“El año que viene en Jerusalén”
Trump podría aplazar su promesa de trasladar la embajada a la Ciudad Santa por temor al incendio en el mundo árabe
La patata diplomática más caliente en la luna de miel entre los gobiernos de Beniamin Netanyahu y Donald Trump parece ser el posible anuncio de la Casa Blanca de trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén y el temor a la reacción que se produzca en Palestina y el resto del mundo árabe. Lo que en un principio fue recibido en Jerusalén con aplausos y gritos de satisfacción es visto ahora como una medida de carácter simbólico que incluye diversas desventajas. Una alta fuente palestina anónima, citada por el diario árabe Asharq al Ausat, informó que Ramala ha recibido una notificación de la Administración Trump según la cual el movimiento de la embajada queda, por ahora, congelado. Un portavoz del presidente Mahmud Abas, Ahmed Maydalani, certificó la veracidad de la información.
Quizás por eso, la semana pasada uno de los dirigentes israelíes más populares, el jefe del Estado Mayor, Gadi Eizenkot, ordenó a sus generales que no señalen públicamente el nombre de Trump. El motivo: en las últimas semanas, todos los foros de debate de la Kyria, la sede del ejército en Tel Aviv, están enzarzados en múltiples análisis sobre qué representa el cambio de presidente en Washington. Para el Tsahal, la gran pregunta es: ¿qué ocurrirá si el embajador de Trump, David Friedman, traslada la legación a una ciudad con demasiada historia para tan poca geografía?
Mucho dependerá de la primera reunión entre los dos mandatarios aliados, que ocurrirá en las próximas semanas en la Casa Blanca. Sin embargo, por ahora los enviados de la nueva Administración en Washington intentan tranquilizar el ambiente, afirmando que se trata de un proceso muy largo, comparable a la mítica frase “El año que viene en Jerusalén”.
Trump declaró durante y después de la campaña electoral que su intención sigue en pie y, cuando más le vitorearon en Israel, los palestinos y el mundo árabe incrementaron sus advertencias sobre las consecuencias apocalípticas y la nueva ola de violencia que podría estallar como resultado.
Aunque Jerusalén occidental no es reivindicada por los palestinos y es parte de Israel desde la creación del Estado en 1948, ningún país extranjero tiene embajada en la ciudad santa, desde que en el 2006 Costa Rica y El Salvador decidieron seguir a los demás países e instalaron sus representaciones diplomáticas en Tel Aviv. Si Trump se decide finalmente, la embajada de EE.UU. en Jerusalén supondrá un punto de inflexión. Los dos países árabes que tienen firmada la paz con Israel, Jordania y Egipto, encabezan la campaña contra la promesa norteamericana. El rey Abdalah de Jordania –que se reunió con Abas el pasado domingo– debatió una serie de medidas contra Israel si la embajada finalmente se traslada. En su arsenal se cuenta la posibilidad de retirar su embajador en Israel, detener la cooperación en materia de seguridad con el Estado judío y, según los más pesimistas, incluso cancelar el acuerdo de paz firmado en 1994.
Sin embargo, Abdalah no lo tendría fácil. El 60% de las exportaciones jordanas pasan ahora por territorio israelí en miles de camiones que, desde el inicio de la guerra siria, exportan e importan desde el puerto de Haifa. A su vez, Israel es muy activo en la lucha contra el Estado Islámico y presta ayuda a Jordania en inteligencia y asesoramiento militar.
También Egipto ha advertido que el tema de la embajada es muy explosivo. Su ministro de Exteriores, Sameh Shukri, consciente del peligro de que se convoquen manifestaciones multitudinarias que podrían debilitar aún más al Gobierno militar egipcio, reitera que el espinoso asunto de Jerusalén debe dirimirse entre israelíes y palestinos y no mediante decisiones unilaterales.
Quizás por la presión árabe, el entorno de Trump da la impresión de querer congelar la decisión, postergándola quizás para el día de Jerusalén, el próximo 24 de mayo, fecha en que según el calendario hebreo se conmemora el 50.º aniversario de la guerra de los Seis Días de 1967. La sensación es que Trump pide una prórroga, algo que un ministro israelí describió a este diario con la expresión inglesa “Don’t call us, we will call you” (esperen, no nos llamen, nosotros les llamaremos).
Según los análisis del ejército israelí, la decisión norteamericana tendría impacto en cuatro círculos: el primero, entre los palestinos de Israel, que suponen un 20% de la población y cuyos movimientos islamistas del norte y sur, ahora minoritarios, podrían aprovechar para ganar adeptos. Para los islamistas residentes en Israel y para Hamas, que gobierna en Gaza, una embajada de un país cristiano en Al Quds (Jerusalén en árabe) sería como un retorno de los cruzados.
El segundo círculo es la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que muestra signos de pánico ante el cambio de presidente en Washington. Ramala teme que las protestas en las calles contra la decisión se les vayan de las manos y la ANP acabe perdiendo el control de Cisjordania.
El tercero es el de los países suníes de la región, con los que Israel tiene en los últimos años un vínculo cada vez más profundo, sobre todo en materia de defensa e inteligencia, para hacer frente común a las dos amenazas que sacuden a los pragmáticos del mundo árabe: el EI y el régimen de los ayatolás de Irán. El rey jordano descubrió con estupor que, según las encuestas, casi un 10% de su población apoya a grupos islamistas radicales. Por eso, necesita más que nunca el apoyo tácito de Israel y EE.UU. para garantizar la continuidad del régimen hachemí de Jordania.
El cuarto y último es el de las comunidades musulmanas en el mundo, algo que puede repercutir sobre embajadas israelíes, intereses comerciales israelíes en el mundo e, incluso, en las propias comunidades judías de la diáspora. Por ahora no ha ocurrido nada, pero el ambiente se está caldeando, al menos en las declaraciones. Por ello, el Estado Mayor israelí recomienda que toda decisión de EE.UU. tenga en cuenta sus consecuencias sobre estos cuatro círculos de influencia, y sea precedida por acciones diplomáticas que suavicen el golpe.
Netanyahu, que basa su política exterior en lo que define como “el nuevo horizonte político” con el mundo suní –incluyendo a saudíes, egipcios, países del Golfo, turcos y países musulmanes de África y Asia–, tendrá que decidir si el traslado de la embajada pondría en peligro esta visión. La idea es encontrar una fórmula de compromiso para que el embajador estadounidense resida en Jerusalén, pero manteniendo el edificio oficial de la embajada en la calle Hayarkon de Tel Aviv. A cambio, la Administración Trump podría cerrar los ojos a los asentamientos judíos en Jerusalén oriental y en Cisjordania, que en cualquier acuerdo futuro con los palestinos quedarían en manos israelíes, a cambio de un intercambio de territorios como compensación. Por ello, se vuelve cada vez más a la antigua frase que durante 2.000 años de diáspora el pueblo judío pronunciaba cada día en sus plegarias: “El año que viene en Jerusalén”.
La decisión podría dañar la alianza de Israel con los países suníes, clave para hacer frente al EI y a Irán EE.UU. pide paciencia a los israelíes y plantea no mover ficha hasta mayo, en el aniversario de la guerra de 1967