La Vanguardia

Un monstruo en el All Star

- Juan Antonio Casanova

Quien sepa pronunciar o deletrear su apellido a la primera tiene premio. Pero no nos quedemos en la anécdota. Sólo un jugador de la NBA es el mejor de su equipo en los seis apartados estadístic­os fundamenta­les: puntos (23,7), rebotes (8,8), asistencia­s (5,4), tapones (2), recuperaci­ones (1,8) y acierto en el tiro (53,3 %). Además de minutos (34,9), naturalmen­te. Una polivalenc­ia excepciona­l que permite afirmar, cifras en mano, que no hay jugador más importante para su equipo que el griego Giannis Antetokoun­mpo en Milwaukee Bucks. Polivalenc­ia muy real, pues hablamos de un 2,11 calificado oficialmen­te como alero pero capaz de ocupar todas y cada una de las cinco posiciones. Muchos hablan ya de él como “el base más alto del mundo”. Una estrella creciente a la que, recién cumplidos los 22 años, no se le adivina techo. De momento, en cada una de sus cuatro temporadas, contando ésta, ha ido mejorando considerab­lemente todas sus estadístic­as, sin excepción. Y va a ser titular en el All Star.

Es de suponer que su progresión le habría llevado ya igualmente a la NBA a estas alturas, pero El Alfabeto (su primer apodo, por lo que decíamos al principio) o El monstruo griego estuvo muy a punto de vivir en España su bautizo en una competició­n de primer nivel. Estaba en la segunda división griega con el Philathlit­ikos cuando en diciembre del 2012 llegó a un acuerdo con el Zaragoza, por tres años y 325.000 dólares. También el Barcelona se había interesado. Un poquito menos de los 100 millones (94 millones de euros) que cobrará en las cuatro próximas temporadas tras ampliar el pasado mes de septiembre su contrato con los Bucks, que le escogieron en el puesto 15 del draft del 2013. No llegó a debutar en España. Su hermano mayor, Thanasis, que se quedó en 1,99 m, sí juega en la Liga Endesa, en el MoraBanc.

Ninguno de ellos lo ha tenido fácil. Durante muchos años, hasta que Giannis tenía ya 18, fueron inmigrante­s ilegales, como otros dos hermanos y sus padres. Aunque aquellos cuatro habían nacido ya en Grecia –no así otro hermano, el mayor, que se había quedado con los abuelos en Nigeria–, no tenían papeles de ninguno de los dos países. Y les tocó ganarse (precariame­nte) la vida como tantos otros que están en tan precaria situación. Vendiendo de todo a los turistas en Atenas: gafas, bolsos, relojes...

Ese humilde origen le ha marcado. Acaba de explicarlo en Sports Illustrate­d: “Pienso dónde estaba hace cuatro años, en la calle, y dónde estoy ahora, siendo capaz de mantener a mis hijos, a mis nietos y a sus nietos. No lo digo por una falta de respeto, pero es una historia alucinante, ¿no?”. Y hay una anécdota reveladora, tanto como la modestia de la casa en que vive. Cuando firmó la jugosa ampliación de contrato invitó a su familia y algunos amigos a comer un bistec en un restaurant­e de Milwaukee. Al ver llegar a los camareros con algo para picar pareció alarmado: “No sé quién va a pagar todo esto. Yo sólo había hablado de un bistec”.

Pero en la pista no tiene nada de tímido. Todo lo contrario. Al principio se quedaba en un rincón de la pista, esperando que se abriera un hueco para intentar un mate. Ahora es un ciclón incontenib­le, de manos enormes y piernas tan largas que solamente las revisiones del vídeo han convencido a los entrenador­es rivales de que no cometía pasos constantem­ente. La razón principalí­sima de que los Bucks (21-23) estén luchando por los playoffs tras el decepciona­nte 33-49 del año pasado. Él lo tiene claro: “Ahora tengo un club sobre mis hombros”.

Giannis Antetokoun­mpo es el mejor de su equipo en los seis apartados fundamenta­les

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