La Vanguardia

“Nunca imaginé que algo así podía ocurrir en EE.UU.”

Rabia, confusión y desamparo entre los afectados por el veto

- GEMMA SAURA

Estados Unidos, el país que le sacó del infierno de la guerra siria y le regaló una nueva vida, le abandona ahora. Así se siente Rami Nakhla.

Refugiado sirio de 34 años, el decreto de Donald Trump contra ciudadanos de siete países musulmanes, incluido Siria, le pilló de viaje en Turquía. Desde allí seguía ayer con un nudo en el estómago las confusas noticias que llegaban de Washington. “De repente me veo atrapado aquí. Mi mujer y mi hijo son ciudadanos estadounid­enses y pueden regresar cuando quieran, pero a mi no me dejarán ni subirme al avión”, contaba en una entrevista telefónica con este diario.

Destacado opositor del régimen sirio, estaba en la lista negra de Hizbulah, el grupo chií libanés aliado de Bashar el Asad. “Me iban a matar, así que básicament­e los americanos me salvaron la vida”, recuerda. En verano del 2011 llegó a Washington DC como refugiado. Allí conoció a su esposa, con quien ha tenido un hijo este agosto, y trabaja para una oenegé que investiga crímenes de guerra. Su empleo le exige viajar a menudo: por eso estaba en Turquía.

La llegada de Trump a la Casa Blanca amenaza con hacer saltar por los aires esta nueva vida luminosa. Aunque tiene estatus de refugiado y green card –el permiso de residencia–, Nakhla no sabe si podrá regresar. La Casa Blanca ha lanzado mensajes contradict­orios sobre si el decreto afecta a las green

cards. Primero dijo que sí, luego que los casos se examinaría­n uno a uno; ayer aseguró que los residentes no tendrán problemas. Pero a varios titulares de green cards les han negado la entrada en el país.

“Sinceramen­te, nunca imaginé que algo así pudiese ocurrir en un país como EE.UU. Oía lo que decía Trump en campaña pero creí que se limitaría a prohibir la entrada de refugiados sirios, lo cual ya era escandalos­o. Nunca pensé que iba a echar a gente que ya tiene el estatus de refugiado, casados con estadounid­enses, con hijos. ¡Es una locura!”, lamenta.

S.G., una iraní de 29 años que prefiere no dar su nombre, se siente también indefensa. Su vida reventada de la noche a la mañana. Estudiante de un máster de animación en EE.UU., decidió volver a Irán durante las fiestas navideñas. “Hacía dos años que no veía a mi familia, surgieron problemas y decidí que era mejor ir a visitarlos antes de comenzar mi tesis, que iba a tenerme absorbida durante un año entero”. Tenía que renovar su visado de estudiante pero, siguiendo el ejemplo de varios amigos iraníes, creyó que iba a ser sólo un trámite farragoso. Hasta que Trump decidió incluir a los iraníes en su eje del mal. S.G. teme que ahora no le renueven el visado y quedarse para siempre sin regresar a Georgia, donde dejó todas sus cosas cuando partió a Irán sólo con una pequeña maleta.

“Si no puedo acabar mis estudios, será como haber tirado los últimos dos años a la basura. Será un gran fracaso para mí. Y no lo entiendo. Cuando me dieron el visado hace dos años ya estudiaron todos mis antecedent­es. Nunca ha sido

fácil para un iraní conseguirl­o, fue un proceso muy largo”, se desespera la joven, con la voz rota.

La incertidum­bre se apodera también de ciudadanos estadounid­enses con pasaporte de alguno de los países prohibidos. “La mayor parte de mi familia sigue en Irán, incluida mi abuela de 97 años. Tenía previsto ir a visitarles este verano, pero Irán ha respondido prohibiend­o la entrada de estadounid­enses, así que no sé si eso me afecta”, dice Neda Hornavar, de 35 años, cuyos padres emigraron a EE.UU. en 1969 y tiene la doble nacionalid­ad. Cuenta además que su tía y su prima, que viven en Canadá e iban a visitarles en febrero, dudan

Rami Nakhla, un refugiado sirio, estaba en Turquía y no sabe si podrá volver a Estados Unidos con su familia

si cancelar el viaje: “Tienen nacionalid­ad canadiense e iraní pero el decreto de Trump es tan vago que no está claro si les van a dejar entrar”. También tiene una prima iraní en Utah con un visado de estudiante: “Ahora no puede irse a ninguna parte, si sale del país no podrá volver. Tiene a toda su familia en Irán y quién sabe cuándo podrá verlos. Su madre quería visitarla y tenía una cita dentro de dos meses en el consulado de Dubái para tramitar el visado. Hoy ya me ha dicho que no irá. Así que, básicament­e, Trump está haciendo trizas mi familia”, se queja.

Dueña de un estudio de yoga en Atlanta, va cubierta de tatuajes y no se considera musulmana, pero no obstante asegura que se siente amenazada por la Administra­ción Trump. “No puedo creer que mi país se haya convertido en esto. Donde he nacido, donde trabajo y pago impuestos, ya no soy bienvenida, porque soy de Oriente Medio”, denuncia. Hornavar fue ayer a manifestar­se al aeropuerto de Atlanta y ha hecho una donación a la Unión para las Libertades Civiles en América (ACLU), la organizaci­ón que ha logrado que una juez bloquee parte del decreto de Trump. “Pero no sé qué más puedo hacer. Tengo la sensación de que mi voz, por mucho que me desgañite, no importa tanto como la voz de un cristiano blanco”.

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AHMED SAAD / REUTERS Una familia iraquí llega a Erbil tras ser devueltos desde El Cairo, donde debían subir a un vuelo a EE.UU.

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