La primera derrota
La juez federal Ann Donnelly, que ha frenado algunas deportaciones, se hizo famosa investigando un fraude millonario
El mero afán publicitario del presidente Donald Trump, como si aún vendiera apartamentos o coronara misses en lugar de gobernar una nación, ha sumido a Estados Unidos en la confusión.
Más allá de firmar órdenes, por lo observado más pensadas en satisfacer a sus sedientas bases blancas y cristianas que en su aplicación, Trump certifica que no es lo mismo trabajar en la Casa Blanca que ejercer de amo y señor en el ático de su torre de la Quinta Avenida de Manhattan.
Esta es la crónica de un caos y de los protagonistas que, en defensa de los derechos humanos, asestaron la primera derrota al presidente de EE.UU. y experto en contradecir la verdad. En la cumbre, la juez federal Ann Donnelly, nominada para el cargo por el presidente Barack Obama, y cuya decisión de bloquear la deportación de 109 personas, desnuda la improvisación al hacer real una promesa electoral.
El asunto arranca la misma noche del viernes Hacía un rato de la orden en que se prohibía la entrada a ciudadanos de siete países musulmanes (Irak, Irán, Siria, Libia, Yemen, Somalia y Sudán). Curiosamente no figura Arabia Saudí, lugar de nacimiento de Bin Laden, ni ninguno en los que el magnate tiene negocios, o Pakistán y Afganistán, principales territorios en formar combatientes. Y, puestos a hilar fino, de Europa.
Dos refugiados iraquíes, colaboradores del ejército o el gobierno estadounidense, con todos los papeles en regla, se llevaron la sorpresa de que se les negaba el acceso tras aterrizar en el aeropuerto neoyorquino del JFK.
De inmediato surgió la movilización de entidades com la American Civil Liberties Union (ACLU). Sus abogados presentaron una demanda judicial, por inconstitucionalidad, en favor de Hameed Khalid Darweesh y Haider Sameer Abdulkhaled Alshawi. Sus nombres abrieron una senda que todavía está por explorar –no afronta la cuestión de la constitucionalidad ni bloquea la orden, ni supone la liberación automática–, pero que dio sus frutos al impedir la expulsión inmediata de lo estaban en vuelo cuando Trump puso su rúbrica.
Un grupo de manifestantes se citó en el JFK la mañana del sábado. Al mediodía, las autoridades fronterizas autorizaron la entrada de Darweesh. “Este es un gran país”, dijo una vez que sintió el calor de todos esas organizaciones y activistas a los que nunca había conocido este hombre de 53 años, diez como traductor para los uniformados americanos.
Pero Alshawi y no menos de una docena más continuaron encerrados, sin entender nada. De unos cuantos se pasó a centenares de concentrados que coreaban “dejadlos en libertad”. Hasta los taxistas se unieron a la protesta –“como organización, en la que hay muchos musulmanes, decimos no a este trato inhumano”–, que se extendió a otros aeropuertos de la geografía. Los manifestantes neoyorquinos hallaron otro punto de reunión ante los jugados de Brooklyn. La demanda, por vía de emergencia, había recaído en la magistrada Donnelly, que alcanzó fama en Manhattan cuando era fiscal y ejerció la investigación en el fraude millonario de Tycon International. Se la considera una jurista imperturbable por la fama, inteligente, que se caracterizó por ser “una fiscal justa”, con idéntica reputación al asumir el puesto de juez.
Como a Alshawi también le permitieron entrar, los letrados del gobierno le solicitaron que declinase pronunciarse. Sin embargo, los letrados demandantes expusieron a la juez que a al menos otra persona se la iba a poner de inmediato de regreso a Siria.
La magistrada planteó a la letrada gubernamental, Susan Riley, si habían previsto los posibles perjuicios. “Esta es una situación desvelada con tal velocidad que no hemos tenido oportunidad alguna estudiar el asunto o el estatus de los que se hallaban en los aeropuertos”, contestó Riley.
“Si hubieran llegado hace un par de días –insistió la magistrada–, no estaríamos aquí, ¿no es esto correcto?”. Después de este intercambio, la juez resolvió parar las deportaciones. “Enviar a los viajeros de regreso les puede causar un daño irreparable”. Los concentrados afuera lo festejaron como una victoria.