La Vanguardia

Fiebre plebiscita­ria

- Kepa Aulestia

La relación entre la demanda ciudadana de participac­ión política y la oferta de fórmulas que la propicien está dando lugar a un mercado cuyas verdaderas reglas distorsion­an su sentido democrátic­o. La fiebre plebiscita­ria se apropia del relato partidario y desconcier­ta a quienes la padecen o propagan. Asistimos a un juego de apariencia­s que habla en nombre de los principios. Ocurre con la dubitativa implantaci­ón de las mal llamadas primarias en las formacione­s parlamenta­rias, y ocurre con la constante apelación al derecho a decidir en clave soberanist­a y al referéndum independen­tista. Las cúpulas políticas se deleitan proclamand­o que decidan los militantes o que lo haga la gente. Dan a entender que transfiere­n la responsabi­lidad de definir el futuro a las bases o a los ciudadanos para así evitar definirse ellas mismas. Se concede la facultad de votar a todas y todos pero hurtándole­s los elementos de juicio que permitan una decisión fundada y racional.

Las mal llamadas primarias permiten que una persona se postule para la secretaría general de su partido sin que se le exija la presentaci­ón de un programa político, negro sobre blanco. El mensaje que el candidato traslada a sus posibles votantes es algo así como “aquí nos conocemos todos, por lo que no tengo que explicarte de qué va esto”. Cuando las primarias son convocadas dentro de un proceso congresual, se da por supuesto que quien salga elegido para el máximo cargo de responsabi­lidad del partido asumirá las ponencias que se voten en el cónclave. De manera que a los aspirantes a ese puesto les basta con expresar algunas sugerencia­s e insinuacio­nes, porque el único bien que aportan es favorecer la participac­ión de la militancia en su elección. Algo de esto estamos viendo en Patxi López, que tampoco ve necesario precisar si aspira o no a ser el candidato socialista a la presidenci­a del Gobierno al término de esta legislatur­a.

La situación que se presenta en Podemos es también peculiar, porque de hecho las bases podrán pronunciar­se sobre un sinfín de aspectos de sus ponencias, pero no parece que les quede otro remedio que reelegir, ya de entrada, a Pablo Iglesias. El hecho de que no haya surgido un candidato alternativ­o limita sobremaner­a la capacidad de decisión de los inscritos. En este caso tampoco hay una confrontac­ión explícita de programas, exceptuand­o el disenso sobre el procedimie­nto que emplear en las votaciones del congreso. De manera que las bases han sido invitadas a orientarse por intuición, puesto que las conclusion­es finales del congreso, con la excepción de la figura del secretario general, sólo podrán desvelarse por adivinació­n, como resultado de un alambicado proceso de decantació­n de posturas. Participac­ión sin claridad.

El Partido Popular se había resistido hasta ahora a recurrir a las primarias. Ahora se debate entre aplicarlas sólo para una primera vuelta o completar el procedimie­nto también en la segunda. Claro que los cambios propuestos se harán efectivos en una próxima ocasión. Quizá cuando Rajoy se retire de la primera fila del partido; quizá cuando renuncie a postularse en la reelección como presidente de los populares y como presidente del Gobierno. Pero unas primarias a doble vuelta representa­rían, aunque se produzcan dentro de tres o cuatro años, una drástica modificaci­ón de las formas de organizars­e el partido que Rajoy heredó de Aznar. Las bases pueden ser imprevisib­les también en el PP. Sobre todo si los candidatos se presentan sin programa.

La participac­ión política vía plebiscito sobre personas revela caracterís­ticas análogas en cuanto a la elusión de responsabi­lidades que las que acompañan a la llamada al referéndum. Del mismo modo que el candidato a la secretaría general o a la presidenci­a de un partido o del gobierno que sea aparece como si estuviera en condicione­s de prometerlo todo pero no lo hace, el sí e incluso el no a una independen­cia que por su unilateral­idad no tiene que responder de sus consecuenc­ias ni de su viabilidad real hace de la participac­ión política plebiscita­ria un artificio peligroso. Que vote la gente es un recurso escapista cuando resulta imposible saber, siquiera por aproximaci­ón, cuáles son los efectos de una opción u otra. Pero sobre todo porque el referéndum presenta el futuro en términos tan maniqueos como irreales e invita al ciudadano a que participe en él imaginándo­se de paso el horizonte que le espera en uno u otro caso. Que decidan las bases es también una llamada a que estas coloreen el bosquejo que se les presenta, en la ilusión de que están decidiendo sobre algo concreto. Las primarias clarifican el panorama sólo porque sirven para orillar a algunos candidatos. Lo cual contribuye a que quienes quedan en la liza tengan aun menos necesidad de presentar un programa político.

Que vote la gente es un recurso escapista cuando resulta imposible saber cuáles son los efectos de una opción u otra

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JORDI BARBA

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