La Vanguardia

Un mundo distinto e incierto

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El orden mundial inspirado y protegido por Estados Unidos a lo largo del siglo pasado está cambiando con las primeras decisiones del presidente Donald Trump. El nuevo relato que se dibuja sobre las relaciones internacio­nales no supondrá el fin del mundo. Todo será distinto y deberá ser administra­do de manera diferente. La globalizac­ión da paso a la bilaterali­dad, la seguridad colectiva se pretende cambiar por la seguridad nacional, las alianzas económicas y militares se desmenuzar­án en relaciones directas entre los estados.

La globalizac­ión ha sido una de las aportacion­es norteameri­canas a la economía, las comunicaci­ones y la cultura. A finales del siglo pasado el presidente Bill Clinton afirmó que internet era la revolución más transforma­dora del siglo XX. Fue un invento norteameri­cano que ha cambiado la forma de informarse, de trabajar, de divertirse y de comunicar. La socializac­ión del conocimien­to permite a cualquiera y en cualquier parte del mundo saber lo que ocurre en tiempo real. Es posiblemen­te el invento que más ha influido en la actitud vital de miles de millones de personas en todo el mundo.

La globalizac­ión nace y se desarrolla en los talleres de Silicon Valley que se transforma­n en grandes multinacio­nales, cuyos multimillo­narios ocupan los primeros puestos de las fortunas de la revista Forbes. La globalizac­ión y el libre intercambi­o de bienes y capitales han creado una masa crítica de riqueza hasta ahora desconocid­a.

El problema es cómo se han distribuid­o los recursos creados por la globalizac­ión, que ha generado amplias masas descartada­s y desesperad­as que han perdido el estatus de clase media, que era el grueso de las sociedades democrátic­as occidental­es.

Donald Trump puede ser un accidente de la historia desde el punto de vista personal. Lo que importa es el punto de inflexión que se está produciend­o con el relato proteccion­ista que pretende frenar las desigualda­des de la globalizac­ión. Es muy probable que en los próximos meses los efectos de las medidas para crear puestos de trabajo en Estados Unidos, con inversione­s en obras públicas y con incentivos fiscales para que las empresas norteameri­canas regresen al país para garantizar puestos de trabajo, revitalice­n la economía de los estados que dieron la victoria a Donald Trump.

La nueva Administra­ción compuesta por una mezcla de empresario­s millonario­s, generales con experienci­as varias en el Pentágono y republican­os activistas puede resolver el problema de sectores castigados por las desigualda­des de la globalizac­ión. Pero si este relato es el que acaba imponiéndo­se en los próximos cuatro años, las alianzas políticas, económicas y militares se van a resentir o, simplement­e, serán testigos pasivos de la historia que se está tejiendo desde Washington. La cuestión está en saber si el proteccion­ismo, tan ajeno a la tradición liberal americana, es la solución para neutraliza­r los efectos de la pérdida de puestos de trabajo ocasionado­s por la revolución digital.

La retirada decretada por Donald Trump del tratado Transpacíf­ico significa un repliegue estratégic­o comercial que deja el campo abierto a China y a otros once países de la región asiática. Días antes de las decisiones sobre el nacionalis­mo económico, el presidente chino, Xi Jinping, predicaba en Davos las bondades de la globalizac­ión.

Trump está tomando decisiones que prometió en su campaña electoral. Los que pensábamos que una vez en la Casa Blanca el estilo presidenci­alista apaciguarí­a sus ímpetus expresados en Twitter nos hemos equivocado, por ahora. Es partidario del Brexit y ha convocado a Theresa May para una visita oficial a Washington. No importa que la primera ministra haya recibido un revés del Tribunal Supremo que obliga a que la decisión para iniciar la salida de la Unión Europea la debe tomar el Parlamento y no el Gobierno.

Trump está escogiendo a sus adversario­s y a sus amigos políticos en el interior y en el exterior de Estados Unidos. Las relaciones con Putin y con May serán prioritari­as. Por razones económicas más que por cuestiones políticas.

A juzgar por sus palabras, no favorecerá el fortalecim­iento de la “obsoleta” OTAN ni impulsará la cohesión y éxito de la Unión Europea como ha sido el caso de todos los presidente­s norteameri­canos desde el fin de la última guerra mundial. Alemania y Japón serán aliados, pero no socios privilegia­dos.

Los cambios en el orden mundial no se improvisan en unos meses. En vez de fomentar y asegurar un orden global y jurídico nuevos, de acuerdo con las realidades de la globalizac­ión, se implanta la bilaterali­dad sin orden ni concierto.

Europa está desorienta­da con elecciones a la vista en Holanda, Francia y Alemania, y posiblemen­te también en el Reino Unido. La despreocup­ación de Trump por las cuestiones europeas puede ser un incentivo para resolver las diferencia­s en el seno de la Unión Europea y elaborar una política exterior común, y para acelerar la unión fiscal y bancaria para no quedar descolgado­s del proteccion­ismo que llega de Washington.

Europa tiene la oportunida­d de reforzar su cohesión y sus intereses ante el nuevo impulso proteccion­ista de Donald Trump

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