Morir en la cola de la aduana
El principal paso fronterizo entre Chile y Argentina está a 3.500 metros de altitud, saturado y sin servicios
El principal paso fronterizo entre Argentina y Chile está a 3.500 metros de altitud, en el centro de los Andes y a los pies del Aconcagua. Las vacaciones veraniegas y la abultada inflación argentina provocan estos días un masivo éxodo al país vecino, con colas interminables de vehículos en el Paso Libertadores, donde este mes ya han muerto dos personas en una aduana con controles más propios del siglo XX que del XXI.
Chile y Argentina no están en guerra como podría desprenderse del férreo filtro fronterizo donde absolutamente todos los coches son revisados. No importa que sus ocupantes tengan que esperar hasta diez horas en días de especial afluencia, con colas que superan los diez kilómetros en medio de un paisaje inhóspito y sin servicios, exceptuando un par de puestos de bocadillos y unos baños públicos junto a la aduana. No importa si hay bebés, niños, embarazadas, ancianos, diabéticos o hipertensos.
Las localidades con servicios más cercanas al Paso Libertadores están a casi un centenar de kilómetros en cada sentido: la chilena Los Andes y la argentina Uspallata. Es una carretera de montaña, especialmente la bajada a Chile por Los Caracoles, una ladera de interminables curvas donde el martes pasado se despeñó el coche de una familia argentina, aunque sus cuatro integrantes se salvaron.
Además de la búsqueda de drogas, los chilenos se centran en evitar el paso de productos agropecuarios, para lo cual hacen bajar de los autos todas las maletas para escanearlas. Los agentes argentinos se preocupan de vigilar que sus nacionales no ingresen sin pagar el impuesto sobre los equipos electrónicos que compran de forma masiva en Chile. Históricamente, unos y otros se culpan mutuamente de las demoras.
El proteccionismo kirchnerista encareció los equipos tecnológicos. El Gobierno macrista suprimirá este año los impuestos a la importación de electrónica, pero aún así el 40% de inflación lleva a sus ciudadanos a viajar al país vecino, donde además aprovechan la diferencia de precios para pasar sus vacaciones del verano austral en la costa del Pacífico, donde los hoteles salen más baratos que en el Atlántico.
Viña del Mar vive este año una invasión de argentinos. Y también sus centros comerciales, donde arrasan con la ropa, teléfonos móviles y televisores último modelo. No sólo los que van en coche, pues es raro el avión entre Santiago y Buenos Aires que no cargue en su bodega varios aparatos de muchas pulgadas. El éxodo de argentinos hacia Chile es habitual en esta época, pero este verano ha aumentado un 30%. Si el año pasado tres millones de argentinos visitaron Chile, a finales de este año se estima que lo harán cerca de cuatro millones, casi la décima parte de la población de Argentina.
María Teresa de la Vega era una turista argentina de 62 años que murió en la cola de la aduana el lunes pasado, cuando las esperas alcanzaron las ocho horas. Acompañada por su marido y su hija, se sintió mal, pidió auxilio y tuvo que caminar más de un kilómetro hasta un contenedor habilitado como enfermería. No había ambulancia, que tardó 45 minutos en llegar, y ya no se pudo hacer nada para salvar a la mujer, que falleció de un paro cardiorespiratorio. Días antes, una peruana residente en Buenos Aires había muerto en un autocar tras cruzar la aduana también en dirección a Chile.
“No queremos que se haga una relación artificial entre los tiempos de espera y estos incidentes particulares, que tienen que ver con los estados de salud de cada turista”, declaró el gobernador de la provincia chilena de Los Andes al diario Los Andes Online, lavándose las manos. “La gente tiene que estar en condiciones de salud”, agregó. “Tiene que tener claro que va a estar por encima de los 3.000 metros de altitud; la hipertensión, la diabetes y otras manifestaciones de enfermedades se reflejan más en esta altura”, indicó al Canal 13 chileno.
El túnel del Cristo Redentor, de tres kilómetros e inaugurado en 1980, ayuda a reducir el tiempo del trayecto de apenas 400 kilómetros entre Mendoza y Santiago, al igual que el control fronterizo integrado donde agentes de Argentina y Chile hacen el papeleo migratorio codo con codo. Año tras año, los mandatarios de ambos países se reúnen y anuncian políticas de integración, mientras en el Paso Libertadores amplían las cabinas para atender a más vehículos para reducir los tiempos de espera que, sin embargo, aumentan.
Las autoridades alegan que todos los coches deben ser revisados por riesgos fitosanitarios y de narcotráfico, en lugar de aplicar controles inteligentes y aleatorios. La mayor parte de la droga que entra en Chile y Argentina no llega en coche, sino en contenedores, por avión o mediante porteadores de montaña a lo largo de una frontera de 4.000 kilómetros.
Una turista falleció tras caminar un kilómetro hasta una precaria enfermería en un contenedor