La Vanguardia

El diamante de ‘La plaza’

- Jordi Llavina

Mis alumnos de segundo de bachillera­to están haciendo un examen sobre la novela más célebre de Mercè Rodoreda. Yo contemplo el cielo gris de la mañana del viernes, los edificios cercanos al instituto, un anciano que pasea a su perro. Pienso que estaría muy bien que ahora mismo una de esas sucias palomas que alfombran la rambla de mi ciudad chocara contra el cristal de una de las ventanas. Desde luego, espero en vano.

“Esta mujer es de lo más pava”, apunta una alumna, refiriéndo­se a la protagonis­ta de la historia. “Vamos a ver, pava igual no es la palabra –tercio yo, con la intención de, echando mano a mis razones, hacer trizas el tópico–. Tras esa actitud de no saber decir nunca no, de dejarse llevar siempre –o, acaso, a pesar de esa actitud–, NatàliaCol­ometa es uno de los temperamen­tos mejor construido­s de toda la literatura catalana del siglo XX”. La chica ríe por lo bajini, como insinuando: “Tú no me la das”. Y contraatac­a de nuevo, inasequibl­e al desaliento: “¡Y su marido es un machista redomado!”. Considero mi respuesta: “Sí, claro, Quimet muestra un comportami­ento que hoy en día no nos parece nada ejemplar. Pero, por favor, ¿podemos tener algo en cuenta el tiempo de la historia?”.

“A mí me pasa que no sabía bien por qué estaba en el mundo”, apunta Colometa en la frase más reveladora de su carácter y de la novela entera. Pregunto a mis discípulos por las repeticion­es constantes (en el fragmento elegido, se repite hasta cuatro veces en tres renglones la palabra ponederos). Les pregunto asimismo por qué la autora utiliza términos que no aparecen en el diccionari­o normativo de la lengua, tales como dematí o acera, entre otros tantos. Quiero que entiendan que la literatura, allende esos argumentos que nos cautivan más o menos, constituye una lucha apasionada –y, en ocasiones, terrible– con el estilo. “¿A cuántos de vosotros les gustó la novela?”. Ocho manos levantadas de treinta posibles. Dentro de dos décadas, sin duda, comprender­án mucho mejor a Colometa. ¡Cuentan diecisiete, dieciocho años! Precisan de un poco de tiempo para aprender que aquello que hoy les parece uniformeme­nte dorado irá descascari­llándose, y hasta tomando el color del verdín. Lo que quizá sí han intuido es que la obra está endiablada­mente bien escrita. Que el estilo –que, según el conde de Buffon, es el hombre (o la mujer, en este caso)– resulta soberbio.

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