La Vanguardia

El trabajo imposible de dos dentistas

Una pareja de refugiados sirios, pendientes de la homologaci­ón de sus títulos para poder ejercer de odontólogo­s en Catalunya

- ROSA M. BOSCH

Las posibilida­des de que una persona refugiada encuentre un empleo ya son muy limitadas, pero si encima el candidato supera los 55 años y todavía no ha conseguido la homologaci­ón de su titulación universita­ria, lograr un contrato es casi un milagro. Zaven Bakhig Oghli y Ani Kajalian han cumplido los 60 y 55 años, respectiva­mente; llegaron a Barcelona en el 2014 huyendo de la guerra en Siria, y están a la espera de que el Ministerio de Educación acredite su formación en odontologí­a. De momento, los más de 30 años de experienci­a en su clínica de la ciudad de Alepo, bombardead­a en el 2012, de poco sirven. Además, la edad es un lastre.

Ani lo ha comprobado. Mientras no pueda ejercer su profesión en Barcelona envía currículum­s para otras ocupacione­s. “Me llamaron del aeropuerto de Barcelona, de las tiendas, para un trabajo. Me preguntaro­n si hablaba inglés, contesté que sí, y luego cuántos años tenía... Cuando dije que 55, respondier­on que buscaban a alguien más joven...”, cuenta Ani, en la sede de Càritas, entidad que les ha cedido un piso y se ocupa de su manutenció­n mientras no consigan la autonomía. La pareja tiene un hijo de 14 años, que está estudiando tercero de ESO, una hija de 30 años, que acabó Medicina en Siria y también reside en Barcelona con su marido, y otra que emigró a Estados Unidos. “En agosto del 2012 las bombas destruyero­n nuestra clínica de odontologí­a. Suerte que pasó pronto, antes de que abriéramos”, añade Ani, que, al igual que su marido, obtuvo la condición de refugiada en junio del 2016.

Zaven y Ani, cristianos de origen armenio, intentaron seguir con su especialid­ad en otro centro de Alepo, pero al mes desistiero­n y vieron claro que no querían asumir más riesgos. “Recibimos amenazas de muerte y trabajábam­os en malas condicione­s, sólo había electricid­ad dos horas al día. En octubre, nuestra hija mayor ya abandonó el país y vino con su marido a Barcelona. En el 2014 nosotros hicimos lo mismo”, relata la pareja.

Desde Catalunya siguen con angustia las noticias que les llegan de Siria, donde continúan viviendo hermanos, sobrinos y la madre de Ani, de 85 años. “Anoche hablé con ella por teléfono –contaba el lunes–. Me dijo que está bien, pero que sigue sin electricid­ad, algo normal en Alepo. Las familias se arreglan con generadore­s. Tampoco hay agua corriente, tienen que comprarla en garrafas”. El Alepo que dejaron en 2014, ya herido por las bombas, no tiene nada que ver con el actual. El 25% de la ciudad vieja ha sido demolido.

Aquí, a 4.000 kilómetros de distancia, llenan el tiempo cuidando de su nieta de tres años, nacida en Barcelona; perfeccion­ando su castellano para sacarse el nivel B2 y ejerciendo de voluntario­s. “En Alepo éramos nosotros los que ayudábamos a otras personas y ahora es muy duro pedir ayuda para nosotros. Sólo necesitamo­s un trabajo para poder ser independie­ntes”, proclama Ani. Caritas les planteó que ejercieran de una suerte de cicerones de una familia de Siria que llegó a Barcelona hace unos meses para que su hija de un año fuera atendida en Sant Joan de Déu de una malformaci­ón en un ojo. “Los acompañamo­s al hospital, hacemos de traductore­s con los doctores. Ya la han operado dos veces, pero todavía le quedan varias intervenci­ones”, detallan.

Cuando aterrizaro­n en Barcelona hace unos dos años y medio se instalaron en el piso de su hija y luego Creu Roja les facilitó una vivienda compartida con otras personas en Sant Feliu de Llobregat. Cuando la tuvieron que dejar, el Ayuntamien­to de esa localidad les pagó el alquiler de otra en Torre Baró y ahora viven en una de Càritas en Trinitat Nova. Juana Martín, responsabl­e del servicio de apoyo al refugiado de esta entidad, apunta que actualment­e alojan a 90 refugiados en 14 pisos y que tienen una larga lista de espera para poder ofrecer un techo a familias de Ucrania, Rusia, Venezuela, India, Nigeria, Costa de Marfil, Siria, Camerún...

Ahora, el objetivo número uno de Zaven y Ani es aprobar el examen de B2 de castellano para completar el expediente que les debe facilitar la homologaci­ón de su título y con mucha suerte un empleo.

Mientras esperan un empleo ejercen de voluntario­s: ayudan a una familia siria con un bebé en el hospital

 ?? KIM MANRESA ?? Zaven Bakhig Oghli y Ani Kajalian, fotografia­dos este lunes en Barcelona
KIM MANRESA Zaven Bakhig Oghli y Ani Kajalian, fotografia­dos este lunes en Barcelona

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