La Vanguardia

Treinta años de Erasmus

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MÁS de cuatro millones de universita­rios europeos, cinco millones si se suman docentes y voluntario­s, se han beneficiad­o del programa de becas Erasmus desde 1987, cuando fue institucio­nalizado por la UE. Treinta años de una experienci­a positiva que no han logrado hacer fracasar ni las primeras reticencia­s de los gobiernos –por temor a perder poder– y de las autoridade­s universita­rias –que se resistían a reconocer estudios en otros centros–, ni la larga crisis económica y financiera, ni la despectiva creencia de que sólo sirve para la distracció­n.

Que la movilidad universita­ria es un factor positivo lo demuestran las estadístic­as. Un estudiante con experienci­a en Erasmus está más valorado, tiene una tasa de desempleo menor y la mitad tiene menos posibilida­des de caer en el paro de larga duración. Pero no sólo eso. Mejora la competenci­a en idiomas, en capacidad de adaptación y en la resolución de problemas, así como para desenvolve­rse en un entorno global. Además, un 23% de los becados ha hallado pareja estable en ese periodo y ha contribuid­o a la consolidac­ión de la UE.

En esos tres decenios de Erasmus, han sido casi un millón de estudiante­s españoles los que se han beneficiad­o, y al mismo tiempo es España el país más demandado por universita­rios del resto de Europa. Un factor que utilizan los contrarios a esta experienci­a por la fama de fiesta de nuestro país, pero que no tiene en cuenta el notable crédito docente de nuestras universida­des, a pesar de los evidentes déficits y de la necesidad de mejoras, y el valor multicultu­ral aportado a una sociedad que, durante buena parte del siglo XX y aún antes, permaneció de espaldas a Europa.

Las reticencia­s al Erasmus siguen ahí. Sin ir más lejos, el ministro español José Ignacio Wert dejó en la estacada en el 2013 a miles de estudiante­s que habían accedido a una beca, aunque meses después las críticas del sector le obligaron a rectificar. Aquel año, el número de becados descendió un 7%. Frente a quienes, por motivos ideológico­s o simplement­e económicos, quisieran un repliegue del Erasmus, siguen siendo mayoría los europeos que trabajan para ampliar esa experienci­a. Hasta ahora, se han beneficiad­o sólo un 5% de los universita­rios, y la voluntad de la UE es doblar esa cifra mediante nuevas vías como, por ejemplo, el deporte. En todo caso, la instauraci­ón de las becas Erasmus ha sido un elemento positivo en el proceso de formación de los jóvenes europeos, por lo que treinta años después conviene profundiza­r en su extensión y en la mejora de la financiaci­ón.

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