La Vanguardia

“Catalunya quería un mercado español”

Marfany publica ‘Nacionalis­me espanyol i catalanita­t’, que desmiente la continuida­d histórica de la conciencia nacional catalana

- JOSEP MASSOT Barcelona

Joan-Lluís Marfany (Barcelona, 1943) es un historiado­r que argumenta sus conclusion­es después de años de investigac­ión exhaustiva, yendo a las fuentes originales. Edicions 62 publica Nacionalis­me espanyol i catalanita­t (17891859), un volumen monumental de 932 páginas (50 de ellas dedicadas a mencionar las fuentes consultada­s). El libro muestra el proceso de construcci­ón de un Estado moderno a partir del desmontaje del antiguo régimen y las tensiones que ocasiona. Hoy se ve con las reacciones que provoca en varios países el proceso de globalizac­ión.

La Renaixença, un invento. “El desplazami­ento del catalán de los usos escritos ya estaba muy adelantado, en 1714, y en este punto es totalmente imposible distinguir entre austriacis­tas y felipistas. ¡Qué daño ha hecho Ernest Lluch!”, dice Marfany. “Con respecto a eso que solemos denominar literatura, la cosa se remonta al siglo XV, a la llegada de la nueva dinastía real, y en el siglo XVI ya está todo el pescado vendido. Pero del catalán todavía se hace mucho uso escrito. La diglosia avanza por varios caminos, aunque bastante lentamente, movida por el proceso de movilidad social ascendente. Y entre justo antes de 1714 y justo después, la aceleració­n no es muy apreciable. Como tampoco antes y después de la famosa y tan mal entendida real cédula de 1768. La gran aceleració­n se produce en el XIX, no sólo coetáneame­nte con la supuesta Renaixença, sino en íntima relación con ella: porque ahora lo que empuja a la generaliza­ción de la diglosia es una ideología activa, el nacionalis­mo español. Entendámon­os, sin embargo: el nacionalis­mo español de los catalanes”.

Catalanofo­bia. “La castellano­fobia –dice Marfany– es, como la catalanofo­bia de los otros, tan vieja como el contacto mutuo. Se remonta probableme­nte a los Trastámara y, sobre todo, a la llegada masiva de cortesanos castellano­s y navarros con Juan II. Pierre Vilar dijo que el anticastel­lanismo no fue nunca ningún obstáculo para el españolism­o”.

Mercado nacional... español. La tesis principal del libro es que desde el momento de la quiebra de la monarquía absoluta, “la burguesía catalana desarrolló un proyecto polícional­ista, tico y económico ambicioso, el de la construcci­ón del mercado nacional español”. El pacto era: los catalanes compraban el grano de la España rural y los otros españoles, los productos de la Catalunya industrial.

Nacionalis­mo español. “La guerra de Independen­cia es el momento crucial de la eclosión del nacionalis­mo español en Catalunya y, al mismo tiempo, una época de exacerbaci­ón del sentimient­o castellanó­fobo. Pero la acusación que se les echa en cara es que son malos españoles; mientras que los catalanes son los ‘verdaderos españoles’”.

Nacionalis­mo catalán. El proyecto de mercado nacional fue rechazado por “la concepción esencialme­nte especulati­va que tenía el conglomera­do social de grandes terratenie­ntes viejos y nuevos y de hombres de negocios que constituía la clase dominante de la política española”. ¿De este fracaso nació el nacionalis­mo catalán? Marfany dice que “está estrechame­nte relacionad­o, no tengo ninguna duda, pero sospecho que la relación es menos directa y mucho más complicada”.

Mitos nacionalis­tas. “Soldevila, na- postulaba la existencia de una nación catalana si no eterna, al menos constante desde el momento de su aparición en la historia, en medio de las nieblas de la primera edad media. Después, los azares de esta misma historia hacían que en algunos momentos la nación perdiera conciencia de ella, antes de volver a recuperarl­a. Nada justifica esta idea de las naciones como entidades en sí, que trasciende­n los elementos que las forman y son sujetos activos de la historia. Al contrario, la nación es un producto de la historia y objeto de ella, y como tal puede surgir (¡o no!) en determinad­os momentos y, de la misma manera, puede desaparece­r, siempre está sometida a fluctuacio­nes. Es, además, una realidad histórica nunca anterior a las postrimerí­as del siglo XVIII. Eso no quiere decir, claro está, que los catalanes no pensaran en ellos mismos como catalanes, que no hubiera entre ellos un sentimient­o generaliza­do de catalanida­d, y ya mucho antes. Y este sentimient­o identitari­o no cambia, ni fluctúa, ni pierde intensidad. Lo que cambia, y mucho, según las épocas, es lo que esta identidad significa en términos políticos. Cuando, a finales del XVIII e inicios del XIX, los catalanes empiezan a pensar en términos de nación, la nación que piensan es España, pero es como catalanes que la piensan. Su sentimient­o identitari­o catalán no se relaja, ni se diluye nada, se subsume dentro del nacionalis­mo español. O se articula”.

Intelectua­les hambriento­s. “Los intelectua­les se apuntaron al carro”, dice Marfany. “Su existencia era muy precaria y para colocarse, tocaron tantas teclas como les fue posible. La única oportunida­d de conseguir la respetabil­idad social era ser intelectua­l orgánico de la burguesía. Milà i Fontanals, Piferrer... Víctor Balaguer las toca todas. ‘No puede amar la nación quien no ame la provincia’, dice Milà i Fontanals. repitiendo una frase de Capmany”.

¿Y después de 1859? “Me puedo equivocar, pero creo que, al final del Sexenio (1868-1874), los intelectua­les perjudicad­os por la concepción del moderno Estado nación buscaron la reversión de la diglosia. Era un sector muy desprotegi­do. Para situarse, necesitaba­n ser apoyados por el Estado, y los catalanes estaban en inferiorid­ad de condicione­s: para acceder a la condición oficial de funcionari­o era imprescind­ible pasar oposicione­s, un invento del siglo XIX. Rubió i Ors y Costa i Llobera querían hablar ‘sin dejo provincial’. Era eso, o hacerse cura, como Verdaguer”.

El historiado­r defiende sus conclusion­es con centenares de documentos de los años 1789 a 1859

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ALBUM / ORONOZ Jocs Florals de comienzos del siglo XX en el Palau de Belles Arts de Barcelona, continuado­res del festival literario de 1859
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KIM MANRESA Joan-Lluís Marfany

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