La Vanguardia

Del cerrojo al arrojo

- Joaquín Luna

El primer partido que vi en el Camp Nou fue un FC Barcelona-Real Sociedad. Un matrimonio amigo de la familia, los Adra, tenía dos abonos de tribuna y aquel domingo de enero del 68 pensaron que no habría apreturas dada la entidad del rival (los niños eran colados previa palmadita al empleado que picaba manualment­e los abonos y al que por Navidad se le obsequiaba con un purito).

El fútbol de la Real Sociedad carecía de prestigio social. Se trataba de un club recién ascendido, cuyo campo, Atocha, apechugaba con la leyenda negra del manguerazo, riego previo al partido que dejaba embarrado el césped. –¡Vendrán con el cerrojo! Con el cerrojo vinieron al Camp Nou y arrancaron un empate a cero. “El juego fue viril pero no violento”, leo en la reseña del partido de El Mundo Deportivo.

En esto del fútbol, cada equipo tiene la leyenda que puede y la de la Real Sociedad estaba asociada a su sistema defensivo, ideado por un míster legendario, Benito Díaz, tan donostiarr­a como el que más. Ya ocupaba el banquillo realista en la célebre final de Copa en Santander de 1928, contra el Barça de Samitier, y el húngaro Platko en la portería (se llevó un poema de Alberti y la cabeza abierta a resultas de un lance). Los dos conjuntos coincidirí­an de nuevo en otra final, la de 1951, y el Barça de Kubala y César se impuso por 3 a 0 y deja tocada la táctica del cerrojo, que no dejaba de ser visionaria: un hombre libre por detrás de los tres defensas.

La Real Sociedad de los 70 se instaló en la élite a base de un espíritu inspirado en el cerrojo y de no ser

Cuesta mucho perderle el respeto a la Real Sociedad, que fue santo y seña del fútbol ultradefen­sivo

por las simpatías que despertaba hubiera pasado a la historia como un club menor, huraño y algo antipático, al modo del Burgos. Les salvaba el compromiso de jugar exclusivam­ente con jugadores vascos y navarros, como el Athletic pero sin tanto pedigrí ni pasta para fichajes.

La Real Sociedad cambio su destino gracias a una generación de futbolista­s con talento, donde la solidez defensiva marca de la casa –Arconada bajo palos, Kortabarri­a en el eje de la defensa– permitía el lucimiento de dos prodigios (el centrocamp­ista Zamora y el extremo López Ufarte). Se llevaron dos Ligas consecutiv­as, una de forma memorable, la de 1981, cuando un gol en el minuto 90 arrebató el título a un Real Madrid que ya lo celebraba.

Cuesta y mucho perderle el respeto a la Real Sociedad, pioneros del cerrojo. Hoy, con Eusebio Sacristán, tienen arrojo, sofisticad­os por los tiempos y empujados a prescindir de un once vasco por la competenci­a del Athletic de Bilbao.

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