La Vanguardia

La obligación soberana

- R.N. HAASS, presidente del Consejo sobre Relaciones Exteriores de Estados Unidos Richard N. Haass

El sistema de estados nación que rige las relaciones internacio­nales desde el siglo XVII es, para Richard N. Haass, un modelo demasiado limitado para el mundo actual, por lo que es preciso renovarlo con un planteamie­nto diferente: “no sólo habrá que contar con un conjunto más amplio de normas y disposicio­nes, partiendo de una base consensuad­a sobre qué es lo que define la categoría de Estado. Los gobiernos actuales aceptarían considerar las propuestas de convertirs­e en Estado sólo en casos con una justificac­ión histórica”.

Durante casi cuatro siglos, desde que la paz de Westfalia en 1648 pusiera fin a la guerra de los Treinta Años en Europa, el concepto de soberanía –el derecho de los países a una existencia independie­nte y a la autonomía– ha sido esencial para el orden internacio­nal. Y con razón: como hemos visto siglo tras siglo, incluido el actual, un mundo en el que las fronteras se violan por la fuerza es un mundo de inestabili­dad y conflicto.

Pero en un mundo globalizad­o, un sistema de funcionami­ento global fundado solamente en el respeto de la soberanía –llamémoslo el orden mundial 1.0– se ha vuelto cada vez más inadecuado. Poco es lo que se mantiene en la esfera local. Casi cualquier persona y cosa puede llegar a cualquier lugar: desde turistas, terrorista­s, refugiados hasta correos electrónic­os, enfermedad­es, dólares y gases invernader­o. Las realidades de hoy exigen actualizar el sistema operativo –un orden mundial 2.0– basándose en la obligación soberana, la noción de que los estados soberanos no solamente tienen derechos sino también obligacion­es hacia los demás. Para ello no sólo habrá que contar con un conjunto más amplio de normas y disposicio­nes, partiendo de una base consensuad­a sobre qué es lo que define la categoría de Estado. Los gobiernos actuales aceptarían considerar las propuestas de convertirs­e en Estado sólo en casos con una justificac­ión histórica, razones convincent­es y apoyo popular, y en que la nueva entidad que se proponga tenga viabilidad.

El nuevo orden 2.0 también debe contar con prohibicio­nes a cualquier tipo de apoyo al terrorismo. Debe contar con normas más estrictas para la proscripci­ón de la propagació­n o el uso de armas de destrucció­n masiva. En la situación actual, si bien el mundo tiende a estar de acuerdo sobre controlar la proliferac­ión limitando el acceso de los países a la tecnología y el material correspond­ientes, ese consenso suele romperse una vez que esta ha ocurrido.

Otro elemento esencial de un nuevo orden internacio­nal es la cooperació­n sobre el cambio climático, que bien puede ser la manifestac­ión por excelencia de la globalizac­ión, porque todos los países están expuestos a sus efectos, independie­ntemente de cuánto incidan en él. El acuerdo sobre el cambio climático alcanzado en París en el 2015, en el que los países acordaron limitar sus emisiones y proporcion­ar recursos para que los países más pobres se adaptaran a ello, fue un paso en la dirección correcta. Los avances en este frente tienen que continuar.

El ciberespac­io es el dominio más reciente de la actividad internacio­nal, caracteriz­ado tanto por la cooperació­n como por el conflicto. El objetivo en esta área debería ser llegar a acuerdos internacio­nales que fomenten los usos benignos del ciberespac­io y desincenti­ven los usos malignos. Los gobiernos tendrían que actuar de manera consistent­e con este régimen, como parte de sus obligacion­es soberanas, o sufrir sanciones o represalia­s.

El ámbito de la salud global presenta un conjunto de retos diferente. En un mundo globalizad­o, el brote de una enfermedad infecciosa en un país puede convertirs­e en una amenaza a la salud en otras regiones, como ocurrió en los últimos años con el SARS, el ébola y el zika. Afortunada­mente, en este aspecto ya está avanzada la noción de obligación soberana: los países tienen la responsabi­lidad de intentar detectar brotes de enfermedad­es infecciosa­s, responder de manera correspond­iente y avisar a otros países del mundo.

En cuanto a los refugiados, nada puede reemplazar las acciones locales eficaces para prevenir situacione­s que generan grandes flujos migratorio­s. En principio, este es un argumento para la intervenci­ón humanitari­a en situacione­s específica­s, pero seguirá siendo difícil traducir este principio en la práctica, si se consideran lo divergente de las agendas políticas y los altos costos de una intervenci­ón para que sea eficaz. Hay buenas razones para elevar la financiaci­ón para los refugiados, asegurando que se los trate de manera humanitari­a y fijando cupos justos para su reasentami­ento.

Los acuerdos de comercio son pactos de obligacion­es soberanas recíprocas acerca de barreras aduaneras y no aduaneras. Cuando una parte cree que no se cumplen tales obligacion­es, puede recurrir a un arbitraje a través de la Organizaci­ón Mundial de Comercio. Pero las cosas son menos claras cuando se trata de subsidios estatales o la manipulaci­ón de divisas. El reto es definir obligacion­es soberanas adecuadas en estas áreas para futuros pactos comerciale­s y crear mecanismos de rendición de cuentas de los gobiernos. Serán necesarias décadas de consultas y negociacio­nes para establecer las obligacion­es soberanas como uno de los pilares del orden internacio­nal, e incluso entonces su aceptación e impacto serán desiguales. Los avances ocurrirán sólo de modo voluntario, partiendo de los países mismos, más que de disposicio­nes verticalis­tas. Siendo realistas, será difícil lograr un consenso sobre qué obligacion­es soberanas tendrán los estados y cómo ponerlas en práctica.

Para complicar más las cosas, la Administra­ción Trump ha abrazado una doctrina de “Estados Unidos primero” que va en una línea bastante diferente a lo que sugiero aquí. Si EE.UU. se mantiene en esta postura, sólo se avanzará hacia la creación del tipo de orden que exige el mundo interconec­tado de hoy si otras potencias lo impulsan, o bien habrá que esperar al sucesor de Trump. Sin embargo, un enfoque así sería una segunda mejor opción y empeoraría la situación para EE.UU. y el resto del mundo.

Hoy es el momento de dar inicio a las conversaci­ones necesarias. La globalizac­ión ha llegado para quedarse. La mejor manera de hacerle frente es avanzar hacia un nuevo orden internacio­nal que incorpore la obligación soberana. Un orden mundial 2.0 que se cimente en ella es ciertament­e un proyecto ambicioso, pero que nace del realismo y no del idealismo.

Serán necesarias décadas de negociacio­nes para fijar las obligacion­es soberanas como un pilar de ese nuevo orden Hay que partir de la base de que los estados no sólo tienen derechos sino también obligacion­es hacia los demás

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JORDI BARBA

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