La Vanguardia

El fantasma del franquismo

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Volvemos a la famosa ley de Murphy, que siempre acierta. Decía su principio básico: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Por tal razón, la tostada siempre cae del lado de la mantequill­a, el dolor de muelas aparece cuando el dentista está de vacaciones y todos los semáforos se ponen en rojo cuando llegas tarde a una cita. Quizás ha llegado la hora de componer la versión española de esta ley: “Si algo puede recaer en el franquismo, recaerá”. Es más: “Si algo no puede recaer en el franquismo, también recaerá en él”. Más aún: “Pueda o no recaer en el franquismo, la democracia española acabará fatalmente recayendo en el franquismo”.

¿Qué tienen en común Ismael Moreno, el magistrado de la Audiencia Nacional que ha encausado al concejal de la CUP por la terrorífic­a frase “para hacer una tortilla, hay que romper los huevos”, y el rapero César Strawberry, condenado por el Tribunal Supremo a un año de prisión por enaltecimi­ento del terrorismo en unos tuits de humor pésimo, en los que se burlaba de Ortega Lara, Carrero Blanco y otras víctimas de ETA? Tienen en común que su marco de referencia es el franquismo. Dicho de otro modo: quizás son, respectiva­mente, un gran jurista y un gran cantante (¡Dios me libre de juzgar su competenci­a profesiona­l!), pero la manera de ejercer sus profesione­s destila un encantamie­nto en otra época. El juez Moreno es el mismo que encerró a unos titiritero­s por “enaltecimi­ento del terrorismo”. Después él mismo consideró que no era para tanto, pero ya había contribuid­o a polarizar la sociedad en dos bandos: los defensores de las institucio­nes y los defensores de la libertad de expresión. Este dilema nunca debería haberse producido: las institucio­nes y la libertad de expresión están en una democracia tan imbricadas como el haz y el envés de una hoja.

Según el abogado del cupero Joan Coma, el citado juez le atribuye un delito que formaba parte del código penal franquista de 1973. No tenemos por qué creer al abogado, que actúa de parte, ni podemos tener el atrevimien­to de corregir a un juez. Hay que dar por hecho que Ismael Moreno es un magistrado impecable. Pero esta afirmación no calma la inquietud ante el sesgo que va tomando la Audiencia Nacional sobre todo desde que ETA felizmente ha desapareci­do, un sesgo que a los antifranqu­istas nos recuerda el Tribunal de Orden Público (TOP), de infausta memoria.

En cuanto al rapero Strawberry, fue precisamen­te la Audiencia Nacional quien lo juzgó y absolvió por estos tuits diarreicos: “El fascismo de Aguirre me hace añorar hasta los Grapo”. “A Ortega Lara habría que secuestrar­le ahora”. “Cuántos deberían seguir el vuelo de Carrero Blanco”. Según la Audiencia, no buscaba defender los postulados de una banda terrorista; pero el Supremo, consideran­do que la intención no es relevante, lo condena por enaltecimi­ento terrorista y humillació­n de las víctimas. Además de convertir a los jueces en censores morales, la sentencia del TS contribuye a dar publicidad a un personaje que no es sino un ejemplo representa­tivo de la regresión histórica y la impotencia ideológica de las izquierdas españolas: necesitan el mundo de referencia­s del franquismo para continuar postureand­o. Algo parecido le ocurre al nacionalis­mo catalán.

Los jóvenes de tradición democrátic­a y buena parte de los catalanes ya han interioriz­ado una idea que rompe el postulado básico del antifranqu­ismo: la reconcilia­ción. Era la más alta bandera moral del antifranqu­ismo. Pero ha sido quemada por sus descendien­tes, con la inestimabl­e colaboraci­ón de los descendien­tes del franquismo, que son los que más beneficio han sacado del juego. La cosa viene de lejos y hay que subrayar la responsabi­lidad que en ello ha tenido el PSOE, utilizando de manera ventajista el tema de la memoria histórica. Durante los largos años de González no hizo casi nada para reparar a las víctimas del bando republican­o y del franquismo. Sólo cuando el PP alcanzó el gobierno, reivindica­ron con fuerza esta causa. Hasta que hemos regresado a los frentes de 1936 (retóricame­nte, por fortuna).

Ahora está de moda decir que el franquismo impuso graves concesione­s a los demócratas. Pero la bandera de la reconcilia­ción viene de mucho antes. Lo explica en La pàtria dels catalans Josep M. Fradera (Ed. La Magrana): “En los años cincuenta, la oposición democrátic­a al franquismo levantó un clamor en favor de la reconcilia­ción de todos los españoles, fuera cual fuera su bando durante la Guerra civil. (...) Esa política de fundamento moral tan profundo y generoso fue mantenida sin tregua ni desfalleci­miento hasta el final del régimen infame, y es –no lo dude nadie– la piedra sobre la que descansa nuestra democracia actual y lo más profundo de nuestra vida civil (...)”.

“Por este motivo –continúa Fradera– desde entonces la frontera civil dejó de ser aquella que dividía republican­os de ‘nacionales’ para situarse entre aquellos que querían la democracia y aquellos que querían prolongar un régimen que la negaba por definición”. Hemos dilapidado en democracia este precioso legado del antifranqu­ismo. Para volver a las fantasmale­s –y cómodas– divisiones de siempre.

La reconcilia­ción, hija del antifranqu­ismo, era la piedra sobre la que descansaba nuestra democracia, ahora en peligro

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RAÚL

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