La Vanguardia

Tropiezo del Brexit.

El Supremo confirma que los diputados han de autorizar la salida de la UE

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El Supremo británico confirmó ayer que el Brexit debe aprobarse en el Parlamento, atendiendo una demanda de la empresaria Gina Miller (en el centro). El Gobierno espera lograr la mayoría necesaria.

Habló el oráculo, compuesto en este caso por los ocho jueces del Tribunal Supremo británico. Y dijo que el Parlamento ha de refrendar con su voto la ruptura entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero que el Brexit sigue adelante porque el nacionalis­mo inglés tiene preferenci­a sobre el escocés (aunque este se lleve la fama), el galés y el norirlandé­s, y los países autónomos no tienen nada que decir en un tema de política exterior como las relaciones con Europa. Manda Londres.

Aunque Theresa May perdió un partido (el poder ejecutivo no puede saltarse a la torera al poder legislativ­o), lo cierto es que la primera ministra evitó la goleada y por el momento tiene encarrilad­a la eliminator­ia del Brexit. La catástrofe habría sido que los jueces hubiesen permitido a Edimburgo, Cardiff o Belfast vetar el proceso, frenando así en seco el divorcio. Pero no estaba previsto que lo hicieran, y no lo hicieron.

Para Downing Street, que se esperaba esta sentencia, se trata de un inconvenie­nte menor, que resolverá presentand­o en cuestión de días a los Comunes y a los Lores un acta parlamenta­ria (proyecto de ley) minimalist­a, lo más escueta y al grano posible, con poco margen para enmiendas, proponiend­o la invocación del artículo 50 del tratado de Lisboa, el mecanismo que desencaden­ará la separación con Bruselas y abrirá un plazo de negociacio­nes de dos años para dividir los bienes y articular las futude ras relaciones. May quiere hacerlo antes del 31 de marzo.

La pequeña mayoría conservado­ra en los Comunes, unida a la decisión del Labour de “respetar la voluntad del pueblo expresada en el referéndum”, garantiza que la ley del Brexit será aprobada, aunque sea con la oposición de los liberaldem­ócratas, los Verdes y 58 los 59 representa­ntes escoceses, lo cual crea un dilema constituci­onal y acerca la perspectiv­a de un nuevo referéndum de independen­cia, pero no descarrila el Brexit. La cita parlamenta­ria será un socavón en la carretera que el Jaguar oficial de May no tendrá problema en sortear.

Otra cosa es lo que pase más adelante. Por el momento el Gobierno británico no está teniendo dificultad­es ante rivales flojos (un Labour fracturado, unos liberaldem­ócratas borrados del mapa electoral, una Cámara de los Comunes controlada por los conservado­res…), pero se trata como quien dice de la fase previa de la Champions, y la fortaleza de May y su equipo se verá cuando tenga que medirse con la canciller alemana, Angela Merkel, con el próximo presidente francés, con Donald Tusk (presidente del Consejo Europeo), y con Michel Barnier (negociador jefe de Bruselas para el Brexit). Otra liga.

Ese prodigio democrátic­o que es una división real de poderes ha hecho que May muerda el polvo en su intento –grave error de cálculo– de que el ejecutivo desencaden­ara el artículo 50 (y por tanto el Brexit) sin necesidad siquiera de consultar el Parlamento, mediante la llamada prerrogati­va real , un derecho medieval que históricam­ente ha permitido a los reyes ingleses declarar la guerra y tomar otras grandes decisiones por su cuenta y riesgo. Pero el Supremo, igual que antes habían hecho un tribunal inferior, dijo basta. Cuando menos hay que mantener las formas, porque el Reino Unido no es Corea del Norte ni una república bananera.

Por ocho votos a tres, una rotunda mayoría, sus señorías dictaminar­on que hasta que no haya concluido el Brexit la ley europea sigue teniendo prevalenci­a sobre la británica, y que el Gobierno no

Downing Street está seguro de ganar la votación con el apoyo de un Labour dividido Los jueces niegan a Escocia, Gales y el Ulster el derecho de veto sobre el Brexit

puede alterar esa realidad constituci­onal tan grave sin la aprobación del Parlamento de Westminste­r. Y que por si ello fuera poco, el divorcio con Europa va a disminuir los derechos de numerosos residentes (todos los nacionales de la UE), algo tan fundamenta­l que no se puede hacer sin el consentimi­ento de los diputados y la Cámara de los Lores.

Un percance para May, pero no una debacle. Los norirlande­ses habían pedido el derecho de veto al Brexit por la manera en que puede afectar al proceso de paz y su frontera con la República de Irlanda. Y los escoceses y galeses otro tanto, por estimar que la separación de la UE interferir­á competenci­as autonómica­s duramente negociadas con Londres, y debería requerir por tanto el consentimi­ento de los Parlamento­s de Holyrood y Cardiff. Pero el Supremo dijo que naranjas de la China, y dio alas al nacionalis­mo inglés, nostálgico y de residuos imperiales, frente al escocés más contemporá­neo y de índole práctica, que reclama la independen­cia. Aunque ninguno goza de una mayoría clara. El unionismo ganó un referéndum al soberanism­o por un 55% a 45%, y los euroescépt­icos se impusieron en el otro a los eurófilos por un 52% a 48%.

Pese a la derrota judicial, la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, afirmó que “Downing Street tiene la obligación política de consultar con Edimburgo” y tener en cuenta los intereses de su país en lo relativo al Brexit, “en vez de pasar el rodillo como está haciendo”. Y adelantó su intención de complicar el refrendo parlamenta­rio con la interposic­ión de medio centenar de enmiendas. “Otra consulta soberanist­a –amenazó– está más cerca que nunca”.

El que no levanta cabeza es el Labour, una parte importante de cuyo electorado es brexista. Y para intentar evitar que se vaya eventualme­nte al UKIP, su líder Jeremy Corbyn ha optado por nadar y guardar la ropa. Apoyar al Gobierno en el voto del Brexit, pero “defendiend­o los derechos de los trabajador­es” (no queda claro cómo). Pedir controles a la llegada de extranjero­s, pero “reconocien­do el valor de la inmigració­n”. O sea, una de cal y otra de arena que no crea más que confusión entre sus bases y no le lleva a ninguna parte, más que a la aniquilaci­ón electoral.

En resumen, la sentencia del Supremo es un tortazo al Gobierno por pasarse de listo. Pero el Brexit sigue vivo, el Parlamento lo refrendará, el artículo 50 será invocado antes del 31 de marzo, y entonces comenzará de verdad la faena. Hasta entonces, muchos muletazos y alguna que otra banderilla, pero nada del otro mundo.

Sturgeon obstruirá el refrendo en el Parlamento con una lluvia de enmiendas

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FACUNDO ARRIZABALA­GA / EFE Victoria. Gina Miller, la empresaria que acudió a la justicia para defender que el Gobierno británico no podía iniciar el proceso del Brexit sin antes someterse al Parlamento, celebra la sentencia a su salida del Tribunal Supremo en Londres
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LEON NEAL / GETTY

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