácil: estos semáforos carecen de señales acústicas. Los pasos de cebra tampoco alertan con pintadas en el suelo contra las imprudencias de los viandantes.
Con total seguridad, quienes no respetaron las normas de tráfico o el sentido común fueron muchísimos más, ya que es imposible que un único redactor controle a la vez ocho semáforos. Cinco protagonistas de 155 infracciones (algunos ciudadanos cruzaron de forma indebida más de un semáforo) iban con niños pequeños de la mano o en brazos, nueve estaban más pendientes del teléfono móvil que de los coches, dos llevaban auriculares y uno paseaba con un perro.
La medalla de plata fue para un imprudente que cruzó la Diagonal en diagonal (perdonen la redundancia) y sorteando el tráfico para que no se le escapara el bus 33. La de oro, para un padre con un móvil en la mano y un cochecito de bebé con la capota amarilla, que cruzó en rojo y entró a las 19 horas en un portal cercano (el cronista se calla el número, pero espera que tu mujer lea esto y te dé un tirón de orejas).
El peor punto es el semáforo del lateral de la Diagonal con Pau Claris del lado montaña y Besòs, junto a Calzados Peral, un comercio especializado en zapatos de ortopedia y a la medida. Este local ve cada día como centenares de barceloneses cruzan a destiempo, a juzgar por lo ocurrido el jueves. En la esquina del lado Llobregat, sin embargo, la farmacia Castro presencia muchísimas menos infracciones. A pesar de que la falta de atención de los ciudadanos y las imprudencias perfectamente evitables son muy importantes, también el Ayuntamiento tiene parte de culpa.
Uno de los peores carriles bici de Barcelona circula por este tramo de la Diagonal, y así seguirá hasta que se aclare el proyecto del tranvía. Se trata de dos simples rayas pintadas en la acera (y en muchos sitios muy mal pintadas o con la pintura casi borrada), lo que es un riesgo extra para los peatones, en especial en las proximidades de las paradas de autobús. Cerca de aquí, por ejemplo, se produjo el año pasado la desgraciada muerte de una mujer, a raíz de una caída cuando invadió sin darse cuenta el carril bici y un ciclista no la pudo esquivar.
La zona también está muy mal iluminada. El alumbrado público se encendió el jueves a las 17.45 horas, cuando ya comenzaba a oscurecer. Sin embargo, sorprendentemente cinco de las farolas de la avenida, lado montaña, entre Pau Claris y Roger de Llúria, no se activaron hasta las 18.25 horas, cuando ya era noche cerrada.
Sucedió el jueves en este rincón del Eixample, pero las conclusiones no serían muy diferentes en cualquier otro escenario de Barcelona. Eso pensó el cronista –gran inquisidor, acusador inmaculado y flagelo de las imprudencias ajenas– cuando después de dos gélidas horas en una esquina apretó el paso para tomarse algo bien caliente en un bar de la calle Rosselló. Y cruzó en rojo. Los periodistas son así de listos.
El semáforo junto a Calzados Peral parece estar de adorno: muy pocos son quienes deciden hacerle caso