Artur Ramon retratado
AArtur Ramon se le puede escuchar en la radio y de vez en cuando visita Can
Cuní. Es un galerista de prestigio y un sólido historiador del arte que escribe con el apasionamiento del buen ensayista. Lo cacé este verano. La eficiente estanquera de Viladrau me consiguió su teléfono y en un pispás me planté en la casa de revista donde Ramon reposa con su familia. Casi sin querer, destiñéndose, nos miró desde el retrato que le hizo su amigo Miquel Barceló. Subimos al primer piso. Me explicó que acababa de escribir su particular recorrido erótico por el tratamiento de la mujer en la tradición pictórica. El libro se titula Falsas sirenas son. Ahora, a través de su mirada, con la coartada de la cultura, podemos hacer tranquilamente el voyeur.
Aquel día corregía el manuscrito en su estudio con vistas al Montseny, pero para su refugio él no usó la denominación convencional. Me pareció que para definir la habitación pronunciaba la palabra studiolo. No lo entendí y luego, saltando de entrada a entrada de la Wikipedia, até cabos. De origen renacentista, el studiolo era la cámara de un palacio donde su propietario se retiraba con el fin de meditar acompañado de curiosidades que coleccionaba. Un espacio de paz que es casi, por acumulación de objetos, como otro retrato. En las estanterías del estudio, Ramon tiene recuerdos del profesor José Milicua.
Me gusta la gente que no olvida a los maestros: es una manera honesta de agradecer y reconocer que nunca nadie nace enseñado. También es una forma de retratarse. Hablamos de Milicua, a quien él ya conoció cuando era pequeño, y de su misterio. Porque a pesar de su saber legendario, aunque fue una figura importante como catedrático en la facultad de Bellas Artes de Barcelona, el nombre del gran especialista en Ribera se difumina en el mar del olvido. ¿La causa? Milicua no publicó en vida ningún gran libro. Por eso su discípulo Ramon se ha pasado años reuniendo su obra dispersa. Trabajo terminado. El volumen Ojo crítico y memoria visual se presenta el jueves en el Palau Moja. En la portada hay un san Jerónimo de La Tour leyendo un documento con lupa. Es otro autorretrato inmejorable.