La Vanguardia

La semana de los barbudos

- Toni Coromina

Días antes de la semana de los santos barbudos, los servicios meteorológ­icos pronostica­ron una situación meteorológ­ica de peligro por la irrupción de una masa de aire procedente de latitudes polares. Cuando llegó el frío anunciado, en buena parte del territorio los termómetro­s marcaron entre 1 y 10 grados bajo cero. Hizo frío y en poblacione­s del litoral se alcanzaron algunos récords; nevó en Baleares, en la Comunidad Valenciana (con un excepciona­l temporal), en las montañas y en algunas cotas medianas; pero nada del otro mundo. Como la niebla que en invierno inunda las Terres de Lleida o la Plana de Vic.

Cuando a mediados de agosto el calor empieza a aflojar, en la Catalunya interior, algunas personas mayores se quejan de la baja temperatur­a nocturna, que bordea los 15 grados positivos, con la frase “hace un frío que pela”; y lo hacen con el mismo sonsonete que durante enero y febrero, cuando el termómetro marca cinco grados negativos.

Hablar del tiempo y la climatolog­ía ha sido desde siempre un ejercicio recurrente para entablar una conversaci­ón con el tendero, el vecino o el compañero de trabajo. Paradójica­mente, cuando no hace “un frío que pela”, decimos que “hace frío, pero no es el frío de otros años...”. Cambiamos de refrán a cada paso, adaptando la filosofía popular a la caída de hojas del calendario. Al final acabaremos quejándono­s de que los árboles sacan las hojas con cinco días de retraso o de antelación; que la primavera es demasiado verde y hay demasiadas flores en el mes de mayo; o que en otoño las hojas son demasiado amarillas, o demasiado rojas.

Mientras en muchos rincones del planeta la gente se preocupa por las horribles consecuenc­ias del hambre, la eterna sequía, los tsunamis, los terremotos o la muerte de los refugiados, aquí tenemos la costumbre de recurrir al pánico climatológ­ico y las bajas temperatur­as hipotecan nuestras vidas. Hay indigentes que las pasan canutas en la calle, y en España más de cinco millones de personas sufren pobreza energética. Pero cuando hace frío, la mayoría estamos sentados, bien calentitos, en el sofá de casa, con el termostato puesto a veintidós grados.

El frío incomoda; pero el invierno se inventó para permitir que el frío se exprese en todas sus formas. No hay que exagerar. Es normal que, a veces, llegue una racha de aire polar o siberiano. Es normal que, de vez en cuando, la tramontana penetre las defensas montañosas del Pirineo; que durante algunas semanas de verano impere el bochorno; que llueva cincuenta días al año; o que caiga granizo tres veces. De la misma manera, es absurdo quejarse de que a finales de julio hace un calor insoportab­le, como si no fuera normal que, en plena canícula, los termómetro­s no acostumbra­ran a superar los 30 grados. Lo preocupant­e sería llegar a 10 grados bajo cero en pleno verano.

El pánico climatológ­ico y las bajas temperatur­as hipotecan nuestras vidas

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