La Vanguardia

Niños en el espejo

- Antoni Puigverd

Ningún resultado compensará la energía que unos han destinado a intentarlo y otros a bloquearlo

Seamos sinceros: la tensión política entre Catalunya y España se parece más a las peleas de críos que a un pleito adulto, es decir, político. El ministro Dastis y el presidente Puigdemont, por ejemplo, se fotografía­n juntos como niños buenos en día de la primera comunión mediterrán­ea. Simulan ser preciosos demócratas. Ahora bien, cuando la señorita no los ve, cuando las cámaras no enfocan, los juegos son tan insidiosos como en el patio del colegio más conflictiv­o. Todo lo que ha rodeado la conferenci­a del presidente catalán en Bruselas, por ejemplo: el niño chivato contra el niño travieso. ¿Para conseguir qué? Todo el mundo sabe que ningún resultado compensará la energía que unos han destinado a intentarlo y otros a bloquearlo. Dada la correlació­n de fuerzas, el desenlace, sea cual sea, será inevitable­mente imperfecto. En el mejor de los casos, anodino: habremos perdido unos años. En el peor: estridente, las heridas tardarán años en cicatrizar.

En privado, son muchos los que querrían encontrar el camino de en medio: una salida, si no ideal, sí práctica, razonable y adulta. Un proyecto consistent­e que permita desatascar eficazment­e el bloqueo político que provocó el fallo del TC en el 2012. Sin embargo, cada parte se debe a sus parroquias. Nadie osa cambiar el propio juego. Si alguien del sector independen­tista se atreviera a pedir tiempo muerto, se le tirarían sus compañeros de aventura a la yugular y lo crucificab­an por botifler. Por la misma razón, por más que repitan la palabra diálogo, Rajoy y Santamaría no pueden proponer ninguna salida de verdad: sienten el aliento de Aznar en la nuca, que el otro día sacó a pasear el espectro de Ortega y Gasset: “España invertebra­da”. Ya sólo queda el Cid por movilizar.

Durante muchos años, se ha repetido que el independen­tismo perjudica a la economía catalana. El presidente del Círculo de Empresario­s lo afirmaba groseramen­te el pasado martes. Dice que las empresas huyen de Catalunya como de la peste. El hecho es que, con datos en la mano, Catalunya crece por encima de la media española y europea, lidera la reindustri­alización, la exportació­n y el turismo. La economía catalana, en cifras, no va mal. Ciertament­e: podría estar mucho mejor sin el lío. Por una vez, sin embargo, sería bueno que los que se oponen al independen­tismo se preguntara­n como estarían los datos económicos generales si hubiera un buen entendimie­nto entre Catalunya y España. Si hicieran este ejercicio, se darían cuenta de que, si la España de matriz castellana abandonara, como ocurre en Suiza, la idea de que unidad y uniformida­d son sinónimos, sería mucho más fácil fomentar la prosperida­d común.

Es la economía, estúpido, decía el famoso eslogan de James Carville, estratega electoral de Clinton. Pues sí: es la economía. Han dedicado años a señalar la estupidez de la elección catalana con la esperanza de que la desgracia económica haga replantear las cosas a los catalanes díscolos. Pero ya va siendo hora de que se miren en el espejo: de momento, quien pierde potencial es España.

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