Niños en el espejo
Ningún resultado compensará la energía que unos han destinado a intentarlo y otros a bloquearlo
Seamos sinceros: la tensión política entre Catalunya y España se parece más a las peleas de críos que a un pleito adulto, es decir, político. El ministro Dastis y el presidente Puigdemont, por ejemplo, se fotografían juntos como niños buenos en día de la primera comunión mediterránea. Simulan ser preciosos demócratas. Ahora bien, cuando la señorita no los ve, cuando las cámaras no enfocan, los juegos son tan insidiosos como en el patio del colegio más conflictivo. Todo lo que ha rodeado la conferencia del presidente catalán en Bruselas, por ejemplo: el niño chivato contra el niño travieso. ¿Para conseguir qué? Todo el mundo sabe que ningún resultado compensará la energía que unos han destinado a intentarlo y otros a bloquearlo. Dada la correlación de fuerzas, el desenlace, sea cual sea, será inevitablemente imperfecto. En el mejor de los casos, anodino: habremos perdido unos años. En el peor: estridente, las heridas tardarán años en cicatrizar.
En privado, son muchos los que querrían encontrar el camino de en medio: una salida, si no ideal, sí práctica, razonable y adulta. Un proyecto consistente que permita desatascar eficazmente el bloqueo político que provocó el fallo del TC en el 2012. Sin embargo, cada parte se debe a sus parroquias. Nadie osa cambiar el propio juego. Si alguien del sector independentista se atreviera a pedir tiempo muerto, se le tirarían sus compañeros de aventura a la yugular y lo crucificaban por botifler. Por la misma razón, por más que repitan la palabra diálogo, Rajoy y Santamaría no pueden proponer ninguna salida de verdad: sienten el aliento de Aznar en la nuca, que el otro día sacó a pasear el espectro de Ortega y Gasset: “España invertebrada”. Ya sólo queda el Cid por movilizar.
Durante muchos años, se ha repetido que el independentismo perjudica a la economía catalana. El presidente del Círculo de Empresarios lo afirmaba groseramente el pasado martes. Dice que las empresas huyen de Catalunya como de la peste. El hecho es que, con datos en la mano, Catalunya crece por encima de la media española y europea, lidera la reindustrialización, la exportación y el turismo. La economía catalana, en cifras, no va mal. Ciertamente: podría estar mucho mejor sin el lío. Por una vez, sin embargo, sería bueno que los que se oponen al independentismo se preguntaran como estarían los datos económicos generales si hubiera un buen entendimiento entre Catalunya y España. Si hicieran este ejercicio, se darían cuenta de que, si la España de matriz castellana abandonara, como ocurre en Suiza, la idea de que unidad y uniformidad son sinónimos, sería mucho más fácil fomentar la prosperidad común.
Es la economía, estúpido, decía el famoso eslogan de James Carville, estratega electoral de Clinton. Pues sí: es la economía. Han dedicado años a señalar la estupidez de la elección catalana con la esperanza de que la desgracia económica haga replantear las cosas a los catalanes díscolos. Pero ya va siendo hora de que se miren en el espejo: de momento, quien pierde potencial es España.