La posverdad de Vidal
La semana venía entretenida, con sus partidos preparando congresos, con la daga en la liga de Pablo Iglesias, con Albert Rivera contento de sus pactos, con Rajoy anunciando lluvia, con la gente mirando el contador, con un gobierno feliz por el paro, con la banca sepultada bajo toneladas de sentencias judiciales, con el Real Madrid eliminado, con la carnaza de la percepción de la corrupción en España. Y de pronto, un trabajo periodístico hizo saltar el nombre de Santiago Vidal como el lenguaraz insospechado, como el nuevo enemigo público, y nadie sabe si como el inesperado relator del proceso o como el gran mentiroso que confunde la creación de ilusión entre independentistas con la deslealtad de atribuir a su Gobierno acciones delictivas.
Al margen de los desmentidos, la desautorización de ERC y la dimisión, haga el lector un ejercicio mental. Imagine que asiste a una de las conferencias de Vidal. Usted tiene un alto concepto de su persona: es un hombre de leyes, redactor de una Constitución, senador y ciudadano de altas dignidades. Escucha lo que dice de la clasificación de los jueces catalanes, del robo de datos íntimos de la fiscalidad de usted mismo, de la falsificación de las cuentas de la Generalitat para pagar el referéndum. Después conoce la evolución del proceso, cómo se financiará la independencia, cómo se está formando a los Mossos, cuántos países respaldan al nuevo Estado y el apoyo de la OTAN, ¿y qué hace usted? Seguramente lo cree, porque Santiago Vidal tiene credibilidad. Pero ¿se lo calla? ¿No lo comenta con nadie? ¿No llega esa información a la Generalitat? ¿No llega a los Servicios Secretos? ¿La Generalitat, el Gobierno español y el fiscal general del Estado se enteran por la prensa?
Si ha sido así, una de dos: o hay una gran ley del silencio, una omertá en torno a la independencia y sus pasos, con complicidad de los medios informativos, o estamos ante una completa inutilidad de los organismos públicos de información. No puede ser normal que la comunicación pública de delitos presuntamente cometidos por gobernantes pase impunemente por el escenario y el auditorio de un acto público, ni puede ser que España siga siendo socio de una organización como la OTAN, si respalda y ampara la ruptura del Estado.
Todo demasiado burdo. Pero con alguna anotación de interés. Por ejemplo, que cuanto ha dicho Santiago Vidal de ilegalidades resultó verosímil. Es verosímil que en un proceso independentista se haga una clasificación ideológica de jueces para saber con quién se cuenta, sobre todo si quien la hace es el propio Vidal. Es verosímil que se intente tener los datos fiscales de todos los catalanes, porque es una información necesaria para construir la Hacienda independiente. Y es verosímil el camuflaje de 400 millones de euros en el presupuesto, porque la estrategia del independentismo desde que Artur Mas habló de “astucia” es buscar trucos para evitar los vetos del Tribunal Constitucional. Todo esto le pasa al Gobierno catalán por jugar con las palabras, las estrategias y las astucias. Al final, hasta lo más surrealista parece verdad.