La semana de los barbudos
Días antes de la semana de los santos barbudos, los servicios meteorológicos pronosticaron una situación meteorológica de peligro por la irrupción de una masa de aire procedente de latitudes polares. Cuando llegó el frío anunciado, en buena parte del territorio los termómetros marcaron entre 1 y 10 grados bajo cero. Hizo frío y en poblaciones del litoral se alcanzaron algunos récords; nevó en Baleares, en la Comunidad Valenciana (con un excepcional temporal), en las montañas y en algunas cotas medianas; pero nada del otro mundo. Como la niebla que en invierno inunda las Terres de Lleida o la Plana de Vic.
Cuando a mediados de agosto el calor empieza a aflojar, en la Catalunya interior, algunas personas mayores se quejan de la baja temperatura nocturna, que bordea los 15 grados positivos, con la frase “hace un frío que pela”; y lo hacen con el mismo sonsonete que durante enero y febrero, cuando el termómetro marca cinco grados negativos.
Hablar del tiempo y la climatología ha sido desde siempre un ejercicio recurrente para entablar una conversación con el tendero, el vecino o el compañero de trabajo. Paradójicamente, cuando no hace “un frío que pela”, decimos que “hace frío, pero no es el frío de otros años...”. Cambiamos de refrán a cada paso, adaptando la filosofía popular a la caída de hojas del calendario. Al final acabaremos quejándonos de que los árboles sacan las hojas con cinco días de retraso o de antelación; que la primavera es demasiado verde y hay demasiadas flores en el mes de mayo; o que en otoño las hojas son demasiado amarillas, o demasiado rojas.
Mientras en muchos rincones del planeta la gente se preocupa por las horribles consecuencias del hambre, la eterna sequía, los tsunamis, los terremotos o la muerte de los refugiados, aquí tenemos la costumbre de recurrir al pánico climatológico y las bajas temperaturas hipotecan nuestras vidas. Hay indigentes que las pasan canutas en la calle, y en España más de cinco millones de personas sufren pobreza energética. Pero cuando hace frío, la mayoría estamos sentados, bien calentitos, en el sofá de casa, con el termostato puesto a veintidós grados.
El frío incomoda; pero el invierno se inventó para permitir que el frío se exprese en todas sus formas. No hay que exagerar. Es normal que, a veces, llegue una racha de aire polar o siberiano. Es normal que, de vez en cuando, la tramontana penetre las defensas montañosas del Pirineo; que durante algunas semanas de verano impere el bochorno; que llueva cincuenta días al año; o que caiga granizo tres veces. De la misma manera, es absurdo quejarse de que a finales de julio hace un calor insoportable, como si no fuera normal que, en plena canícula, los termómetros no acostumbraran a superar los 30 grados. Lo preocupante sería llegar a 10 grados bajo cero en pleno verano.
El pánico climatológico y las bajas temperaturas hipotecan nuestras vidas