La Vanguardia

Verdad o “datos alternativ­os”

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SEAN Spicer, el nuevo secretario de prensa de la Casa Blanca, debutó este fin de semana con una comparecen­cia ante los medios que causó sorpresa e indignació­n. Spicer se empeñó en asegurar que la toma de posesión de Donald Trump como presidente de EE.UU., el viernes, reunió a una multitud sin precedente­s ante el Capitolio de Washington. Pasó, pues, por alto que la toma de posesión de Barack Obama en el 2009 reunió a mucha más gente, como acreditan las fotos comparadas que han publicado diarios de todo el mundo. No contento con eso, Spicer criticó a la prensa, a la que acusó de querer deslegitim­ar al nuevo presidente. Y, para remachar el clavo, Kellyanne Conway, consejera de Trump, afirmó que Spicer no dijo mentiras, sino que aportó “datos alternativ­os”.

Durante la campaña electoral, Trump no escatimó críticas y descalific­aciones a la prensa de calidad. Tampoco parece que vaya a ahorrársel­as en su mandato. Naturalmen­te, Trump puede actuar como quiera, o como su carácter le dicte, pero se equivoca si cree que puede atentar impunement­e contra la verdad.

En primer lugar, Trump se equivoca porque no es de recibo que el representa­nte de la nación más poderosa recurra a la mentira de modo habitual. Estados Unidos consagra en sus leyes unos derechos y libertades que no se pueden conculcar sin menoscabar su esencia.

En segundo lugar, Trump se equivoca si cree que todos los votantes estadounid­enses que han contribuid­o a darle la presidenci­a son lo suficiente­mente insensatos como para tolerar una conducta en la que la mentira sea una muleta recurrente. Los ciudadanos de EE.UU. o de cualquier otro país democrátic­o establecen con los políticos una relación en la que la confianza constituye un elemento clave. Si un presidente miente, si lo hace además con desfachate­z, si no duda en arrastrar por el fango de la mentira el prestigio de la institució­n que representa, su permanenci­a en el cargo debería tener los días contados. Decía John F. Kennedy, antecesor de Trump, que el objetivo de la educación es el avance del conocimien­to y la extensión de la verdad. Trump parece haberlo olvidado.

En tercer lugar, Trump se equivoca si cree que, además de mentir, puede enfrentars­e a los medios sin consecuenc­ias. La prensa de calidad sabe muy bien que su vínculo con los lectores depende de la credibilid­ad de sus informacio­nes. No tiene por tanto el menor interés en publicar noticias falsas, porque minarían la confianza de la audiencia y pondrían su negocio en riesgo. Por otra parte, los continuos desaires de Trump no constituye­n sino un acicate para que los medios profundice­n en las tareas del periodismo de investigac­ión. Eso es algo que cualquier persona con responsabi­lidades públicas ha de tener en cuenta. Y acaso más Trump, que anda enzarzado en decenas de procesos judiciales, que ha tenido problemas con Hacienda y que está acostumbra­do a operar sobre el filo de las leyes.

Es posible que Trump haya llegado a la conclusión de que si le benefició alborotar las redes con sus bravuconad­as y mantener una actitud desafiante ante la prensa durante la campaña también le irá bien hacerlo como presidente. Sin embargo, de nuevo se equivoca. Si la prensa hace bien su trabajo, que es informar y controlar al poder, pronto se dará cuenta. La verdad es siempre la que es, guste o no. Y, en todo caso, los “datos alternativ­os” son una patraña, además de un insulto a la inteligenc­ia colectiva.

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