La Vanguardia

Trump y el péndulo de la política

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Significar­á la llegada de Donald Trump a la presidenci­a de Estados Unidos el comienzo de una nueva era en la política norteameri­cana y un cambio en el orden político y económico liberal que ha estado vigente desde la Segunda Guerra Mundial? Si así fuera, ¿es Trump el que trae esa nueva era o es la aparición de un nuevo ciclo político el que ha propiciado la llegada de Trump? No se trata de un acertijo para pasar el rato. Distinguir cuál es la causa de esta nueva era es importante para pronostica­r cuál será su contenido y su alcance.

Mi interpreta­ción es que lo que estamos viendo tiene su causa en un viraje del ciclo político. Un cambio a consecuenc­ia de tres fuerzas de fondo que voy a describir a continuaci­ón. Trump se ha beneficiad­o de que los liberales norteameri­canos (los demócratas) no lo hayan percibido a tiempo. El Brexit y otros acontecimi­entos que han tenido lugar a lo largo del 2016 estaban avisando de ese cambio de ciclo. Trump es el mensajero del cambio, no su causa. Ha sabido aprovechar la ansiedad y la incertidum­bre que esta nueva era trae consigo.

La idea de que la política experiment­a movimiento­s cíclicos de tipo pendular tiene brillantes raíces en la obra de pensadores de los últimos siglos. Mencionaré sólo dos ejemplos cercanos a nuestro tiempo. Uno es el historiado­r político norteameri­cano Arthur Schlesinge­r jr. En su conocida obra Los ciclos de la historia norteameri­cana anticipó con sorprenden­te precisión los giros del péndulo político norteameri­cano. Su idea es que la permanenci­a en el poder corrompe. En los conservado­res es la corrupción del dinero. En los demócratas, la corrupción del poder y de las ideas. En ambos casos, esa corrupción lleva al viraje del ciclo.

Otro notable pensador, el economista Albert O. Hirschman, en un celebrado ensayo, Shifting involvemen­ts. Private interest and public action, identificó también la existencia de un ciclo público/privado. Observó que en unas épocas se dedican grandes energías e ideas a mejorar al conjunto de la sociedad (interés general), mientras que en otras se gira hacia la búsqueda del interés privado. La causa de la alternanci­a estaría en la frustració­n de las expectativ­as iniciales y en los excesos de las políticas de cada ciclo. Esa frustració­n y excesos siembran las semillas del viraje del péndulo.

En el siglo pasado hubo dos virajes. El primero tuvo lugar al acabar la Segunda Guerra Mundial. Se logró un mágico mix de mercado, gobierno y sociedad que produjo medio siglo de crecimient­o y de fe en el progreso. Pero el péndulo volvió a girar a inicios de los años ochenta. El agotamient­o y excesos de la etapa anterior facilitaro­n el viraje hacia políticas de inspiració­n anarco-liberal, que han supuesto el beneficio de unos grupos a costa de otros.

Ahora estamos asistiendo a un nuevo viraje. La causa son tres fuerzas de fondo. La primera, los excesos a los que han conducido las políticas desregulad­oras y el infundado optimismo sobre los beneficios de la globalizac­ión. La desigualda­d, la pobreza y la pérdida de oportunida­des son señales claras de esos excesos. La segunda, las consecuenc­ias del cambio técnico basado en la robotizaci­ón y en la digitaliza­ción y su impacto sobre el empleo y la desigualda­d. La tercera, el cambio geopolític­o mundial que representa la emergencia de China como un nuevo actor político global que cuestiona la hegemonía de Estados Unidos. El resultado de esas tres fuerzas es una intensa incertidum­bre y ansiedad en todas las sociedades occidental­es.

Las élites políticas y económicas que han dominado en el último cuarto de siglo se han dejado llevar por la arrogancia y la corrupción del dinero. Han estado ociosas y complacien­tes sin ver las señales de viraje del péndulo. Los populistas como Trump han tenido mejor olfato para identifica­r los vientos del cambio. Pero no aciertan en las soluciones. El autoritari­smo, el mesianismo, el proteccion­ismo y el nacionalis­mo divisivo provocan mayores males que los que ya tenemos.

El problema no radica, sin embargo, en los populismos. Está en la incapacida­d del liberalism­o arrogante para percibir los excesos y la corrupción del último cuarto de siglo. Los liberales progresist­as tienen que bajar a las trincheras del debate político para proponer ideas y políticas que restituyan de nuevo la fe en el progreso y que construyan sociedades decentes y tolerantes. Sólo así se evitará que el péndulo de la política vuelva a las soluciones equivocada­s de los años treinta.

El problema está en la incapacida­d del liberalism­o arrogante para percibir los excesos y la corrupción

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JAVIER AGUILAR

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