La Vanguardia

“Sólo aceptando el sinsentido uno puede ser libre y alegre”

Tengo 42 años. Barcelonés. Soy doctor en Humanidade­s. Adjunto a la cátedra de Ética del IQS. Estoy casado y tengo tres hijos. Soy socialista: tenemos el deber de crear un mundo en el que a nadie le falte lo necesario. Soy católico practicant­e. Publico ‘Fi

- IMA SANCHÍS

Yo fui jesuita de los 20 a los 27 años, pero me enamoré y lo dejé. Quería llevar una vida normal,

ya sabe: trabajo, matrimonio, hijos...

Y lo consiguió.

Sí. Doce años después decidí escribir un libro sobre lo dura que es la vida normal, uno se enfrenta a una crisis de sentido muy fuerte. Frente a ello existe la literatura de autoayuda.

Que usted hace trizas...

Porque propone un optimismo facilón. Su premisa es que uno siempre puede mejorar, que el esfuerzo es recompensa­do, que en realidad no existen las dificultad­es, existen los retos.

Y si no consigues tus objetivos es porque tu empeño no ha sido suficiente.

Así es. Esa ideología dominante del triunfo es muy peligrosa, agresiva y poco compasiva: ante el hecho habitual de que las cosas no salgan como quieres, tendemos a culparnos a nosotros mismos, y la angustia vital se ensancha.

Para los pesimistas, ¿la vida es un fraude?

Entre los pensadores pesimistas existe la conciencia de que poseemos una capacidad para vivir en plenitud que la vida cotidiana no llena. Todos tenemos, aunque sea fugazmente, la experienci­a de que lo que amamos, en realidad, no

es ni puede ser tan valioso. Pero casi luchamos contra ese tipo de lucidez.

Lo archivamos en un rincón de la mente.

Tenemos modelos de felicidad grabados en la mente: la feliz comida de Navidad con toda la familia..., pero que nunca es como debería ser, no responde al estereotip­o de las películas. Yo creo que la plenitud es posible, pero no de la forma que se nos propone.

No es lo que postulan los pesimistas.

Su objeción hacia esta vida es la incompatib­ilidad entre ser, conscienci­a y alegría.

¿Y la posibilida­d de aislarse?

En 1984, de George Orwell, el protagonis­ta pretende a través de su diario crearse un mundo propio y aislarse, pero el sistema le alcanza y llega a transforma­r su interior.

Un pesimista considera la posibilida­d de que las cosas vayan a peor.

Sí, que se imponga el mal. Verdades que tenemos delante pero que preferimos no ver. La escala de destrucció­n y crueldad del siglo XX fue tan enorme que debería haber convertido al XXI en un siglo más humilde.

Esa barbarie no la tenemos presente.

Los pensadores pesimistas son consciente­s de esa realidad: de la guerra, la tortura, el hambre y el horror, y lo son por tanto del desamparo en el

que vivimos. Un pesimista es alguien que ha alcanzado un grado de lucidez sobre la falta de valor y lo absurdo de la existencia, y no ha querido expulsar esa idea de la conciencia, sino explorarla a fondo.

Los Pero pensadores­vivir con pesimistas­ese peso... no desesperan. En realidad,que hay son porquelos que saben defiendenq­ue son las improbable­s.cosas buenas Frente a la manifestac­ión de la vida como algo carente de sentido, ellos defienden que no hay que huir y refugiarse en falsos consuelos.

Uno no debe mentirse.

Sólo a partir de la aceptación del sinsentido y el sufrimient­o uno consigue cierta libertad y cierta alegría verdadera, y también la capacidad de ser compasivo y útil a los demás.

Todo es muy aleatorio, incluso tu suerte...

La solidarida­d viene de saber que tú has caído

en el lado bueno del mundo por suerte. Sólo entendiend­o que somos seres desvalidos podemos vivir con cierta alegría.

Entonces, ¿conciencia y felicidad no son incompatib­les?

A menudo entendemos la felicidad como una especie de olvido. Emil Cioran decía que tendría que haber una felicidad que integrara esa falta de sentido, y esa es la más difícil de alcanzar. La lucidez nos lleva a la aceptación de las propias limitacion­es. Fíjese en el matrimonio.

Uno se casa con una ilusión que el día a día va desgastand­o, la aceptación te otorga una alegría más gris, pero ir enamorándo­te continuame­nte y cambiando de pareja es vacuo.

El pesimismo no es motor.

El ideal del pesimista es Orwell, extremadam­ente lúcido sobre la situación social y política que le tocó vivir, pero que jamás dejó de actuar.

¿Cómo conseguir que esa lucidez del pesimista no se convierta en parálisis?

Una de las maneras de ser un hombre o una mujer de acción es estar convencido de tus ideas, pero eso no le puede hacer bien a nadie. Yo creo que la clave está en construir cierta humildad en nuestro interior que implica la admisión de las propias limitacion­es.

No reconocerl­as es locura...

Orwell lo expresaba diciendo que uno tiene que estar dispuesto a estar derrotado por la vida. Saber que tus proyectos no saldrán exactament­e como quieres o que la ayuda que intentas dar a los demás puede que sea insuficien­te.

¿Qué te puede activar si sabes que al final serás derrotado?

La decencia común, es decir: a pesar de todo hay ciertas cosas que son correctas. Si uno ha hecho un proceso de lucidez, tiene mayor libertad de actuar decentemen­te. Igual no transforma­rás el mundo, pero no responder a la altura de lo que te piden las situacione­s es mezquino.

Siempre nos quedará el ejemplo de Viktor Frankl.

Estoy de acuerdo: a pesar de todo, conviene decir sí a la vida.

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ANA JIMÉNEZ

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